Visioni LatinoAmericane
DOI: 10.13137/2034-6683/33342
Emigración véneta en México: un caso de estudio entre historia y mito
Eduardo Montagner Anguiano
Abstract
The author presents some data on Chipilo’s ethnolinguistic origin, illustrates the formation of a specific koiné and
points out the cultural reductionism here called “segusinization”. Using a philosophical-anthropological model, he
wonders about the dynamics that have allowed the Venetian language to preserve itself with its own
characteristics in Chipilo as part of the European agricultural colonization project in Mexico.
Keywords: Chipilo, Venetian emigration, linguistic conservation, koiné, colonization
El autor presenta algunos datos sobre el origen etnolingüístico de Chipilo, ilustra la formación de una koiné
específica y señala el reduccionismo cultural aquí llamado “segusinización”. Utilizando un modelo filosóficoantropológico, se pregunta sobre las dinámicas que han permitido que la lengua véneta se conserve con
características propias en Chipilo como parte del proyecto de colonización agrícola europea en México.
Palabras clave: Chipilo, emigración véneta, conservación lingüística, koiné, colonización
L’autore presenta alcuni dati sull’origine etnolinguistica di Chipilo, illustra il formarsi di una specifica koinè e
segnala il riduzionismo culturale qui chiamato “segusinizzazione”. Utilizzando un modello filosoficoantropologico si interroga sulle dinamiche che hanno permesso alla parlata veneta di conservarsi con
caratteristiche sue proprie a Chipilo nell’ambito del progetto di colonizzazione agricola europea in Messico.
Parole chiave: Chipilo, emigrazione veneta, conservazione linguistica, koinè, colonizzazione
Introducción
Resulta asombroso que a 140 años de la fundación de la colonia Fernández
Leal, luego Francisco Javier Mina, para ser hoy la junta auxiliar Chipilo de
Francisco Javier Mina – aunque siempre conocida como Chipilo, sin lograr aún su
anhelo de convertirse en municipio autónomo –, aparezcan los números y
procedencias de sus fundadores. En especial cuando se han producido tantos
materiales sobre esta comunidad ubicada en la provincia de Puebla, México, y cuya
característica primordial es haber conservado su lengua véneta, portadora de un halo
de enigma por lo que sugiere su supervivencia y que, como veremos más adelante,
bien podría tratarse del uterotopo propuesto por Sloterdijk 1.
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (México); e-mail: eduardomontagner@yahoo.com.mx.
1
Ya en una anterior ocasión el autor tuvo oportunidad de aludir el uterotopo sloterdijkiano en cuanto a
este tema (Montagner Anguiano, 2018). Aquí se desarrollará a profundidad.
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Este artículo expondrá el número y procedencia de los vénetos llegados a México en
el periodo 1881-1882 en el proyecto federal de colonización con agricultores europeos
realizado durante el porfiriato; se centrará específicamente en los únicos colonos que
conservaron su identidad y lengua étnica a fin de ilustrar mejor la dinámica que formó
la koiné2 véneto-chipileña; se repasarán similitudes y diferencias histórico-culturales
con las otras cinco colonias fundadas en el mismo periodo para tratar de entender por
qué se produjo tal fenómeno; además de exponer el mito que aquí proponemos llamar
«segusinización de Chipilo» por considerar que ello provoca un reduccionismo que
impide comprender abarcadoramente su cultura3.
1. Metodología y aportaciones del autor
Importante señalar que este escrito es un work in progress que comenzó de modo
informal al menos desde el año 2000 por la necesidad de ambientar la novela Al prim,
incluida en el volumen Ancora fon ora4, publicado en 2011. Pese a que el autor supo
desde antes del 2000 que la versión de un Chipilo fundado sólo por gente del municipio
trevisano de Segusino era una falsedad del alcalde en turno durante los festejos de la
hermandad o gemellaggio con Chipilo en 1982, cuando el autor visitó los pueblos de
origen en 2009 y 2010, ya aparece su interés por desmitificar tal versión en una
publicación local italiana de esa época (Montagner Anguiano, 2010).
En ocasiones no se reportarán citas concretas de archivos debido a que fueron
revisados antes de concebir la intención de escribir un estudio sobre ello; asimismo, a
dificultades tales como el escaso tiempo de revisión permitido por los encargados de las
fuentes archivísticas, donde sólo se tomaron apuntes a mano sin fechar, pero todos los
archivos consultados se muestran en las referencias bibliográficas.
El interés del que nace este escrito ha tenido que rastrearse para el presente texto y
podría fecharse el 23 de abril de 2014, día en que fueron descargados y guardados 5 los
primeros documentos relativos a los inmigrantes que el autor iba descubriendo en los
2
Parece que el primero en usar el término lengua koiné para la variedad de Chipilo fue el lingüista
Giovanni Meo Zilio (1987), si bien basándose en los estudios de Mario Sartor y Flavia Ursini (1983).
3
El autor agradece a Magdalena Morales Luis, licenciada en lingüística y literatura hispánica, por su
corrección de estilo; asimismo, a la doctora Sheng-Li Chilián por su ayuda en la presentación de los datos
y porcentajes.
4
Se trata del primer y, hasta hoy, único libro completo en véneto chipileño, escrito con la castellanización gráfica que el autor propuso para la grafización de esta variedad desde la tesis de licenciatura
coescrita con Ana María González Hernández (Montagner Anguiano, 2006).
5
Se ha establecido la fecha de la primera consulta registrada con base en el día en que fueron descargados y guardados por el autor los primeros documentos de cada archivo. Por tal motivo, salvo excepciones, en vez de indicar consultado el se marcará consultado desde por tratarse de un trabajo en proceso. En
el caso de los archivos de las provincias de Treviso y Belluno no se proporcionan nombres de los
municipios consultados por ser los más numerosos, varios incluso revisados sin resultado alguno para esta
investigación. Aquellos donde se encontró información se nombran en la parte de los municipios de
origen de los fundadores.
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fondos archivísticos disponibles online en la página FamilySearch6, sobre todo los
municipios pertenecientes a la provincia de Treviso; luego se añadirían otras fuentes en
la red, como el de la provincia de Belluno, sin olvidar los archivos mexicanos y los
obligatorios correos electrónicos enviados a municipios y parroquias, mismos que no
siempre encontraron respuesta.
La búsqueda fue por demás ardua, pues hay que agregar que, debido a la incesante
demanda de ciudadanías italianas, los municipios y parroquias no confiaban siempre en
la honestidad de la investigación pues, según confiaron algunos encargados de archivos
tiempo después, se llegó a pensar que el autor mentía en sus intenciones al preguntar
por más de una familia (y ninguna era la suya); en ocasiones incluso en busca de datos
pertenecientes a familias que permanecieron en la colonia sólo unos meses o ya extintas.
Aportar la página de la Wikipedia que alguien dedicó a este autor en lengua italiana al
final del correo no siempre servía para abrirse puertas. De modo que, a fin de conseguir
datos y sortear estas dificultades, se solicitó solamente la información escrita en el
cuerpo del mensaje del correo sin actas certificadas.
En cuanto al conteo de los vénetos llegados a México con el proyecto colonizador
porfirista, el de las listas pertenecientes al actual Chipilo y demás colonias, fue realizado
del modo más artesanal que se pueda imaginar: a mano, sumando a otros que ni siquiera
son enlistados de manera formal pero fueron hallados en documentos mexicanos a lo
largo de la investigación.
Importante también aclarar que, si bien Chipilo no es único en cuanto a conservación
lingüística de una lengua étnica, minoritaria, tampoco son comunes estos casos (Sartor,
Ursini, 1983); además, su especificidad radica, como veremos, en la escasa cantidad de
hablantes que perpetuó tal fenómeno por más de un siglo en un espacio geográfico tan
compacto: no más de 500 individuos durante los dieciocho años que comprende el
estudio de los colonos fundadores en la primera etapa del enclave. Lo anterior, además,
en una nación que no es conocida, como otras en Latinoamérica, por su emigración
italiana: una nación que se relaciona contradictoriamente con sus etnias y lenguas
autóctonas (idealizadas pero al mismo tiempo rezagadas socioeconómicamente) y con
sus propios emigrantes (celebrando que el mexicano conserve su identidad en el
extranjero y condenando que la olvide pero recriminando al extranjero que mantiene la
suya en México), y puede afirmarse que nula relación con sus pocas etnias alóctonas y
sus elementos culturales, donde pareciera que lo único real es el mestizo
hispanohablante, figura que sirvió para unificar a la nación.
El Instituto nacional de lenguas indígenas (Inali) mencionó al véneto chipileño en
2008 sólo para excluirlo.
Además de las lenguas indoamericanas, esta diversidad incluye otras tantas lenguas de
diferentes orígenes, según se puede observar de distintas fuentes […] Sin embargo, de acuerdo con
la ley general de derechos lingüísticos de los pueblos indígenas, que hace referencia a los pueblos
6
Aunque un anterior sondeo, hecho con sorpresa y cierta premura por saber, fue realizado en la
página Archivio di Stato di Treviso – desde hace tiempo y hasta hoy sin funcionar – y fueron copiados a
mano sin anotar la fecha de consulta.
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originarios o indoamericanos, al origen histórico y a los territorios de éstos; y en consonancia con
el artículo 4o. constitucional que refiere el origen histórico de la nación mexicana, el presente
Catálogo de las lenguas indígenas nacionales ha concentrado su atención en las variantes
lingüísticas correspondientes a las agrupaciones y familias lingüísticas de los pueblos
indoamericanos. En consecuencia, no se relacionan aquí lenguas, agrupaciones o variantes
lingüísticas habladas por distintos sectores de la población nacional, como el plautdietsch (también
conocido como plattdeutsch o plattdüütsch) de los menonitas; el véneto de los descendientes de los
italianos radicados en Chipilo, Puebla, entre otras, en razón de que ni el origen, la historia o la
situación actual de ninguna de ellas las adscribe a los pueblos indoamericanos (Inali, 2008: sp).
La reconocida lingüista mexicana Yásnaya Aguilar sí mencionó etnias alóctonas y
sus lenguas en una conferencia, pero hasta el momento no se ha conseguido nada a
fin de que nuestra lengua sea reconocida como patrimonio intangible a nivel
nacional ni estatal.
Luego de señalar que México ocupa un lugar muy importante en el mundo por su gran
diversidad lingüística, en donde se hablan 68 lenguas provenientes de 11 familias lingüísticas, la
conferencista indicó que hay otras lenguas que también se hablan en el País como el véneto que se
habla en Chipilo, Puebla; el plautdietsch de los menonitas en el Norte del País y el romaní de la
comunidad gitana (Pérez Valencia, 2019: sp).
Por último, se aclara que son propuestas del autor los términos “segusinización”,
“val’quiriquización”; considerar el periodo de 35 años durante el cual los fundadores
carecieron de títulos de propiedad como otro posible elemento para la conservación de
la lengua véneta en Chipilo, el enfoque sloterdijkiano y la aplicación del síndrome de
Ulises propuesto por Achotegui para comprender por qué ocurrió este fenómeno de
conservación lingüística.
Comoquiera que sea, este estudio debe considerarse germinal y perfectible ante
hallazgos futuros.
2. Las colonias fundadas en 1881-1882 y el proyecto federal de colonización
Necesaria una aclaración: aunque haré un análisis comparativo entre Chipilo y demás
colonias fundadas. Mi estudio se centra en los inmigrantes de etnia véneta por la
conservación, ocurrida solamente ahí, de su lengua, que es el aspecto más sobresaliente
pero no el único. En una etnia minoritaria de inmigración la lengua se vuelve símbolo
de una identidad (Ursini, 1987), de usos y costumbres, tradiciones, incluso de mitos,
supersticiones y tabúes que en las otras colonias fundadas también se han perdido.
La única o al menos fundamental razón para la llegada de emigrantes italianos a
México entre 1881 y 1882 fue el proyecto federal de colonización ideado por el
presidente Porfirio Díaz y realizado por Manuel González. Sin tal causa, ningún
campesino italiano habría emigrado, por pobre que fuese. Este proyecto se basó en la ley
general sobre colonización promulgada el 31 de mayo de 1875 (Sartor, Ursini, 1983)
por el presidente Lerdo de Tejada. De Vos (1995) no se centra en las seis colonias
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italianas que nos ocupan, como casi en todos los estudios que se realizan sobre este
tema, sino que investiga el fenómeno de 1821 a 1910, calificando la colonización como
un pretexto para el acaparamiento de tierras baldías en México en una legislación
llamada por él «de graves consecuencias», pues da cuenta de la enorme corrupción,
abusos e intereses económicos que merodearon siempre la intención del gobierno
mexicano de
fomentar la ocupación de las regiones escasamente pobladas del País por colonos mexicanos y
extranjeros. Entre estos últimos la preferencia se inclinaba hacia los inmigrantes europeos, porque
se esperaba que con ellos se elevaría el nivel cultural de los indígenas y se establecerían nuevas
industrias (De Vos, 1995: 227).
Para De Vos, entonces, la colonización que provocó la fundación de estas seis
colonias, a las que sólo alude sin profundizar en ellas, fue un mero pretexto que
escondía otros fines más ambiciosos, pues los colonos no sólo fueron italianos: también
hubo extranjeros de otras nacionalidades y mexicanos. De hecho, De Vos comienza
realmente su estudio a partir de la ley promulgada en 1883 (un año después de la
fundación de las seis colonias italianas de este texto) y otras posteriores por
considerarlas menos precarias que las anteriores, pero también con mayores ganancias
tanto para el propio gobierno mexicano como para algunos particulares involucrados.
Esto significa que la existencia de las colonias aquí estudiadas y la presencia de sus
pocos descendientes actuales en México fueron causadas por dos clases distintas de
crisis agrarias tanto en México como en Italia, sin olvidar la ambición mencionada por
De Vos y otros, máxime durante el porfiriato.
Por ende, al fracasar el proyecto de colonización ante las expectativas
gubernamentales y con la caída de Porfirio Díaz tras la Revolución, al menos lo
relacionado con las seis colonias de italianos fundadas fue olvidado y jamás incluido en
libros escolares de historia y, así, los emigrantes y sus descendientes quedaron carentes
de motivo oficial para habitar la nación.
Ortiz Pinchetti (1998) fue de los primeros que este autor leyó denunciando lo que,
además, en Chipilo siempre se supo en el fondo: algo que obviamente no venía
estipulado en los contratos con los inmigrantes y que sigue siendo tema tabú en México,
como veremos, pues en la época se hablaba de resolver el problema indígena
mejorándoles la raza, frase del todo normalizada aún hoy.
Durante el porfiriato nadie negaba la subsistencia de una estructura racial, la herencia de la
colonia, y México estaba empeñado en superarla para “blanquearse’’. De ahí la idea de imponer
colonos europeos (Ibidem: sp).
Las seis colonias fundadas en México estuvieron formadas por trentinos, vénetos y
lombardos en su mayoría agricultores, pues tal era la condición que el gobierno
mexicano puso en los dos contratos firmados con agentes de emigración que no siempre
cumplieron con ella en su afán por llenar los barcos; algunos autores ven en tal
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incumplimiento uno de los motivos para el abandono a corto o mediano plazo de
algunas colonias (Martínez Rodríguez, 2013).
Se trató de los contratos conocidos como Rovatti Capaccioli Lanata el primero y el
llamado Rizzo y Fulcheri, que trajeron colonos en cuatro viajes, tres vapores y distintas
fechas: el primer viaje fue por parte de Rovatti con el vapor Atlántico llegado el 19 de
octubre de 1882; el segundo, el Rizzo con el vapor Cassus llegado el 27 de enero de
1882; el tercero, en unión ambos contratistas, con el vapor Messico llegado el 24 de
febrero de 1882; el último, con el contrato Rizzo, nuevamente el vapor Atlántico
llegado el 25 de septiembre de 1882. Los futuros chipileños llegaron en este último
vapor, aunque sus primeros habitantes, como se verá, provenían del vapor Messico.
Se establecieron en Veracruz (Colonia Manuel González), Morelos (Colonia Porfirio
Díaz), San Luis Potosí (Colonia Díez Gutiérrez), Ciudad de México (Colonia Aldana) y
dos en Puebla (Colonia Carlos Pacheco) y Colonia Fernández Leal, en la zona que los
cholultecas conocían como Chipílotl7 que después pasó a llamarse San Diego Chipíloc,
donde había dos exhaciendas: Chipíloc y Tenamaxtla, ambas abandonadas en su etapa
de hacendado por el político Carlos Pacheco que, siendo el encargado del proyecto
como secretario de fomento, colonización e industria y usando un testaferro, se las
vendió a la secretaría que él mismo dirigía, con sobreprecio y consciente de que esas
tierras no eran fértiles (Vázquez Castillo, 2007). Un fraude en todos los sentidos y una
burla para los colonos.
De las colonias fundadas, las que más hectáreas recibieron por familia, en orden
descendente, según los datos oficiales, fueron la Díez Gutiérrez con 16 para 410
colonos, la Carlos Pacheco con 12 para 384 colonos, la Manuel González con 10 para
503 colonos, sólo 6 hectáreas para la Fernández Leal con 524 colonos (en realidad 534,
como veremos más adelante) y también 6 para la Porfirio Díaz con 597 colonos,
mientras que la Aldana con 4 ½ para 124 colonos (Zilli Manica, 2002).
¿Cuántos italianos esperaba traer México y cuántos llegaron?
Las cifras resultan difíciles de precisar pero, siguiendo al historiador de la
emigración italiana en México, podemos decir que, de 200,000 italianos que se
proyectaba traer, llegaron entre 2,581 y 2,7888 personas (Zilli Manica, 2002).
¿Y cuántos eran vénetos?
Según nuestros cálculos – un trabajo en proceso por la dificultad de ubicarlos a todos
tras la dispersión de algunas colonias –, la cifra que conseguimos identificar asciende a
882 individuos.
7
Sobre el topónimo Chipilo corren interpretaciones erróneas sobre todo en la tradición oral e internet.
El historiador chipileño Agustín Zago Bronca, tras investigar con expertos como Rafael Tena Martínez y
en el vocabulario de Alonso de Molina, desmitifica los anteriores significados («lugar donde escurre el
agua» y «niño llorón») explicando que el verdadero significado del vocablo náhuatl chipílotl es «cristal
fino o finísimo», relacionándolo con las obsidianas comunes en la zona. Para tenamatzin propone «donde
abundan los fogones o las piedras para hacer fogones» (Zago Bronca, 2007: 80-81).
8
La primera cifra la ofrece en 1902 Egisto Rossi en su visita a las colonias fundadas, pero es corregida según los cálculos de Zilli Mánica en nota al pie.
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Siguiendo las listas de emigración según cada uno de los cuatro vapores llegados a
México y rastreando sus orígenes, se puede deducir que las maniobras de los agentes de
emigración iniciaron en Trento y Lombardía, reclutando pocos vénetos de Verona y
Padua, para después concentrarse en Treviso y Belluno.
Según lo revisado para los trentinos en los estudios realizados de esa etnia
(Tommasi, Zilli Manica, 2006) y tras lo hallado por el autor en cuanto a lombardos y
vénetos, la constante era concentrarse en unos pocos municipios de cada una de las tres
regiones mencionadas y atraer deprisa la mayor cantidad de campesinos.
Puede sostenerse que la colonia más exitosa (Fontano Patán, 2016), pero como
modelo de integración y asimilación cultural, fue la Manuel González, ubicada en el
estado de Veracruz: la primera en fundarse. De ella fueron originarios el escritor y
diplomático Sergio Pitol [1933-2018] y el presbítero e historiador de la emigración
italiana en México, José Benigno Zilli Manica [1934-2016].
Esta colonia ha mantenido lo que conocemos como patrimonio cultural tangible:
objetos de los fundadores, fotografías, juegos tradicionales, elementos arquitectónicos y
culinarios, pero en patrimonio cultural intangible la conservación fue nula. Quedaron
instalados en la llegada de sus ancestros.
Sergio Pitol, descendiente de campesinos emigrantes en segunda generación, ilustra
de modo sublime la integración y asimilación cultural y precisamente en el plano
lingüístico, pero no en lengua étnica sino en la adquirida por aculturación, en su aspecto
más alto: el Premio de literatura en lengua castellana Miguel de Cervantes otorgado en
2005 por el Ministerio de cultura de España.
Pitol, cosmopolita desde joven pero sin saber demasiado sobre lengua véneta, cuando
narra su primer viaje a Venecia, sin considerar la poca movilidad social de los
emigrantes en 1882 y omitiendo que sus orígenes eran de Lentiai y de Mel – cosa que
sabía pues le fue otorgado en 2000 el premio Bellunesi che hanno onorato la provincia
di Belluno in Italia e nel mondo (Redazione Abm, 2021) –, escribe lo siguiente en uno
de sus libros más importantes:
Oí hablar italiano y alemán y francés en torno mío, y también el dialecto véneto, salpicado de
viejos vocablos españoles, que alguna vez debieron hablar en esas mismas callejuelas mis
antepasados (Pitol, 1999: 14).
3. ¿Por qué se conservó el véneto en México? El grado cero de la existencia
Según Sartor y Ursini (1983) y Ursini (1987), quien emigra tiene ante sí tres
soluciones frente a las dificultades lingüísticas: la primera es una no-solución: caer en la
anomia y la marginalidad ligándose a la propia lengua sin aprender la nueva (caso
frecuente entre los ancianos); la segunda es huir de las tensiones adhiriéndose a la
lengua de la nación a la que se emigra, aunque en la época que nos ocupa tal solución
resultaba difícil para los mayores a causa del grado de analfabetismo y se solía proponer
a los hijos y nietos, cosa que ocurrió en las cinco colonias aculturadas, donde se
recuerda que los fundadores hablaban entre sí su lengua a fin de que los más pequeños
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no pudieran entenderlos, interrumpiendo así la transmisión oral y generacional para
siempre, provocando que unos cuantos interesados en el véneto9 quieran aprenderlo sin
saber cuál variedad estudiar tras enterarse de que estas existen; terminan entonces
mezclando expresiones de las variedades hoy más famosas en las redes y son incapaces
de reconectar con la que sus ancestros hablaron; la tercera solución o respuesta consiste
en una división de las funciones lingüísticas: la lengua extranjera será usada para las
relaciones formales mientras que la propia quedará en el ámbito oral y servirá para lo
que involucra afectivamente. Es lo que sucedió en Chipilo.
Gracias a estudios en el ámbito anglosajón, se sabe que lo más frecuente es la
completa asimilación en el arco de tres generaciones. La primera amplía su
conocimiento de la nueva lengua; la segunda posee ambas lenguas pero tiene como
dominante la extranjera; la tercera muestra una comprensión limitada de la lengua de los
abuelos pero sólo logra expresarse bien en la lengua extranjera (Ursini, 1987). En
Chipilo, desde la década de 1980, cuando se hicieron los primeros estudios, ya estaba
presente la quinta generación hablante de la variedad chipileña.
Sin duda alguna, las únicas dos colonias unificadas aún hoy por sus descendientes
radicados en las zonas donde se establecieron sus fundadores son la Manuel González y
la otrora Fernández Leal, hoy Chipilo de Francisco Javier Mina. La primera es
considerada un éxito por su integración mientras que la segunda ha logrado una fama
internacional por la conservación etnocultural cristalizada en su lengua. Las restantes
cuatro colonias ya no existen como tales en la actualidad, entre otras causas porque se
desintegraron casi de inmediato debido a mala ubicación en cuanto a clima, tras haber
sido absorbidas por la mancha urbana o porque se fracturaron durante la Revolución.
La gran diferencia entre la Manuel González y el actual Chipilo es que en la primera
tanto colonos como gobierno vieron cumplidas sus expectativas en el plazo deseado,
mientras que la segunda logró su mayor esplendor de manera tardía y en aquello que ni
el gobierno ni los propios colonos anhelaban: dedicarse colectivamente a una réplica del
trabajo que ellos hacían en sus pueblos natales como único medio real de supervivencia
tras el fracaso de las ideas gubernamentales y en la conservación de sus elementos
culturales de origen.
La desbandada mayor de colonos fue de etnia lombarda y trentina. La posible
explicación es que los vénetos fueron el grupo étnico más campesino, como el gobierno
deseaba, mientras que quizá entre los trentinos y lombardos imperaban otros oficios y
no dudaron en abandonar no sólo las colonias sino incluso el País. Al menos para los
9
Cuando se da este interés, con frecuencia frágil e iluso, se sabe de alguien que quiere recuperar las
raíces a través del véneto aunque tenga apellido o sangre trentinos o lombardos; parecería evidente que el
fenómeno se genera por el conocimiento de que en Chipilo se conservó esta lengua y muy posiblemente
se deba a su “fama” por los estudios, reportajes y documentales sobre esta comunidad, su cultura y
lengua; no sería raro que esto sea provocado por el boom turístico reciente de Chipilo, del que se hablará
después. La mayoría termina prefiriendo el italiano en la creencia de que sus antepasados entendían o
incluso hablaban esa lengua. Esto no sucede sólo con mexicanos de colonias aculturadas sino también con
descendientes de chipileños que abandonaron la comunidad.
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lombardos de la colonia Carlos Pacheco se sabe que muchos eran obreros de la ciudad y
no agricultores (Vázquez Castillo, 2007).
Los dos libros dedicados a los trentinos por Tommasi y Zilli Manica (2006; 2007)
son casi una pasarela de inmigrantes que llegaron a México para abandonarlo.
Sin demeritar los esfuerzos de todo emigrante por adaptarse a su nueva nación, uno
de los aspectos más dramáticos en cuanto a los fundadores de la Fernández Leal – que
nunca se ha estudiado como posible elemento para el desarrollo de mecanismos de
defensa comunitarios recurriendo a identidad y lengua – es el hecho de que los colonos
permanecieron 35 años en la incertidumbre existencial-colectiva de no contar con títulos
de propiedad para convertirse en dueños de las tierras por cuya promesa emigraron. La
pésima calidad de los terrenos entregados y las insuficientes seis hectáreas por familia
provocaron que los fundadores de Chipilo no pudieran pagar al gobierno las tierras
asignadas al llegar el plazo establecido de diez años.
Un importante elemento adicional para entender la negativa de pago de las tierras
infértiles recibidas por los colonos de la Fernández Leal es el sobreprecio desmedido y
explicable sólo por corrupción gubernamental que se evidencia en un estudio
comparativo del costo de las hectáreas de las seis colonias (Vázquez Castillo, 2007).
Las cartas resultan estremecedoras (Martínez Rodríguez, 2013; Vázquez Castillo,
2007). Las que se conocen datan de 1892 y se prolongan, en ese mismo tenor, al
menos hasta 1902. Los títulos de propiedad fueron firmados por el propio
Venustiano Carranza hasta 1917.
Pero uno de los conflictos más graves ocurrió desde el 18 de mayo de 1883 debido al
escaso número de hectáreas recibidas por familia y al hecho de haber sido agrupadas no
por matrimonios con hijos, como estipuló el inspector general de colonias, Manuel
Sierra Méndez, sino por apellidos o familias compuestas, lo que ocasionó que, por
ejemplo, fuera asignada a una «familia» compuesta por tres hermanos casados y con
hijos la misma cantidad de hectáreas que habría correspondido a un único matrimonio e
hijos (Medina De Santiago, 2017)10. En esa fecha se originó un motín al grito de
¡mueran bandidos mexicanos! liderado, curiosamente, por dos familias del municipio
de Quero en Belluno y no por los numéricamente superiores segusineses.
En un principio, el gobierno planteó a los fundadores la única vía de la agricultura,
pero esta fue tan desastrosa que servía sólo para librar a los inmigrantes de convertirse
en pordioseros (Ibidem). La ganadería que volvió famosa a la comunidad se dio con el
paso de los años (Ibidem) y por iniciativa de los propios colonos, lo cual, según nuestra
10
En efecto, en la lista de fundadores redactada el 5 de diciembre de 1882 aparecen lotes asignados a
«75 familias» compuestas por 570 personas (más adelante aclararemos el número real de fundadores)
cuando en realidad se trataba de 109 matrimonios, los menos recién casados en Italia y los más con
progenitores de muy variadas edades y numerosos hijos, sin contar las personas con algún o incluso
ningún grado de parentesco que eran agregadas a tales «familias». El autor no encontró una situación
similar en las listas de las restantes colonias. Incluso, en esa misma lista de la Fernández Leal, se observa
que tal descuido no ocurrió para las familias instaladas el 1 de julio sino sólo para las del contingente
llegado el 2 de octubre. Más adelante hablaremos sobre estas dos fechas de formación de la colonia.
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hipótesis, constituye el uterotopo como núcleo en torno al cual se intensificarían
necesariamente las demás dimensiones propuestas por Sloterdijk.
Durante esos 35 años, los fundadores de Chipilo contestaron al gobierno federal,
incluso al propio Porfirio Díaz, que no podrían pagar nunca las tierras dadas en un plazo
pagadero de 10 años, y proponían incluso como solución que se los devolviera a su
patria o ellos buscarían por su cuenta los medios para regresar. Por la expectativa de
vida de la época, 35 años significó el nacimiento y muerte de muchos de ellos en la
tierra mexicana de la que no lograban apropiarse legalmente, o la muerte de muchos de
los que nacieron en Italia, pues no fueron pocos los fundadores de Chipilo que
cumplieron su ciclo vital sin saber si eran dueños del suelo que pisaban11.
¿Con qué motivación adoptaría la lengua de la nueva nación un campesino que
emigra en tal escenario, y máxime en esa época, donde la emigración era
considerada definitiva?
En cuanto a las absurdas estrategias de reconversión laboral propuestas por el
gobierno a los fundadores, mencionaremos sólo una: pretender aprovechar la
experiencia milenaria de los colonos para inaugurar la vitivinicultura y la sericultura
(Medina De Santiago, 2017) en tierra y clima no aptos (Zilli Manica, 1989) 12,
provocando una estampida entre los primeros colonos, por supuesto agravada por aquel
motín de mayo de 1883. En sólo siete meses se redujeron de 534 a 303 personas.
Por eso se sostiene aquí que los chipileños, a diferencia de las colonias desaparecidas
a corto o mediano plazo, quedaron en un tenso y añoso equilibrio identitario proclive a
provocar anomia, riesgo del que se libraron volviéndose autárquicos, buscando mejor
remuneración fuera de una colonia a la que siempre regresaban, y por fin convirtiéndose
en uno de los primeros lugares de Puebla en considerar la ganadería como solución
productiva en una provincia donde tal actividad era más doméstica (Vázquez Castillo,
2007). Aunque se supone que desde su fundación hubo vacas en la Fernández Leal, el
nacimiento de la industria ganadera en Chipilo se sitúa entre la última década del siglo
XIX e inicios del XX. En 1894 había en el pueblo 610 cabezas de ganado; se dedicaban
ya a producir además embutidos, mantequilla, queso y a la siembra de la necesaria
alfalfa. En 1902 se realizó un censo de ganado que muestra una mayoría de colonos con
menos de 10 cabezas, mientras que el más prominente ganadero poseía 25 (Ibidem). «El
negocio, pues, no sería el campo, sino el establo» (Zago Bronca, 2007: 104).
Ningún ser humano deja su pueblo natal y nación, por ingratos que estos sean,
firmando contrato con un gobierno para sufrir penurias pero con la promesa de un
reconocimiento futuro por mantener lengua e identidad en un País extranjero. En tales
condiciones, como resulta obvio, nadie habría emigrado, y ningún gobierno tendría
11
Según consta en los registros civiles y parroquiales, de 1882 a 1917 habían fallecido 345
personas en general, de los cuales 121 eran fundadores de Chipilo. El autor agradece a Alfredo
Dossetti Mazzocco estos datos.
12
En la tradición oral chipileña se narra con cierta gracia que habían sido los propios fundadores
quienes, al desconocer las propiedades del lugar al que serían asignados, traían consigo gusanos de seda,
semillas de morera y vides; todavía quedan algunas tristes moreras y vides supuestamente sembradas en
los primeros años.
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semejante iniciativa colonizadora. Todos ellos salieron en busca de mejorar las
condiciones de vida a las que estaban sometidos en sus terruños, algunos con
aspiraciones de dejar de ser campesinos para enriquecerse, convertirse en señores (no en
vano en véneto sior significa rico, perdiendo su acepción original): las colonias que
lograron esta meta, como es natural, no tendrían motivo alguno para mantener en suelo
extranjero aquello que les recuerde su anterior condición socioeconómica ni cultural. Lo
peculiar en cuanto a otros casos, como el de Rio Grande do Sul, en Brasil, es la exigua
cantidad de individuos que llevó adelante el llamado fenómeno de Chipilo y su
aislamiento en una zona tan compacta: no se trató de una dinámica intercomunitaria, por
así llamarla: en Chipilo, hasta la actualidad, esta etnia y su cultura viven en un enclave
donde interactuar con otros venetófonos resulta siempre ocasión especial.
Los colonos de etnia véneta eran en su mayoría campesinos que, si acaso, poseían
muy poca cosa, aunque algo que casi nunca se menciona es que quienes emigraron al
menos pudieron costearse el boleto en el vapor vendiendo sus pertenencias, pues
sobraban quienes ni emigrar podían: casi todos eran medieros o pastores de ganado
propio y ajeno que les era rentado: al cosechar o volver de trashumar debían entregar a
los dueños su parte de lo producido y además pagar impuestos siempre más
incosteables, lo que produjo la crisis agraria que los volvió candidatos idóneos ante la
invitación del gobierno mexicano.
Es un mito que emigraran por la inundación del río Piave, pues la única ocurrida en el
periodo y pueblos involucrados fue la del 15 y 16 de septiembre de 1882 (Sartor, Ursini,
1983), es decir, a diez días de que los vénetos del último de los cuatro viajes que
comprendieron la fundación de las seis colonias llegara al puerto de Veracruz. Los últimos
documentos que involucran a emigrantes partidos hacia México en algunas actas del registro
civil en sus pueblos corresponden al 16 y 17 de agosto de ese año13.
Sartor (1983) fue el primero en dar cuenta de cómo los fundadores de Chipilo
parecieron ensimismarse en un grado cero de la existencia.
Aparentemente, los pioneros de Chipilo tocan el fondo de un sistema de trabajo y de fatigas
que en occidente ya no se veía desde siglos. En Chipilo se cumple en pocos decenios, parecería
que en pocos años, con un impulso único y quizá desesperado, una obra que necesitó casi siempre
siglos (Sartor, Ursini, 1983: 74).
En este párrafo, Sartor se refiere a la aplicación de conocimientos tecnológicos
elementales en la organización del territorio donde estaba contenida la colonia: la
aplicación de la cultura campesina desde su médula, pero trasladando ese saber desde
las montañas prealpinas abandonadas hasta la llanura que es Chipilo, es decir, volviendo
a tomar las palabras de Sartor, un territorio que era inventado como paisaje humano en
su totalidad. De ahí que el trazo original del pueblo sea de interés particular y único en
13
Se trata de tres documentos, uno de San Pietro di Barbozza en Treviso y dos de Lentiai en Belluno
consultados el primero en FamilySearch en https://www.familysearch.org/search/collection/1947831 el
15 de febrero de 2020 y los segundos en Ancestry.it en https://www.ancestry.it/search/collections/1896/ el
23 de mayo de 2019.
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México: se construyó desde sus cimientos un pueblo planificado según el trazado
véneto en plena llanura de la provincia de Puebla (ausencia de manzanas, por ejemplo),
algo que no ocurriría en ninguna otra de las colonias fundadas. Este trazo prealpino
véneto, como corazón del actual Chipilo, significa una marca de supervivencia sobre la
tierra al mismo nivel que la conservación de la lengua véneta en el paisaje sonoro de la
comunidad. Quepa mencionar que todo lo anterior se circunscribe a México y no a
posibles casos semejantes en otros Países como Brasil.
Campesinos que tocan fondo al grado de trazar un primigenio plano urbano a la
usanza de los pueblos abandonados en tan insuficientes hectáreas mientras esperaron 35
años para saber que no debían regresar a su suelo natal por el poco rendimiento e
infertilidad de las tierras asignadas, impidiéndoles así realizar el pago de las mismas
para volverse dueños legales de ellas como resultado del trabajo cumplido (Vázquez
Castillo, 2007).
Es por ello que también el cavaliere Egisto Rossi, en su informe de 1902, compara a
la Fernández Leal con las dos más desafortunadas colonias fundadas afirmando que, en
la Fernández Leal, la más poblada, «en la que el struggle for life de los primeros años
fue tan duro que habría terminado por quedar desierta como la de Porfirio Díaz y la de
Carlos Pacheco, si esos excelentes colonos no se hubieran dedicado a otros trabajos,
dirigiéndose como braceros fuera de su colonia» (Zilli Manica, 2002: 557).
Se trata del uterotopo, que forma parte de lo que Peter Sloterdijk llama «islas
antropógenas».
Veamos las similitudes entre el fragmento de Mario Sartor y el de Sloterdijk:
Las islas antropógenas – como veremos – son talleres de una creación de espacio compleja sin
par. El antrotopo surge del ensamblaje de una plétora de tipos de espacio de cualidad
específicamente humana, sin cuya apertura simultánea no sería imaginable la coexistencia de seres
humanos con sus semejantes y con el resto en un todo común. Los movimientos aislantes de
acondicionamiento e instalación se implican unos en otros (Sloterdijk, 2009: 278).
Chipilo es hoy la única de las colonias fundadas que muestra en forma evidente esa
impronta véneta desesperada, una muesca primigenia – y no sabemos si infinita – que es
notoria tanto en el trazo del pueblo como en las inflexiones de la propia lengua vénetochipileña, pero no solamente en eso.
Los vénetos y por tanto Chipilo nunca se han distinguido por su expresividad, por
dedicar tiempo a lo anímico, más allá de lo religioso, pero lo cierto es que, mientras
esos campesinos parecían dedicarse únicamente al trabajo arduo y a cuestiones
existenciales concretas y, más aun, de mera supervivencia, invertían una energía
anímica muy poderosa en lo abstracto que supone crear, en lo posible, una réplica de lo
dejado en otro continente pero ahora en suelo extranjero: Chipilo fue la única de las seis
colonias de italianos fundadas entre 1881 y 1882 que quedó en un limbo tenso entre
distopía y utopía.
El actual Chipilo, con rasgos de identidad cristalizados en su lengua, surge de lo que
el filósofo Sloterdijk llama «uterotopo» – «cavernas-nosotros, incubadoras de mundo»
(Sloterdijk, 2009: 297) – haciendo una réplica lo más fiel posible de lo que perdieron al
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emigrar, pero tal necesidad no la tuvieron las demás colonias o ni siquiera pudieron
llegar al momento de planteársela. Y, para hacer una réplica cuasi perfecta es condición
necesaria que sus habitantes continúen hablando la lengua de los lugares natales (el
fonotopo sloterdijkiano) y del cual, por motivos socioeconómicos, de mera
supervivencia, deberán nutrir sus conocimientos para volver habitable la tierra de
inmigración, lo cual incluye casi todos los demás “topoi” mencionados por Slotedijk.
Aunque muchas otras disciplinas y estudiosos han aportado hipótesis y teorías sobre la
conservación lingüística de lenguas étnicas y minoritarias, hasta el momento, para mí,
como lingüista y escritor, pero sobre todo como chipileño, la explicación más
convincente del fenómeno de conservación etnocultural y lingüístico de Chipilo provino
de la antropología filosófica. Tomo entonces la propuesta de Sloterdijk para hipotetizar
aquí por qué se mantuvo la identidad y lengua de Chipilo.
En estado de desarrollo mínimamente completo la antroposfera es determinable como un
espacio de nueve dimensiones. A ella pertenecen, como aportaciones configuradoras de mundo,
imprescindibles cada una de ellas en su caso, las siguientes dimensiones o topoi:
1. el quirotopo, que incluye el ámbito de acción de las manos humanas […] el entorno de acción […];
2. el fonotopo (o logotopo), que genera la campana vocal bajo la que los convivientes se oyen,
hablan, se reparten órdenes e inspiran unos a otros;
3. el uterotopo (o histerotopo), que sirve para la generalización del ámbito maternal y para la
metaforización política de la gravidez, y produce una fuerza centrípeta, que, incluso en unidades
más grandes, será experimentada por los incluidos en ellas como sentimiento de pertenencia y
fluido existencial común;
4. el termotopo, que integra al grupo como receptor originario de los beneficios de la repartición de los
efectos de hogar;
5. el erototopo, que organiza el grupo como el lugar de las energías eróticas primarias de
transferencia, y le pone bajo estrés como dominio de celos;
6. el ergotopo (o falotopo), en el que una fuerza paternal o sacerdotal de definición, con efectos en todo
el grupo, genera un sensus communis, un decorum (una conveniencia) y un espíritu de cooperación, desde
el que se formulan obras (erga, munera) comunes, fundadas en la necesidad […];
7. el alethotopo (o mnemotopo), por el que un grupo en aprendizaje se constituye como
custodio de su continuum de experiencia y se mantiene en forma como depósito central de la
verdad con su propia pretensión de validez y su propio riesgo de falsificación;
8. el thanatotopo o theotopo (o bien, iconotopo), que ofrece a los antepasados, a los muertos, a
los espíritus y dioses del grupo un espacio de revelación o un teclado semiótico para
manifestaciones significantes del más allá;
9. el nomotopo, que vincula recíprocamente a los coexistentes por «costumbres» comunes, por
reparto del trabajo y expectativas recíprocas, con lo que, por el intercambio y el mantenimiento de
la cooperación, aparece una tenseguridad imaginaria, una arquitectura social compuesta de
expectativas, apremios y resistencias mutuos, en una palabra: una primera constitución (Sloterdijk,
2009: 279-280).
Si bien es cierto que estas dimensiones no son exclusivas de lugares como el actual
Chipilo, sí resulta notorio cómo, en las demás colonias fundadas en el mismo periodo,
no todas ellas operaron igual. En el primer Chipilo, como ya lo señaló Sartor al hablar
del trazo que tuvo que ser hecho por los propios fundadores, se produjeron muy
intensamente al menos el quirotopo, por el trabajo manual que ese trazo atípico, véneto,
prealpino, exigió; junto con el uterotopo o necesidad de recrear sus pueblos natales no
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por un frívolo deseo de «italianización» del espacio, como sí sucede hoy a causa del
negocio turístico, sino en combinación con el mnemotopo, es decir, el recuerdo de la
experiencia constructora y edilicia aprendida en sus pueblos de origen; y todo ello
regido por el ergotopo o falotopo que iba provocando la cooperación de todos los
inmigrantes14.
Todo ello con la promesa o compromiso implícito y explícito de la dimensión del
termotopo o del hogar, simbolizado quizá por el fogón o larín donde se hacía la polenta
diaria. Todo lo anterior envuelto en el fonotopo o logotopo de la lengua véneta.
El fonotopo: «campana psicoacústica envolvente, autosonorización, instalación
escénica psicoacústica» (Slotedijk, 2009: 291-292).
Sólo en el fonotopo es del todo verdadera la tesis de que el medio es el mensaje […]. Lo que
tienen que decirse unas a otras muchas voces en su lenguaje común para la observación exterior se
reduce simplemente al hecho de que tienen algo que decirse unas a otras en el lenguaje común.
[…]. El grupo vive en una instalación sonora de implicitud absoluta; en él es efectivo el escucharse como medio del pertenecer-a-él. […]. Un fonotopo no puede crear información alguna por sí
mismo. Necesita toda su energía para la repetición de las frases por las que se mantiene en forma y
flujo. En principio, y la mayoría de las veces, no es capaz de interesarse por tonos extraños. El
mensaje que se envía a sí mismo consiste exclusivamente –por emplear una metáfora de la radioen la sintonía de su propio programa. […] …el fonotopo primitivo […] que este representaba, para
la coexistencia de los seres humanos con sus semejantes en un mundo en pérdida paulatina de
seguridad, una necesidad evolutiva, un sistema acústico de inmunidad, digamos, que ayudaba al
grupo a permanecer en el continuum de la propia entonación (Sloterdijk, 2009: 291-292).
En el caso del thanatotopo, desde que comenzaron a salir del pueblo los primeros
chipileños y hasta hoy, es frecuente escuchar doblar las campanas y, al preguntar quién
falleció, se informa de alguien que vivía en alguna zona de la provincia de Puebla o
incluso en otras provincias de México, pero que tuvo como última voluntad ser
sepultado en Chipilo, lo que convierte al pueblo en una especie de meca o nuevo recinto
donde quien fallece desea ser sepultado: ni más ni menos que como los inmigrantes
nacidos en sus pueblos de origen anhelaban volver a ellos siquiera para que sus restos
reposaran en esa tierra añorada.
En cuanto a esta dimensión del culto a los muertos, es pertinente mencionar que
durante 14 años los colonos tuvieron que sepultar a sus seres queridos en el cementerio
de Santa Isabel Cholula por no tener uno propio. Se sabe por tradición oral y por
documentos del Archivo histórico de Chipilo que nunca estuvieron conformes con tal
situación. Muchos eran sepultados en fosas comunes. Tampoco tenían iglesia y el
14
Es la unión que todo chipileño añora hoy porque sabe que la hubo algún día en el pueblo. Se le
llama en véneto far a òpera de ròdol (literalmente, hacer a obra de rollo: por turnos, por cooperación).
Como ocurriría años después también con la construcción del cementerio de la comunidad o con la
construcción de la iglesia, donde se cuenta que participaron desde viejos hasta niños; en 1914 todo el
pueblo, incluidas mujeres, se defendió del ataque de supuestos zapatistas, que eran llamados con el
término véneto scarper, que significa sin embargo zapateros, una muestra de la esfera en que vivían, al
asociar zapatista no con Zapata sino con zapatos.
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sacerdote era vicario. El cementerio pudo ser construido hasta 1896; la iglesia, tras
intentos desde 1908, fue inaugurada hasta 1919 (Zago Bronca, 2006).
La Fernández Leal nunca contó tampoco con una administración política propia,
exceptuando el juzgado menor de paz y la junta de mejoras que hoy son resguardadas
como patrimonio en el mencionado archivo. Perteneció desde su fundación al distrito de
Cholula, pero su registro civil dependió de tres municipios distintos: de 1882 a 1898, los
nacimientos, matrimonios y defunciones se registraban en el municipio de Santa Isabel
Cholula; del segundo semestre de 1898 al primero de 1906, en el municipio de San
Andrés Cholula; por último, desde el segundo semestre de 1906 y hasta 1954, pasó a
pertenecer al recién constituido municipio de Mucio Martínez, hoy San Gregorio
Atzompa (localidad que antes también pertenecía a Santa Isabel Cholula).
En cuanto a lo político, tales vaivenes caóticos obedecían a la condición de colonia
de extranjeros que tuvo desde su fundación hasta su conversión en pueblo de Francisco
Javier Mina en 1899, dependiendo de San Andrés Cholula, al que se pretendía integrar
como Junta auxiliar (Vázquez Caballero, 2007), lo que no fue posible pues acabó
siéndolo y hasta hoy pero de Mucio Martínez en 1906. Como Junta auxiliar, Chipilo
siempre ha enfrentado problemas. El principal, generar más impuestos que su propia
cabecera municipal pero recibir a cambio un porcentaje absurdo del dinero
correspondiente, además de las corruptelas que algunos presidentes municipales han
cometido en cuanto a permisos de uso de suelo y licencias de construcción cambiando la
vocación del suelo chipileño de agrario a urbano sin tener siquiera el municipio un plan
de desarrollo urbano pese a ser su única Junta auxiliar o precisamente por ello. Atzompa
ha parasitado históricamente de Chipilo. Desde hace muchos años y sin éxito se ha
buscado que le sea otorgada su calidad de municipio autónomo (Machuca, 2010;
Blancas Martínez, 2011).
Hoy siguen discutiéndose los límites territoriales de Chipilo con los municipios
limítrofes y, para defender su territorio histórico, los chipileños deben correr con el
mapa original de la colonia que data de 1883 (García, 2017). Importante mencionar que
los chipileños conocen bien los límites territoriales de su comunidad, tanto por
experiencia histórica como por los mojones o lindes que se conservan pero, dada esta
situación, algunos habitantes de zonas ambiguas en cuanto a límites ya no saben, en
pleno 2021, a qué municipio pertenecen o acabarán perteneciendo.
Finalmente, el erototopo se muestra evidente con algo que tanto el gobierno
mexicano como al menos los habitantes de la provincia de Puebla han reprochado a
Chipilo siempre: la endogamia que, más que racismo como se recrimina, debe
entenderse como antigua condición fundamental para proteger y perpetuar la última de
las dimensiones sloterdijkianas: el nomotopo o las costumbres y expectativas mutuas, y
esto debía perdurar rigurosamente manteniendo otras dimensiones sin las cuales se
percibía un peligro de fractura, como el hecho de que posibles hijos producto de la
exogamia se negaran a hablar la lengua de sus padres y ascendientes.
La exogamia fue un fenómeno ocurrido a cuentagotas, pero tampoco significa que
Chipilo se haya abierto a ella recién en los últimos años, como se suele pensar:
consultando los registros parroquial y civil de la Fernández Leal y luego pueblo de
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Francisco Javier Mina, encontramos 23 matrimonios exogámicos en el periodo 18941949, mismos que aumentan considerablemente entre 1960 y 1970. Por otra parte, como
es bien sabido en lingüística, si bien la endogamia puede ayudar a conservar y la
exogamia a disolver una lengua étnica, no hay un solo elemento que explique de manera
matemática qué produce la conservación o pérdida lingüísticas, sino que se trata de
fenómenos multifactoriales. Aseverar que en Chipilo se mantuvo la lengua por
endogamia es tan arbitrario como afirmar que se conservó por tener más amor a sus
raíces que los fundadores de las otras colonias. Por último, los pueblos nahuas que
circundan Chipilo no son precisamente exogámicos y han perdido el náhuatl pese a
encontrarse en su suelo ancestral, a diferencia de Chipilo. Como bien explica la
lingüista Yásnaya Aguilar (Sánchez, 2021), la disminución brutal de hablantes de
lenguas originarias mexicanas e incluso de mexicanos que se identifiquen como
indígenas obedece a más bien a presiones del Estado.
Quepa mencionar aquí que, revisando archivos de las otras cinco colonias fundadas,
se encontró, no sólo durante la primera generación, una cantidad sorprendente de
matrimonios endogámicos, pues se nos había transmitido la idea de que la lengua e
identidad de las demás colonias se perdió por el rápido mestizaje.
La conservación de elementos identitarios, culturales y la lengua en Chipilo es
atribuida, también por académicos (Martínez Rodríguez, 2013), de modo algo
superficial, a la endogamia y, de hecho, la exogamia es ensalzada por ejemplo en la
colonia Manuel González incluso en libros como los de Zilli Manica; pero se dejan sin
mencionar los casos de la primera endogamia e incluso, algo nunca visto en los archivos
de Chipilo, el matrimonio ocurrido entre un tío y una sobrina carnales en la Manuel
González por estar ella embarazada y para el cual se tuvo que pedir permiso al
gobernador de Veracruz. Por cierto, este matrimonio siguió teniendo hijos. No damos
datos acerca de este matrimonio por respeto a sus descendientes.
Lo que sucedió y no suele explicarse, estudiando esos archivos, fue que en las otras
colonias los inmigrantes y sus hijos tuvieron mayores motivaciones ante la posibilidad
exogámica: probablemente conseguir más propiedades o acaso ascender socialmente
para dejar de ser campesinos (Tommasi, Zilli, 2006); alternativa que en la Fernández
Leal no se dio, quizá por estar rodeados de indígenas todavía hablantes de náhuatl
(existía una barrera también de tipo etnolingüístico e ideológico), al grado que los
primeros comerciantes lombardos y piamonteses de la Fernández Leal la aprendieron
para vender sus productos. Aunque el náhuatl en los pueblos aledaños al actual Chipilo
se perdió, siempre hubo y sigue habiendo la idea mutua de que los chipileños son más
aguerridos en lo socioeconómico. O con la cantidad de niños de pueblos vecinos que
son inscritos en escuelas chipileñas, quizá con la idea de que ahí se les enseñaría la
tenacidad laboral chipileña, sin entender que esta es transmitida también, como la
lengua, de manera generacional, oral, comunitaria y no escolar.
Lo único cierto es que ninguna otra colonia tuvo que recurrir, para su supervivencia,
al menos al uterotopo y al fonotopo como sí tuvo que hacerlo el actual Chipilo desde el
primer día, antes incluso de su fundación oficial, pues dos de sus características más
representativas nacieron de esas dimensiones: el trabajo fundador del pueblo, con el que
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aún hoy es conocido: la producción de leche de vaca y productos lácteos derivados –
una réplica de lo que los antepasados hacían en sus montañas al ser pastores y elaborar
quesos y embutidos – y la palabra fundadora: el véneto, perpetuado desde el fonotopo
que fue necesario instalar en el paisaje sonoro del pueblo como estrategia organizativadefensiva. Elementos que ninguna de las otras colonias necesitó preservar, adaptar ni
mucho menos heredar a su descendencia.
Sloterdijk explica el uterotopo en términos de transferencias.
Ser en la isla significa ahora: poder hacer uso de la posibilidad de transferir situaciones
interiores. Transferencias de ese tipo son realizables cuando se alcanza en el exterior una
situación real que pueda servir de envoltura o receptáculo para la repetición de interioridad en
otro lugar. El fenómeno de transferencia […] surge de un efecto de inercia, desencadenado
por la preponderancia de improntas pasadas sobre percepciones presentes. Presupone para su
desarrollo fuertes diferencias escénicas entre entonces y ahora. Si estas se producen, como
sucede […] después de […] emigraciones, puede llegarse al fenómeno de la repetición de la
antigua escena en la nueva […]. Es así como un grupo fuertemente coherente se convierte en
uterotopo, es decir, en metáfora escenificada del cuerpo de la madre […]. Con el concepto
uterotopo se designa un fantasma-espacio, devenido influyente históricamente, que sugiere
que, mientras permanezcamos territorializados en el propio grupo, seremos las criaturas
privilegiadas de una misma caverna: beneficiarios proto-solidarios de un mismo estado fetal
en el seno común del grupo. La «profundidad» de un grupo corresponde al carácter propio de
su función colectiva de Nirvana: sus miembros convergen en una irrealidad o pre -realidad
imaginariamente común, desde la que son enviados a lo real: como hermanos carnales, que
comparten un secreto de caverna, una condena celestial […]. La síntesis uterotópica significa
la predestinación de seres humanos a una procedencia común de una caverna incomparable (y
la común fijazón en ella) (Sloterdijk, 2009: 301-302).
4. La “segusinización” de Chipilo
El autor ha decidido llamar con tal término a la manera en que el municipio de
Segusino, en Treviso, ha vampirizado Chipilo, su lengua y cultura, haciendo creer, por
obra y omisión, que todos los fundadores de esta comunidad provenían de ese único
municipio y que, por ende, la lengua véneta conservada es la variedad segusinesa,
minimizando así el proceso de la variedad véneto-chipileña que, como se demostrará, es
una pequeña lengua koiné.
Tal fenómeno inició en 1972, como se verá más adelante, pero se concretó en 1982,
con las fiestas por el centenario de la fundación de Chipilo. El artífice de esto fue y
sigue siendo el exalcalde segusinés Agostino Coppe, que para esas fechas administraba
ese pueblo invidiato ed invidiabile, según se lee en el acta de deliberación del consejo
comunal con objeto «hermandad entre el municipio de Segusino y el pueblo mexicano
de Chipilo» (Consiglio comunale, 1982).
Resulta absurdo pensar en un país que deseara colonizar en 1882 fundando un pueblo
con habitantes de un único municipio. ¿Con qué argumentos?
Hoy en Segusino sigue vigente un discurso que casi afirma que sus habitantes fueron
enviados aposta para fundar un pueblo que resistiera a toda calamidad y mostrara con
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las décadas y los siglos la entereza de los segusineses y su amor por las raíces
manteniendo lengua, cultura e identidad.
La causa de este gemellaggio o hermandad en 1982 fue una iniciativa políticofamiliar iniciada 10 años antes, cuando una delegación di messicani visitó el pueblo de
Segusino a instancias de descendientes del único fundador de Chipilo que volvió a su
pueblo natal. Lo llamativo es que estos descendientes ya ni siquiera vivían en la
comunidad, sino que habían pasado su vida en el Estado de México o habitaban en la
ciudad de Puebla. Lo anterior con el lema «un hilo nunca roto» debido a la correspondencia mantenida por esa familia con sus parientes no emigrados, cartas que eran
escritas en italiano y no en véneto (Sartor, Ursini, 1983). En el documento oficial de
Segusino donde el consejo comunal acepta realizar esta hermandad, leemos por parte
del alcalde de ese pueblo frases tales como que Chipilo, «mojado de sudor segusinés»,
«es la joya de la corona de Segusino», o como que los chipileños llevaron una «ráfaga
de genuina segusinità» (Consiglio comunale, 1982).
Además, quienes estudian Chipilo cometen por acumulación un mismo error al
basarse en trabajos precedentes sin ahondar en el tema de los orígenes de los
fundadores. Si en 1982 no se hizo un trabajo de investigación genealógica del pueblo
con el cual se oficializó una hermandad, resulta asombroso que estudiosos posteriores,
con las actuales herramientas cibernéticas, tampoco lo hayan hecho. El absoluto libro
pionero que trató profesionalmente el caso de Chipilo y, elemento decisivo, donde fue
transcrita por primera vez la lengua véneta de la comunidad es, sin duda, Cent’anni di
emigrazione, escrito en coautoría por Mario Sartor y Flavia Ursini (1983). Libro
excelente del cual todos los interesados en la lengua, historia y otros aspectos
socioculturales de Chipilo nos hemos nutrido. Fue en él donde comenzó a gestarse la
confusión de los orígenes de quienes con el tiempo darían vida y una permanencia
insólita al véneto-chipileño, pero no por su contenido sino por el hecho de haber sido
publicado por el municipio de Segusino como parte de las celebraciones de la
hermandad y entregado de casa en casa en Chipilo en 1983 por el entonces presidente
de Chipilo y el propio alcalde de Segusino, que durante todos estos años se convertiría
en una especie de cacique cultural a cuya voluntad muchos segusineses, chipileños y
académicos se sometieron.
Sin embargo, resulta reconfortante notar que Ursini, aun sin documentos
genealógicos a mano, valiéndose tan sólo de sus conocimientos académicos y tras hacer
una revisión de los apellidos de las listas de emigración que el gobierno mexicano de
1882 redactaba, supo salirse de ese corsé segusinés y abarcó en su estudio pueblos y
zonas aledañas. Estudió las características fonéticas y gramaticales más notorias del
véneto-chipileño que registró en audios y transcribió en el libro, llegando a dos
conclusiones muy parecidas a las que el autor hoy desea demostrar, ya con datos
genealógicos en mano: que el chipileño es producto de una koiné15 entre variedades
15
Ursini menciona el término koiné en este libro pionero, pero no específicamente para el caso de la
lengua de Chipilo sino en un párrafo más teórico donde habla de la dinámica de las lenguas, si bien en los
párrafos siguientes expone casos de entrevistados que recordaban aún con extrañeza cómo hablaba algún
lombardo o piamontés y una véneta llegada de la Manuel González y también expone cómo el recuerdo
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cercanas del llamado véneto septentrional de montaña de las provincias de Treviso y
Belluno. Y también supo dar un porcentaje realmente cercano al calculado hoy en
cuanto a la predominancia véneta sobre otras etnias en ese primer asentamiento.
Estudios publicados en años posteriores no hicieron más que estudiar la lengua
chipileña basándose en los escritos de Ursini sin añadir nuevos hallazgos e incluso
adhiriéndose a la opinión segusinesa ya desde la publicación misma, como es el caso del
léxico compilado por la lingüista norteamericana Carolyn J. MacKay (2002), cuyo título
lo dice todo, Il dialetto veneto di Segusino e Chipilo, ya en su prefacio comienza con las
vagas modulaciones que se han venido haciendo desde hace cuarenta años: «La maggior
parte dei coloni proveniva da Segusino e dagli altri paesi ubicati nella vallata del Piave»
(MacKay, 2002: 21).
Resulta impresionante, por la vitalidad de la «segusinización», cómo esa «mayor
parte» de segusineses no ha sido cuantificada ni puntualizada hasta hoy.
¿Cuántos llegaron realmente de ese municipio?
¿En verdad fue su variedad segusinesa la que se impuso?
Y este discurso ha sido no sólo seguido sino intensificado por el historiador de Chipilo.
La especial laboriosidad y el espíritu de lucha que ha caracterizado a los nacidos en Segusino y
a sus descendientes permitió que este pueblo se sobrepusiera a las adversidades y presentar una
imagen socioeconómica notablemente mejor que los demás pueblos y ciudades de la región […].
Y precisamente los apellidos, consultados en los directorios telefónicos de la zona en 1991, nos
han permitido deducir el posible origen de las 68 familias: 30 de Segusino, 13 de Quero, 6 de
Valdobbiádene, 3 de Feltre, 3 de Montebelluna, 2 de Pederobba, 1 de Miane, 1 de Schievenin y 9 ó
10 posiblemente de algún pueblo de otras provincias vénetas o lombardas. Con esto se confirma
aún más nuestra tesis de que en Chipilo fue trasplantada una comunidad de familias de Segusino y
sus alrededores, lo cual explica, entre otras cosas, que el dialecto hablado en Segusino haya sido el
que predominó sobre los demás (Zago Bronca, 2002: 38-40).
de los lugares de origen se ha ido desvaneciendo en sus entrevistados (Sartor, Ursini, 1983). Como se
anotó antes, parece que el primero en hablar de lengua koiné para el caso de Chipilo fue el lingüista Meo
Zilio, aunque de manera general, pues su intención era estudiar las interferencias con el español,
basándose en los estudios de Ursini (Ibidem) y haciendo una vaga referencia a algunos de los municipios
de origen de los colonos fundadores entrevistando a los hablantes y no con un estudio detallado como el
que se propone aquí en cuanto a orígenes. Escribe Zilio: «Se recuerda antes que nada que se trata de una
koiné véneta de tipo alto-trevisano arcaizante o bajo-belunés cuyas características principales ya fueron
señaladas por Ursini […] Esto coincide también con los más comunes recuerdos toponomásticos que han
quedado en la memoria de los hablantes (los cuales hacen referencia en entrevista precisamente a
Segusino, Quero, Vas, Cornuda, Montebelluna, Feltre)» (Meo Zilio, 1987: 239). Pese a la presencia
reiterada del municipio de Montebelluna tanto en Zilio como en Ursini, el autor ha encontrado a un único
emigrante de ese municipio que no llegó a Chipilo y del que se supo sólo por archivos mexicanos pues no
aparece en ninguna lista oficial (quizá llegó soltero y por iniciativa propia después de 1882 como otros
cuantos vénetos hallados en archivos). Es posible que esta confusión se dé por la importancia económica
del lugar en las zonas de origen, donde había un importante mercado y algunos de los fundadores de
Chipilo contrajeron matrimonio sin ser originarios de ahí.
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Los números ofrecidos ahí son incorrectos y aquella alabanza hacia Segusino parece
un delirio. En cuanto a la web, las cosas no son distintas. Tanto en la página oficial del
municipio de Segusino como en la de su Pro loco, encontramos el mismo discurso.
Il paese conobbe nel tempo importanti fenomeni migratori, primo fra tutti quello verso il
Messico (1882) dove venne fondato il paese di Chipilo (e dove si parla tutt’oggi il dialetto
segusinese) (Pro loco, 2021, sp).
5. La variedad véneta fundadora de Chipilo: el véneto de Volpago
La historia de la Fernández Leal comienza realmente el sábado 1 de julio de 1882
(Medina De Santiago, 2013) y no el lunes 2 de octubre de ese mismo año, como se suele
repetir en los estudios sobre el actual Chipilo, siguiendo los documentos oficiales y,
sobre todo, la fundación simbólica, asociada al culto religioso, que los colonos
inmigrantes decidieron realizar el sábado 7 de octubre del mismo año 1882. Esta
primera etapa de tres meses siempre ha sido confundida en los estudios – suele decirse
que estos colonos llegaron después y no antes, por ejemplo – o simplemente olvidada.
Pero hay un hecho irrefutable: en esos meses se comenzó a hablar en el futuro Chipilo
una de las variedades vénetas que integraron la koiné que permanece hasta hoy.
Al menos la historia etnolingüística y cultural de la Fernández Leal se inaugura ese 1
de julio, aunque aún no fundada oficialmente. Es, ante todo, la primera vez que en Chipilo
se habló y escuchó la hoy famosa lengua véneta conservada por ya casi un siglo y medio,
cuando llegaron esos ocho miembros de la familia Mion con su variedad de la fracción
del municipio de Selva de Volpago, en Treviso: los verdaderos pioneros de la lengua
véneta que se escuchó desde esos tres meses olvidados por los estudiosos del fenómeno
lingüístico chipileño. Esa variedad fue la fundadora del véneto conservado en Chipilo,
hablada por los integrantes de la familia Mion y por otras 23 personas del mismo
municipio o de otros cercanos como quienes emigraron desde Volpago pero nacieron en
municipios limítrofes como Nervesa, Trevignano, Povegliano, Susegana, Paese y
Giavera; los propios Mion eran originarios de Nervesa, por lo que se pudo indagar, a
finales del siglo XVIII e inicios del XIX: aparecen en 1813 en Volpago bautizando una
hija; el más viejo de los Mion emigrados a México nació en Selva de Volpago en 182516.
Los Mion son la única familia del actual Chipilo que vivió la llamada preparación de
la colonia, la fundación, su paso de colonia a pueblo y todas las vicisitudes de la
comunidad lingüística que sigue siendo Chipilo. En segundo término, llegada el mismo
día que la anterior pero desaparecida para la lista de colonos de 1883, fue la de Caltana,
Santa Maria di Sala, provincia de Venecia, con los Masetto.
16
Para todos estos datos agradezco al registro civil de Volpago del Montello y en especial a Maria
Teresa Stefani de la parroquia de Selva de Volpago, que ha respondido con interés y paciencia todas mis
solicitudes de información vía e-mail.
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Los vénetos hablantes de ambas variedades provenían del fracaso de la colonia
Porfirio Díaz en Tlaltizapán, provincia de Morelos17, en calidad de reubicados, según el
gobierno pero, en realidad, enviados allí por el funesto secretario de fomento,
colonización e industria, Carlos Pacheco, a las tierras infaustas cuya mala calidad él
conocía mejor que nadie por haber sido suyas antes de deshacerse de ellas al dejar su
faceta de hacendado en Puebla para dedicarse a la política.
Todas las otras familias vénetas presentes hoy en Chipilo comenzaron su contribución a la
Fernández Leal sólo a partir de la llegada masiva el 2 de octubre de 1882 y su fundación
oficial el día 7. Algunas otras familias presentes hoy en Chipilo comenzaron a interactuar con
sus fundadores años después, procedentes de otras colonias.
Ese gran éxodo del que Segusino sigue nutriéndose para todo tipo de iniciativas – y
sin negar que algunas hayan sido buenas en estos 40 años –, fue de 211 personas. Este
número, según el censo de la población segusinesa de 1881 hecha por el Instituto
nacional de estadística (Istat) (Tuttaitalia.it, 2011), representa apenas un 10.62%.
Segusino estaba formado por 1.985 personas un año antes de la emigración a México,
número incluso superior a las décadas anterior y posterior; y, si calculamos a los
segusineses que realmente llegaron al actual Chipilo (146 personas), entonces el
porcentaje baja a un 7.35%, más ese 3.27% de olvidados por Segusino que constituyen
las 65 personas llegadas a otras colonias. Algo extraño tendría que haber sospechado
Segusino al no existir en Chipilo ninguna familia de apellido Coppe ni Stramare: los dos
históricamente más difundidos en ese pueblo. Sí llegaron, pero los Stramare a la Porfirio
Díaz, luego a la Díez Gutiérrez para terminar emigrando hacia Estados Unidos; y los
Coppe también, pero a la Aldana: siguen en México, pero dispersos.
Mientras estos 65 segusineses se dispersaban y asimilaban cultural y lingüísticamente
en México, en Chipilo sucedía una labor sociolingüística comunitaria con vénetos de 12
municipios de las provincias de Treviso y Belluno, más algunos lombardos y piamonteses
que se incluirían con los años. Y así como los segusineses desconocen el número de sus
emigrados a México, tampoco saben la fecha exacta en que esa variedad local se escuchó
por primera vez en México, es decir, el 24 de febrero de 1882, a la llegada del vapor
Messico al puerto de Veracruz para fundar el 12 de marzo la colonia Porfirio Díaz y más
tarde La Aldana y la Díez Gutiérrez: antes de que el segusinés se escuchara en Chipilo.
Por ende, el verdadero véneto segusinés de 1882 se estaba hablando ya ese 1 de julio en
México, pero en otras colonias.
17
La lista con los colonos asignados a esta colonia pertenecen al Grupo documental colonias, Colonia
Porfirio Díaz, Expediente B del Archivo histórico de terrenos nacionales de México.
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Tabla 1 - Distribución de los 211 emigrantes de Segusino llegados a México entre febrero y septiembre de 1882
Movimiento entre colonias
Personas
Porcentaje
Segusineses que se quedaron en Chipilo desde 1882
107
50.71%
Segusineses llegados a la Porfirio Díaz en 1882
43
20.38%
Segusineses que abandonaron Chipilo desde 1883
39
18.48%
Segusineses llegados a la Diez Gutiérrez en 1882
11
5.21%
Segusineses llegados a La Aldana en 1882
11
5.21%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
El olvidado 24 de febrero de 1882, además de la de Volpago, comenzaron a resonar
en México las variedades vénetas de Segusino, Valdobbiadene, San Pietro di Barbozza
de Treviso, y también las de Lentiai y Mel de Belluno, además de la de Campodoro en
Padua, la de Santa María de Sala en Venecia y la de Dolcè en Verona, sumadas a la de
Megliadino San Vitale, en Padua y a la de Brentino Belluno en Verona, llegadas el 19
de octubre a la Manuel González, aunque el destino de todas ellas, incluida la de los
segusineses no emigrados a Chipilo o que lo abandonaron, sería la muerte lingüística a
causa de la asimilación cultural. Por tanto, la segusinità florece o se marchita según el
lugar al que sus portadores llegan.
6. Análisis de las listas de emigración y censos
Las listas de emigración que el gobierno mexicano levantaba en la Fernández Leal
son documentos invaluables para conocer aspectos importantes de los colonos
inmigrantes. En general, los nombres y apellidos son legibles y están correctamente
escritos. Posiblemente quienes las redactaban tenían algún documento italiano sobre
cada familia que se presentaba a su pase de lista.
Por motivos ajenos a nuestra voluntad, salvo en el caso de los censos de 1895 y
1900, nunca hemos visto ninguna de las cuatro listas ni en original ni en copias
fotostáticas o digitalizadas en fotografías. El análisis que presento se basa en la
publicación de la primera, datada el 5 de diciembre de 1882, y de la última, del 1 de
agosto de 1888, tanto en Sartor y Ursini (1983) como en Zago Bronca (2007). En este
último basaré mi estudio de las dos listas intermedias: las fechadas el 1 de junio de 1883
y el 1 de marzo de 1885 (Zago Bronca, 2007).
Las tablas presentan la región o municipio de los colonos (algunos abreviados para
facilitar su lectura como Alano por Alano di Piave, Barbozza por San Pietro di
Barbozza, Volpago por Volpago del Montello, además de presentar en calidad de
municipio a algunos que lo eran en el momento de la emigración aunque hoy sean sólo
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localidades añadidas a otros municipios), el número de personas llegadas de cada zona y
después el porcentaje de cada categoría. Por falta de espacio, no se presentan los
apellidos de cada familia según su procedencia, según la intención original del ensayo.
El número de colonos fundadores también es irregular si se toma como referencia
lo reportado oficialmente (570 personas, pero tomando en cuenta dos vacantes en la
lista) y también los cálculos del historiador Agustín Zago Bronca (2007), que cuenta
568 personas pero olvida a los 5 colonos fallecidos antes de la elaboración de la
primera lista oficial que estaban destinados a fundar la colonia y alguna palabra
véneta pronunciaron también. Por tanto, de los 529 italianos que Zago propone, el
autor cuenta 534 más los 39 mexicanos: 573 fueron los colonos totales que fundaron
la Fernández Leal.
Tabla 2 - Total de 573 colonos fundadores de la Fernández Leal según región de origen enlistados el 05/12/1882
Región
Personas
Porcentaje
Véneto
457
79.76%
Lombardía
55
9.60%
México
39
6.81%
Trento
12
2.09%
Friuli
4
0.70%
Luogosano
3
0.52%
Génova
2
0.35%
Livorno
1
0.17%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
En este primer y precario asentamiento fundador de 1882, el porcentaje de vénetos
sube a un 85.58% si excluimos a los 39 mexicanos que residían más en sus casas natales
que en la colonia (Zago Bronca, 2007). A este respecto, resulta impresionante cómo
Ursini se aproximó tanto a estos porcentajes en su estudio (1983) revisando con
atención la morfología de los posibles apellidos vénetos de la lista del asentamiento de
1882, sirviéndose de los principales repertorios de onomástica, entrevistando a algunos
personajes de la zona de partida, entre la parte septentrional de la provincia de Treviso
cercana al confín del sur de la provincia de Belluno y consultando la guía telefónica del
área. Ursini hipotetizó un 84.3% de vénetos contra un 15.7% de no-vénetos o de
proveniencia incierta (Sartor, Ursini, 1983) cuando el autor de este artículo, ya con
datos precisos de los municipios de origen, calcula un 85.58% de vénetos (457
personas) contra un 14.42% de no-vénetos (77 personas).
Resulta abrumadora la presencia de 12 municipios vénetos, 8 de la provincia de Treviso y
4 de la provincia de Belluno que se impondrán en años siguientes, con predominancia
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trevisana: es decir, 448 vénetos, 299 trevisanos (66.74%) y 149 beluneses (33.26%). Sólo
eran 86 colonos de otras variedades vénetas y etnias que terminaron abandonando la
comunidad, lo que significaba un porcentaje de 83.89% sobre 16.11%.
Por tanto, con las maniobras de los agentes de emigración que, como se explicó
antes, trajeron a México un pequeño porcentaje de vénetos de Venecia, Padua y Verona
– todas ellas variedades que se perdieron – y un definitivo porcentaje mayoritario de
vénetos de Treviso y Belluno, de los cuales se perdieron las variedades de Lentiai y Mel
llegadas a la Manuel González, Chipilo estaba destinado a conservar la variedad
septentrional de la lengua véneta, también conocida como véneto de montaña, belumat,
feltrino-belunés o bajo belunés y alto trevisano (Sartor, Ursini, 1983); curiosamente,
una de las variedades más marginales de las siete provincias de la región del Véneto –
donde se le otorga mayor importancia a la variedad veneciana –, pero también lengua
materna de los dos poetas vénetos más importantes en los últimos tiempos: Andrea
Zanzotto [1921-2011] de Pieve de Soligo y Luciano Cecchinel [1947-], de Revine Lago.
Variedad rústica la septentrional: fuerte, algo árida, monosilábica y consonántica, en
ocasiones incluso más evocadora de lenguas germánicas que romances por su peculiar
caída de vocales finales y sus terminaciones en «-on» tanto en sustantivos, adjetivos y
conjugaciones verbales, contra la mayor dulzura de las variedades veneciana y otras
cercanas, más semejantes a la cadencia del italiano. Esa, la rústica de montaña, es la que
los chipileños han preservado durante 139 años, al igual que el trabajo de sus
antepasados pastores.
En cuanto al fenómeno de “segusinización”, aun si hubieran permanecido todos los
fundadores en 1882, los segusineses, con 146 personas (25.57%) habrían tenido que imponer
su variedad a un porcentaje de 74.43% hablantes de otras, incluida la mexicana local; si
contamos solamente a los inmigrados de diferentes regiones y etnias de Italia, los segusineses
habrían representado un 27.34% contra un 72.66% y, por último, tomando solamente a los
colonos fundadores de las provincias de Treviso y Belluno, la variedad segusinesa habría
representado 32.59% contra 67.41%. Lo anterior sin tomar en cuenta ese 18.48% de
segusineses que abandonó la colonia en los primeros meses de 1883: 39 individuos.
Da la impresión, entonces, de que la koiné formada en Chipilo, máxime tomando en
cuenta los porcentajes de las listas siguientes, se formó con ese 66.74% de variedades
trevisanas contra 33.26% de variedades belunesas, más que imponiéndose el segusinés.
Cabría además preguntarse por primera vez el motivo de la superioridad numérica
de ese pueblo: muy posible resulta la hipótesis de reclutadores lugareños trabajando
para los agentes de emigración, habida cuenta de la conveniencia de que alguien
conocido persuadiera a sus compueblanos en su misma lengua, factor lingüístico que
nunca ha sido mencionado en la bibliografía mexicana al respecto, pero sí para
justificar que las diferencias lingüísticas causaron la pérdida de lenguas en las
colonias fundadas excepto en Chipilo, desconociendo que el trentino, lombardo y
véneto son mutuamente inteligibles y proclives por tanto a formar una koiné. Las
explicaciones de la muerte lingüística del trentino en la Manuel González y la Díez
Gutiérrez son risibles en los dos libros dedicados a esa etnia (Tommasi, Zilli Manica,
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2006; 2007). El autor está en proceso de confirmar la hipótesis del reclutador para el
caso de Chipilo, al menos de los segusineses.
Los municipios vénetos de los que llegaron más inmigrantes son, en orden
decreciente, Segusino (211 personas), Lentiai (138 personas 18), Volpago (108
personas19), Quero (105 personas), que parecían funcionar como municipios
emigratorios y después, como también para los casos de Trento y Lombardía, los
restantes emigrantes provenían en menor cantidad de municipios vecinos o cercanos,
de modo que sí habría sido posible una koiné al menos en la Manuel González pues,
aparte de la inteligibilidad entre trentino, lombardo y véneto, todos hablaban
variedades cercanas de esas tres lenguas. Si no ocurrió este fenómeno lingüístico que
habría podido ser incluso más complejo que el de Chipilo y más parecido a lo
sucedido con el taliàn de Brasil, fue porque los colonos no necesitaron sus lenguas
para lo que les interesaba en la cotidianidad.
¿Dónde, en cambio, habría sido imposible el mantenimiento de una lengua o la formación
de una koiné entre variedades cercanas del mismo idioma o entre lenguas inteligibles por
motivos extralingüísticos?
En principio, en la Porfirio Díaz, que se desintegró en cuestión de meses en forma
masiva y en unos cuantos años más lentamente quedando sólo la familia Olivetto de
Campodoro, Padua, pese a haber sido la más numerosa en su fundación: 597 colonos
de los que quedaban sólo 19 en 1902 (Zilli Manica, 2002). Luego en la Aldana por la
raquítica cantidad de colonos establecidos, pese a ser casi todos vénetos de Volpago
y pueblos aledaños: 124 personas, de las que quedaban 89 en 1902 (Ibidem) y pese a
que hubo ahí una endogamia que casi nos llevaría a afirmar que se casaron todos con
todos según los archivos analizados, contradiciendo así los prejuicios y desatinos de
Martínez Rodríguez (2013) que atribuye la conservación del véneto chipileño a la
endogamia, a la homogeneidad de los colonos y a su sentimiento de superioridad con
respecto a indígenas y al mestizo mexicano en general cuando hoy los chipileños
tenemos que soportar los discursos de aquellos descendientes de colonias asimiladas
cultural y lingüísticamente que enarbolan sólo un apellido o su sangre como única
raíz concreta. Tampoco habría sido posible una koiné en la Díez Gutiérrez, pese a
haber contado con 410 colonos fundadores, pues se produjo una desbandada que
dejó a sólo 84 italianos en 1902 (Ibidem), aunque se alega la dispersión de esta
colonia hasta los años de la Revolución; ni tampoco en la Carlos Pacheco, quizá la
única formada en su mayoría por lombardos, pues también se disgregó de 384
fundadores a 24 personas en 1902 (Ibidem).
18
Todos ellos llegados a la Manuel González en el último viaje del vapor Atlántico. En los documentos
oficiales se consigna que en ese último viaje fueron enviadas 19 familias con 219 personas (Zilli Manica, 2002);
sin embargo, el autor contó un total de 212 personas: las 138 de Lentiai, 31 del vecino Mel, 37 de Nervesa y 6 de
Volpago. En total, los vénetos de esta colonia fueron 248 sumando a los 11 paduanos y 6 veroneses llegados en
1881 y a los 27 reubicados desde la Porfirio Díaz. Se trata, tras Chipilo, de la segunda colonia con mayor
presencia de vénetos en México.
19
Llegados casi todos a la Porfirio Díaz y a la Aldana pero todos los volpagueses de la primera
colonia fueron reubicados.
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Si bien Martínez Rodríguez (Ibidem) proporciona datos interesantes en cuanto a la
planeación, formación y desarrollo de las seis colonias, en temas culturales y
lingüísticos sus planteamientos, máxime en cuanto a Chipilo se refiere, son de una
arbitrariedad ofensiva. Llega incluso a confundir los términos dialecto, véneto e italiano
en una misma página y atribuye a la enseñanza escolar de esta última lengua – por obra
de grupos fascistas llegados al pueblo en 1924 – la conservación del véneto chipileño,
cuando está probado por los lingüistas que enseñar la lengua dominante de una nación
en vez de la minoritaria, más que fortalecimiento, implica daño (Montagner Anguiano,
2005). Opinar eso significa olvidar que para 1924 Chipilo ya llevaba 42 años hablando
su lengua y que los fascistas deseaban homologar lingüísticamente tanto a Italia como a
los descendientes desperdigados por el mundo.
Ser chipileño significa «un estigma social equivalente al de los indígenas; un estigma
que a veces se atenúa, pero otras se agrava, por atrevernos a ser tan italindios, tan
chipilindios, pero blancos» (Montagner Anguiano, 2018: sp). Es importante señalar que
tanto la cultura como la lengua de Chipilo han sido desde siempre víctimas de discriminación. Si bien es cierto que las actitudes y el prestigio lingüístico interno de los
hablantes hacia su propia lengua puede ser mucho más positivo que el de los hablantes
de lenguas originarias mexicanas, en cuanto a actitudes lingüísticas de forasteros y
prestigio externo la lengua chipileña goza de muy escasa apreciación. La discriminación
lingüística al véneto chipileño se produce cuando un foráneo cree que en Chipilo se
habla italiano20 y descubre que es un dialectito (el mexicano está acostumbrado a llamar
dialecto a las lenguas indígenas). Se dan entonces calificativos como hablan un italiano
chafa, un italiano mezclado con español o incluso hay gente que cree que la lengua
chipileña es un invento de sus propios hablantes; que los chipileños hablamos «un
italiano champurrado impuro del siglo 17» (De La Madrid, 2002: sp), publicado a nivel
nacional impunemente en el diario La Jornada. Cuando se habla de discriminación
lingüística o cultural en México es casi imposible que se enliste entre las lenguas y
culturas que sufren estos ataques a las propias de Chipilo porque son de blancos. El
lingüista véneto Michele Brunelli también denunció esta situación: «En México las
minorías son pobres y parece extraño que un pueblo de gente blanca y rubia quiera
presentarse como una minoría. Mientras, parece que un estudiante fue denunciado por
haber dicho “somos mexicanos de lengua y tradición vénetas”. ¿Ser véneto es un delito?
¿Es una culpa?» (Brunelli, 2018: 46). Lo hacen incluso los más reconocidos académicos
del racismo y la discriminación en México (Navarreteª, 2017), aun si trata el asunto de
la hoy llamada blanquitud y la mezcla racial.
Reyes Kipp (2005), más allá de las novedosas contribuciones al caso Chipilo,
también atribuye a la endogamia de los chipileños la conservación de la lengua y
cultura de Chipilo y a la exogamia de otras colonias su pérdida. Parece olvidar que
varios de sus planteamientos para la Fernández Leal se inscriben en un idéntico
20
Tal creencia no sólo se da entre la gente desinformada culturalmente, sino incluso en medios de
comunicación nacionales o en premiadas novelas de consagrados escritores mexicanos: «Si vamos a
Chipilo oirá italiano, porque allí se estableció una colonia que hace mantequilla, queso y salami», rió
Braulio (Poniatowska, 2001: 150).
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panorama para las restantes colonias italianas: «Es en el contexto de la validación
política de una identidad y cultura rural (la del pequeño propietario blanco) y de la
negación de otra (la del indio sometido al pasado colonial) que la comunidad de
Chipilo se incorpora al paisaje agrario mexicano. En este sentido, la raza y la
etnicidad se vuelven identidades políticamente relevantes» (Ivi, 20-21). Reyes Kipp
se extralimita en los privilegios recibidos por los fundadores de Chipilo por parte del
gobierno mexicano y, a diferencia de Vázquez Castillo (2007) y de Medina De
Santiago (2017), omite en su trabajo la comparación con las demás colonias, no
desmenuza las penurias vividas por los fundadores en los primeros años de la
colonia y, lo que es peor, parece olvidar que los colonos fueron traídos a México
precisamente por considerarlos agrotecnológicamente más avanzados que los
indígenas21 y que, como extranjeros, era menester que el gobierno los apoyara al
menos en los primeros años a fin de que pudieran adaptarse a la nueva nación.
Asimismo, tampoco parece interesarle el hecho de que se trató por obvias razones
de una etnia alóctona: «ni las instituciones ni los propios chipileños se ven a ellos
mismos como campesinos 22, indígenas23, peones24 o ejidatarios» (Ivi: 25). La autora
sólo logró desmentir la idea chipileña de que el ejido es ajeno a ellos. Incluso dos
colonos de la Fernández Leal fueron expulsados de Chipilo y de México tras
denunciar al proyecto de colonización como trata de esclavos blancos en un
periódico de la época (Zilli Manica, 1989).
Por desgracia, al ser en México el racismo hacia los blancos un tabú, la mayoría de los
estudios sobre Chipilo se concentran en la endogamia y el racismo de chipileños a indígenas y
21
En la tradición oral y en estudios (Sartor, Ursini, 1983; Vázquez Castillo, 2007) se menciona la
ventaja que significó el uso de la guadaña contra el tradicional mexicano del machete en la siega de
forraje a la llegada de los colonos a la Fernández Leal, el hecho de que los indígenas de pueblos aledaños
no conocían la técnica de abonar la tierra y usaban el estiércol, seco y quemado, para calentar tortillas;
incluso una exposición agropecuaria nacional en 1896 donde se exhibieron estas y otras herramientas,
técnicas, prácticas, alguna que otra vaca y hasta los zuecos de madera cuyo uso el gobierno pretendía
difundir entre los indígenas.
22
Lo fueron en los primeros años pero por iniciativa propia y como único medio de supervivencia se convirtieron lentamente en ganaderos, como bien lo exponen Vázquez Castillo (2007) y Medina De Santiago (2007).
Además, cabría revisar las diferencias semánticas y socioculturales que los colonos encontraron entre ser
campesino en el México de esa época y haber dejado de ser contadino o villico, pues en véneto chipileño se perdió
el vocablo contadín y ni el término campesino o ganadero se tomaron como préstamos, sino que se recurre a
perífrasis del tipo tener vacas, trabajar el campo y en ocasiones se usa vaquero en véneto, si bien tiene más la
acepción de empleado de establo que de dueño de él. Por último, y al menos desde la fundación de la colonia hasta
los últimos documentos de diversos registros civiles a los que perteneció la Fernández Leal hasta tener el propio
en 1954, se les calificaba en actas como campesinos, agricultores. La primera vez que el autor encontró la palabra
vaquero en el sentido de ganadero fue en el registro parroquial de Chipilo en un matrimonio de 1929. En la
actualidad se les califica como ganaderos.
23
No podían, por razones evidentes, considerarse tales: eran extranjeros, inmigrantes y pertenecían a
una etnia distinta que, como se dijo, no ha sido reconocida aún en el País. Sólo en este sentido es verdad
su afirmación de que ni las instituciones los consideran indígenas pues, como hemos visto, el propio Inali
mencionó a los chipileños sólo para excluirlos.
24
Lo fueron cuando salían de la colonia a trabajar como tales, según da cuenta Egisto Rossi (Zilli
Manica, 2002).
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mestizos mexicanos, pero el autor no ha visto hasta hoy ningún estudio serio que profundice
además en las consecuencias del sistema de castas mexicano y lo que esto provoca en la
mayoría de los intentos de acercamiento de no-chipileños a chipileños: autorracismo o
racismo inverso – muchas veces mencionado sólo para negar su existencia (Montero Flores,
2021; RacismoMX, 2020) –, clasirracismo: ni siquiera le queda claro ya al autor cómo debe
llamársele a esta práctica mexicana que aún subsiste. Incluso, hace pocos años, se ha acuñado
en México el término whitexican, en el cual los chipileños, al provenir de lo rural, tampoco
encajan (Infobae, 2021).
Considero entonces importante que los intelectuales mexicanos del racismo dejen de
tomar el encuadre estadounidense para discutir el racismo nacional: que ahonden en eso
que pasan por alto casi como si de un chiste se tratara, como la espantosa frase mejorar
la raza (Balderas, 2017: sp) y buscar otro, si no gusta el término racismo inverso para
denominar lo que el mexicano promedio anhela: blanquearse (Navarreteᵇ, 2017: sp).
Lo cierto es que, así como hay términos clasificatorios neutros y otros despectivos de
los chipileños hacia los indígenas y mestizos mexicanos, mismos que han sido puestos
en evidencia en algunos estudios (Sbrighi, 2018), también es verdad que existen
términos peyorativos de los no-chipileños hacia estos:
Está muy extendida entre quienes rodean a los chipileños la costumbre de considerarlos
racistas por el hecho de que exista en la comunidad un orgullo racial y un deseo por preservar los
rasgos que definen a los chipileños como tal.
Si bien es verdad que en los chipileños puede haber racismo, también es cierto que en muchos foráneos
existe un autorracismo que se manifiesta en la valoración que reciben los pobladores de Chipilo por ser
güeros, así como también la creencia generalizada de que los chipileños son gente vanidosa y agresiva; es una
muestra de lo que ocurre cuando chocan las culturas.
Algunos ejemplos de calificativos denigrantes que emplean los foráneos para referirse a los
chipileños son: italindios, chipilindios, italianos chafa, indios güeros. Como observamos, el
común denominador en tales calificativos es el confrontamiento del elemento extranjero con el
elemento indígena. Es decir, en la ideología del mexicano no es posible la convivencia entre lo
blanco y aquello que está relacionado con el campo. En el estereotipo mexicano sobre las etnias
blancas siempre está incluido lo estético, lo económico y lo urbano. Al ver a un güero trabajando
en el campo o entre vacas, el estereotipo mexicano se confunde y aflora entonces la palabra indio
con intenciones ofensivas.
Frecuentemente al chipileño le es negado su derecho a las raíces étnicas vénetas o italianas y como
argumento se recurre al hecho de que los chipileños han nacido ya en México y «deben aguantarse» o que
por haber nacido aquí «son más mexicanos que el nopal». Es obvio que en tales comentarios se percibe
intolerancia a la diversidad étnica (Montagner Anguiano, 2003: 152).
Para cerrar esta digresión sobre endogamia, racismo y discriminación, el autor
confiesa haber quedado atónito al escuchar al actor Tenoch Huerta, más conocido
quizá por su discurso sobre racismo que por su propio trabajo actoral, haciendo la
siguiente declaración:
Eso en el caso de las élites; en el caso de la gente común y corriente que es blanca […] que te zapeen
en la secundaria por ser blancos es producto del mismo racismo, porque has sido, te han ofendido tanto por
ejemplo por ser moreno, por ser pobre, por ser indígena, que el día que llega ese que es el objeto de tu
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deseo pero también el objeto que odias, lo vas a tratar de destruir porque estás resentido […] pero no es
racismo: es discriminación (Astillero, 2020).
Tabla 3 - Origen de los 534 colonos italianos de la lista de 1882 según su municipio de partida
Municipio
Personas
Porcentaje
Segusino
146
27.34%
Quero
105
19.66%
Lombardía
55
10.30%
Valdobbiadene
54
10.11%
Barbozza
35
6.55%
Volpago
31
5.81%
Feltre
17
3.18%
Vas
16
3.00%
Miane
13
2.43%
Maser
12
2.25%
Trento
12
2.25%
Alano
11
2.06%
Venecia
9
1.69%
Barcis
4
0.75%
Cornuda
4
0.75%
Pederobba
4
0.75%
Luogosano
3
0.56%
Génova
2
0.37%
Livorno
1
0.19%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
Ursini subrayó que los estudios exactos de las diferencias entre las variedades vénetas
trevisanas y belunesas en sus zonas limítrofes, constituidas por pueblos de ambas provincias
divididas por el río Piave, no resultan fáciles de clasificar, pues existen incluso zonas llamadas
«de interferencia trevisano-belunesa» (Sartor, Ursini: 143).
Consideramos que es en 1883 cuando se inicia el proceso de koiné de las variedades
vénetas en contacto, pues se ha ido la mayoría de lombardos, todos los trentinos, la
familia friulana y, a siete meses de fundada la colonia, quedan 303 colonos.
Es interesante notar cómo, a partir de 1883 y hasta 1888, los segusineses fluctúan entre
34.53% y 36.30%.
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Tabla 4 - Porcentajes de los 303 colonos italianos según la segunda lista del gobierno mexicano
el 1 de junio de 1883
Municipio
Personas
Porcentaje
Segusino
110
36.30%
Quero
73
24.09%
Valdobbiadene
24
7.92%
Feltre
15
4.95%
Barbozza
12
3.96%
Miane
12
3.96%
Maser
12
3.96%
Vas
10
3.30%
Volpago
8
2.64%
Alano
8
2.64%
Marnate
5
1.65%
Cornuda
4
1.32%
Pederobba
4
1.32%
Luogosano
3
0.99%
Génova
2
0.66%
Livorno
1
0.33%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
Los colonos italianos han quedado sin 231 personas que abandonaron la colonia25, con lo
cual el lombardo, que ya el 5 de diciembre de 1882 representaba sólo el 10.30%, perdió
fuerza ante el véneto. Ahora solamente son los de Marnate quienes seguirán hablando
bustocco. Sobre todo, los Colombo con sus hijos en familia, pues Lavazza se casó con una
véneta. Igual con el irpino que habló Petrillo en familia. Aunque había algunos intérpretes en
la colonia, no podemos saber en qué lengua se comunicaban estos colonos con los vénetos.
25
Medina De Santiago (2013), revisando los documentos del Archivo histórico de terrenos nacionales
al que este autor no ha tenido aún acceso, señala 227 individuos que decidieron dejar la Fernández Leal
en junio de 1883, de los que se contabilizan 94 personas en 27 familias movilizadas hacia la colonia Díez
Gutiérrez, 11 personas de tres familias hacia la Carlos Pacheco y 95 personas de 28 familias que se fueron
por cuenta propia. No proporciona apellidos de las mismas y considera aventurado proporcionar el
número de colonos que permanecieron en la colonia por la dificultad para diferenciar entre familias
nucleares y familias compuestas. Según nuestros cálculos, siendo 303 los colonos de la lista de ese año,
sólo habría 4 personas no incluidas en tal movilización: indudablemente la familia Sartor, de Volpago,
formada por cuatro individuos más un recién nacido en junio pero registrado hasta octubre de 1883:
salieron con permiso superior para separarse de la colonia, hecho notificado formalmente el 24 de febrero
de 1885 (Zilli Manica, 2002).
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Tabla 5 - Porcentajes de 315 colonos italianos, según la tercera lista del 1 de marzo de 1885
Municipio
Personas
Porcentaje
Segusino
109
34.60%
Quero
76
24.13%
Valdobbiadene
33
10.48%
Feltre
16
5.08%
Barbozza
15
4.76%
Miane
14
4.44%
Maser
11
3.49%
Vas
9
2.86%
Volpago
9
2.86%
Alano
7
2.22%
Marnate
5
1.59%
Cornuda
4
1.27%
Luogosano
4
1.27%
Pederobba
2
0.63%
Livorno
1
0.32%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
De 1883 a 1900 la situación de la lengua en la comunidad no cambió de modo
significativo en cuanto a las variedades lingüísticas en contacto ni en número de
hablantes. El uterotopo sloterdijkiano se afirmaba, así, con su fonotopo impenetrable
durante décadas, sin olvidar las restantes dimensiones de la reducida isla antropógena
que ya era el primer Chipilo.
En cuanto a los dos censos, el primero fue realizado el 2 de agosto de 1895 y el
segundo el 28 de octubre de 1900. En 1895 existían en la Fernández Leal 447 colonos,
si bien aparecen 445 personas censadas por haber dos nombres encimados en los
números 238 y 338.
Son 438 colonos vénetos y lombardos: aparecen las familias Crivello-Zanatta llegada
de la Manuel González, Codemo-Nani y Nani-Forni de Alano en Belluno. Y por fin
aparecen los tres piamonteses que dejarían numerosa descendencia: Galeazzi de Arona
(Novara), Dossetti de Martiniana Po (Cuneo) y el ingeniero civil Orlansino de Biella,
todos casados con vénetas. Asimismo, el genovés Luigi Gardella, cocinero, también
casado con una véneta; además de 6 mexicanos: la familia Brito, a la cual pertenecía la
maestra de la colonia, que se casaría con tres vénetos; además de Febronia Aguilar,
originaria de San Nicolás de los Ranchos, Puebla, que contrajo nupcias en 1894 con
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Giovanni Battista Nani, originario de Alano en Belluno: el primer matrimonio
exogámico de la comunidad.
En el censo de 1900 – el último que conocemos, cuando el actual Chipilo dejó de ser
colonia en 1899 para convertirse en pueblo – encontramos 494 personas: 487 de origen
italiano más sus hijos mexicanos de primera generación y 7 mexicanos.
Ese número reducido de hablantes, tan sólo 487 personas, representa la última pista
que tenemos de los perpetuadores del véneto-chipileño hablado hasta hoy, cantidad que
pronto se reduciría por la salida de ocho familias, todas vénetas, a otras zonas de
México. En dieciocho años de existencia de la colonia, esta lengua minoritaria fue
arraigada y consolidada siempre por una cantidad menor a los 500 hablantes.
Tabla 6 - Porcentajes de 333 colonos italianos, según la última lista elaborada del 1 de agosto de 1888
Municipio
Personas
Porcentaje
Segusino
Quero
115
80
34.53%
Valdobbiadene
34
10.21%
Feltre
17
5.11%
Miane
14
4.20%
Volpago
12
3.60%
Alano
11
3.30%
Vas
12
3.60%
Barboza
9
2.70%
Marnate
8
2.40%
Maser
7
2.10%
Luogosano
5
1.50%
Cornuda
4
1.20%
Pederobba
2
0.60%
Livorno
3
0.90%
24.02%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
Hay, sin embargo, una cifra de 1902 que resulta todavía más inquietante: en la visita
que hizo Egisto Rossi a las colonias fundadas, encontró que para ese año los habitantes
del actual Chipilo eran sólo 366 y atribuye tal número a la estrategia de trabajar e
incluso vivir fuera de la comunidad por la insuficiencia de recursos que la misma
ofrecía. Algunos se ausentaban durante toda la semana de modo temporal y otros
residían fuera por más tiempo, lo que vuelve aún más sorprendente no sólo la
Anno XIV, Numero 26, Gennaio 2022, Issn 2035-6633
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conservación de la lengua sino incluso la permanencia de la comunidad en sí (Zilli
Manica, 2002).
Entre 1882 y 1900 se registran en suelo chipileño 86 matrimonios entre los
colonos (también los primeros exogámicos: Nani-Aguilar en 1894 y Zanella-Brito en
1895). Resulta hoy imposible saber cómo se habló en casas de cónyuges nacidos en
diferentes pueblos de Treviso y Belluno, cómo fue la adquisición lingüística de sus
hijos. Finalmente, la verdadera escuela del véneto-chipileño, en opinión de este
autor, se dio fuera de cada familia. Siempre, hasta hoy, se impuso la colectividad
sobre individuos y familias que debían dejar atrás idiolectos y ecolectos para
adaptarse a la dinámica social del enclave.
7. Hipótesis sobre la koiné que creó la variedad véneto-chipileña
Es necesario reconocer que la conservación del véneto chipileño, antes de entrar en
hipótesis sociolingüísticas, se debió, en primer lugar, a los errores logísticos cometidos
por el gobierno mexicano, como el muy reducido número de hectáreas asignadas: 643.3,
según datos proporcionados por el licenciado Arturo Berra, presidente del archivo
histórico de Chipilo, situación que creó una comunidad compacta. En ese sentido, el
patrimonio cultural intangible vivo de la comunidad es una anomalía resultante de las
corrupciones y descuidos gubernamentales mexicanos, por no ir más atrás y mencionar
las bajezas cometidas por agentes de emigración italianos y la muy posible presencia de
al menos un reclutador ilegal nativo de alguno de los pueblos vénetos de origen. La
sospecha recae sobre un segusinés que debió verse recompensado precisamente por la
cantidad de gente salida de ese municipio.
Con los datos expuestos, bien se puede hipotetizar una pequeña y pronta koiné en la
Fernández Leal, favorecida por la relativa cercanía de los pueblos trevisanos y
beluneses involucrados, sin ningún municipio líder.
Para finalizar con los números, se muestra el origen de las 33 familias o apellidos del
actual Chipilo. Los apellidos se reportan como eran escritos en Italia y, en caso de
haberla, la tergiversación gráfica que sufrieron con la emigración y los años. Son
solamente los apellidos paternos vigentes en la comunidad, iniciando con los vénetos y
terminando con las otras dos etnias. No se incluyen apellidos de chipileños emigrados.
Las diferencias más notorias entre variedades cercanas pero cambiantes sobre todo
en algunas cuestiones de léxico y fonéticas debieron irse perdiendo para no desentonar
en las conversaciones que, durante los primeros años, según se relata oralmente, eran
colectivas, como al reunirse los colonos para desgranar maíz y otras labores.
Conociendo a los actuales chipileños y basándonos en la tradición oral y en la
motivación de ciertos sobrenombres personales o familiares26, quien hablaba distinto
26
Con la muerte de las lenguas étnicas, por cierto, vemos también cómo en las colonias asimiladas los
descendientes desconocen del todo la costumbre tan étnico-véneta de poner sobrenombres familiares en
los pequeños pueblos de origen, que en Chipilo no sólo se mantienen sino que están en continua
renovación (Sartor, Ursini, 1983), ya que forman parte de la propia lengua; vemos también cómo
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140
Visioni LatinoAmericane
podía ser blanco de burlas e incluso ser «bautizado» con un sobrenombre. No resulta
difícil imaginar el afán de evitar la pronunciación de palabras, expresiones o fonemas de
un ecolecto.
Meo Zilio en su estudio sobre Chipilo, lo plantea así: «Es probable que algunas de
las variedades dialectales, al inicio de la comunidad, caracterizaran a hablantes
provenientes de localidades diversas, incluso en el ámbito del mismo dominio
altovéneto. Después ellas deben haberse mezclado en la koinè, generalizándose y
volviéndose patrimonio común, con la posibilidad de oscilar y ser semánticamente
intercambiables incluso al interior del habla de los individuos» (Meo Zilio, 1987: 262).
La variedad chipileña actual no está por completo estandarizada. Existen ciertas
variantes en léxico, conjugaciones, preposiciones y fonemas incluso dentro de una
misma familia.
No se trata solamente de la variedad del véneto chipileño, que no es igual a
ninguna otra del mundo por sus características geográfico-socioculturales, sino
también del “español chipileño”27, es decir, el dialecto del castellano mexicano
hablado sólo por chipileños.
pronuncian sus apellidos castellanizándolos como sucede a veces en Argentina, mientras que en Chipilo
aún se pronuncian en véneto pese a que desde antes de emigrar se haya impuesto una escritura oficial
italianizada o se hayan tergiversado en México (por ejemplo la pronunciación véneta de Crivel – que
significa criba –, la escritura italiana Crivello y la tergiversación mexicana Crivelli), o han dejado de
comprender su significado en lengua étnica. Para ejemplo mencionamos el hecho de que creen que el
apellido Tagliapietra (picapedrero) es Italiapietra (Italiapiedra) o cómo, al enterarse del sobrenombre
Andolet (del véneto àndol: ángel en diminutivo), lo toman como nombre de clan sin significado y, al
explicárselo, creen que era debido a alguna connotación religiosa y no por llamarse Angelo el emigrante o
sus ancestros. El autor constató en diveros archivos vénetos la importancia de estos sobrenombres
familiares, muchos de ellos documentados desde el siglo XVI, que casi fungen como un segundo apellido
o incluso como un auténtico apellido cotidiano, no oficial, de los campesinos vénetos; en municipios
como Seren del Grappa en Belluno, del que sólo se conoce la llegada de la esposa de un fundador de
Chipilo, era anotado el sobrenombre incluso en el registro civil. Los habitantes del actual Chipilo no
saben los nombres oficiales de sus calles y se guían por topónimos vénetos o sobrenombres de quienes
viven en la zona (incluso se hace cada vez más fuerte el reclamo de renombrar calles con estos criterios);
también se han dado casos de forasteros que preguntan por alguien con nombre y ambos apellidos y el
vecino o incluso la madre del mencionado llegan a desconocerlo hasta que, con cierta timidez, la persona
menciona, para más señas, el sobrenombre, y de inmediato el lugareño da con la persona buscada. El
sobrenombre familiar por lo general no tiene la carga ofensiva que pudiera mostrar uno personal.
Mientras más escasa la población de un municipio véneto, más homonimia y, por tanto, más necesidad de
sobrenombres. En Chipilo algunos sobrenombres familiares pasaron de esposa a marido. Muchos de ellos
están aún vigentes en los pueblos de origen y han servido a chipileños que viajan para encontrar
familiares de la misma rama que sus antepasados pese a existir en el lugar más familias con idéntico
apellido. En el caso del autor, no es lo mismo un Montagner Botèr de su rama que uno Munèr o
Prìnzhipo. Tampoco es infrecuente encontrar en documentos oficiales mexicanos de la Fernández Leal un
sobrenombre en lugar del apellido.
27
Hace años, el autor lo denominaba “español venetizado” (Montagner Anguiano, 2003).
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Tabla 7 - Origen de los 33 apellidos actuales de Chipilo: 10 familias llegadas de Segusino
(30.30%) contra 23 (69.70%) de otros lugares
Municipio
Familia(s)
Cantidad
Porcentaje
Segusino
Berra, Bronca, Martini, Mello [Melo], Minute
[Minutti], Montagner, Salvador [Salvatori],
Zago, Zanella-Coppe, Zecchinel o Zecchinello
[Zecchinelli].
10
30.30%
Quero
Bagatella, Faccinetto [Fascinetto], Mazzocco,
Specia [Spezzia], Stefanon [Stefanoni].
5
15.15%
Valdobbiadene
Pilon o Pillon [Piloni], Sebenello [Sevenello],
Simoni, Vanzin [Vanzini].
4
12.12%
Feltre
Bortolot o Bortolotto [Bortolotti], MerloZabona.
2
6.06%
Miane
Bortolini, Merlo-Monegat.
2
6.06%
Volpago
Mion [Mioni].
1
3.03%
Maser
Precoma.
1
3.03%
Cornuda
Barbisan [Barbizani].
1
3.03%
Vas
Zanella-Dallo.
1
3.03%
Barbozza
Crivel o Crivello [Crivelli].
1
3.03%
Piamonte
Galeazzi (Arona), Dossetti (Martiniana Po),
Orlansino (Biella).
3
9.09%
Lombardía
Colombo, Lavazza [Lavazzi] (Marnate, Varese).
2
6.06%
Fuente: Elaboración del autor con datos de registros civiles y parroquiales italianos y mexicanos
consultados a lo largo de su investigación (2014-2021).
Se trata de un castellano popular, aprendido de los pueblos aledaños que alguna vez
hablaron náhuatl28, más calcos lingüísticos del véneto, cuando no directamente
introducir algún vocablo véneto al hablar castellano, y también circunstancias fonéticas,
como la imposibilidad de algunos hablantes de pronunciar la /r/ y la /rr/, que produce
frases como «perro los peros no ladraron»; o la interesante transferencia de los
adverbios vénetos su y do (arriba y abajo usados en sintagmas verbales como ndar su
28
De hecho existen en el propio véneto chipileño algunos nahuatlismos tempranos estudiados por este
autor que presentan la curiosidad de que los primeros colonos escuchaban vocablos terminandos en /e/ o
en plural /es/ y los creían sustantivos femeninos (como “scarp-a”, zapato, y “scarp-e”, zapatos), lo que
produjo que en véneto y también en español chipileño algunos hablantes digan aguacata y chila en vez de
aguacate y chile) (Ibidem).
Anno XIV, Numero 26, Gennaio 2022, Issn 2035-6633
142
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para subir y ndar do para bajar) que son traducidos literalmente en español chipileño:
frases como «subí a tu casa pero no había ninguno» por «fui a tu casa pero no había
nadie». Otro caso interesante es el uso como alófono de la fricativa postalveolar sorda
/ʃ/ en sustitución, sobre todo en el sexolecto masculino arcaizante, de la fricativa
alveolar sorda /s/ o “ese sorda”, lo que produce frases como “shon mi” (soy yo) o
“shtamatina ò moldesht” (esta mañana ordeñé). Lo más curioso es que hay casos en que
este alófono es reproducido no en véneto sino sólo en español chipileño.
Para finalizar con los calcos, hay que mencionar que, en véneto chipileño, taliàn
significa tanto el gentilicio chipileño como la lengua chipileña, mientras que mesicàn
significa tanto mexicano como no-chipileño. Innumerables malentendidos involuntarios
de lugareños diciendo en español: «hablo italiano», «no era italiano sino mexicano» o
peor, por la semejanza entre el sustantivo paese con acepción de pueblo y país: «¿Por
qué vienen los mexicanos a nuestro país si les molesta el olor a vaca?».
8. Situación actual de Chipilo: autoctonía-aloctonía, alarido, duelo y mito
La vitalidad del véneto chipileño no pinta nada bien. Esta lengua, así como también
la variedad chipileña, están incluidas como vulnerables en el Atlas interactivo Unesco
de las lenguas en peligro en el mundo (Moseley, 2010). Desde 1980, pero más a partir
de 1990 y años recientes, vemos un ataque de empresarios y funcionarios que pretenden
lucrar con Chipilo, como también por especuladores inmobiliarios que buscan
gentrificar la comunidad convirtiéndola en «la pequeña Italia de México». La idea
surgió del éxito del pueblo artificial inspirado en la Toscana con intereses económicoturísticos de nombre Val’Quirico en Tlaxcala29; por tanto, lo que ocurre bien podría
llamarse «val’quiriquización de Chipilo».
Para peor, hace años los políticos de la ciudad de Puebla idearon la expansión
incontenible de la misma precisamente en la zona conurbada aledaña a Chipilo,
ofreciendo «la zona más exclusiva de Puebla» sobre tierras malbaratadas de pueblos
grises, casi fantasmales, habitados por mujeres, niños y ancianos porque su juventud
fluctúa entre trabajar en establos o carpinterías de Chipilo y lanzarse como
indocumentados a Estados Unidos, situación que los chipileños conocen gracias al trato
con sus lugareños. La intención es unir Puebla con el municipio de Atlixco a través de
la carretera federal que los separaba años atrás con paisajes de pueblos rezagados, hoy
convertidos en fachadas con toque urbano y esnob, aunque detrás continúe el rezago.
Será difícil resistir a la presión de pueblos aledaños que se han vendido a
desarrolladores voraces. Asimismo, se reducen establos chipileños que sucumben y
aumentan anuncios de venta o renta de terrenos y casas.
¿Cuántos hablantes de véneto chipileño somos hoy en todo México?
Quien desee profundizar, vea: Bienvenidos a Val’Quirico en https://valquirico.com y los tantos
videos en YouTube explicando el lugar.
29
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143
Visioni LatinoAmericane
No lo sabemos. Esa cifra no la conocemos ni siquiera para los hablantes en el propio
Chipilo (mucho menos para los hablantes que radican en otras zonas de México), ya que
nadie ha realizado la labor de censarlos.
En este mismo sentido se pronuncia Galván Rodríguez (2017) al recurrir al Inegi
para afirmar que en Chipilo, en 2010, había 3,493 habitantes, aunque también logró
hallar una posible cifra de venetófonos en México muy inferior a la que sus
hablantes suponen.
El número de hablantes de esta variante es difícil de determinar por varios factores.
Primeramente, el chipileño no se encuentra en el listado de lenguas nacionales de México, por
lo que sus hablantes carecen de derechos lingüísticos (al igual que otros grupos de orígenes
migratorios dentro de México, como los gitanos hablantes de romaní o los menonitas
hablantes de plautdietsch). Debido a esto, no existen escuelas en la comunidad que impartan
educación en chipileño, lo que ha provocado una serie de problemas, como el analfabetismo
en véneto y la preferencia del español sobre el chipileño. De igual forma, el véneto no es
considerado en los censos poblacionales que realiza el Inegi, por lo que no existe un dato de
esta institución con respecto al número de hablantes de chipileño. Sería difícil hacer un conteo
por parte de la comunidad, pues es sabido que muchos chipileños han emigrado a otras zonas
del País y la mayoría de ellos aún conservan la lengua, por lo que contar a los hablantes de
véneto sólo en Chipilo no sería suficiente para tener una cifra real del número de hablantes en
México. No obstante, Ethnologue cuenta con un dato de 2011, el cual señala la existencia de
2,500 hablantes. Es una lengua vital, pues aún es enseñada a los más jóvenes y su uso es muy
cotidiano entre los chipileñoparlantes. Aun así, se puede considerarla en riesgo por su
reducido número de hablantes y por la constante presión que el uso del español ejerce sobre
los habitantes de Chipilo (Galván Rodríguez, 2017: 10-11).
Tres palabras que me impresionaron, inspirándome, inquietándome: tres simples
palabras que, en mi sentir, resumen lo que Chipilo, su lengua y elementos culturales
han sido desde 1882 hasta hoy: suscitar un mundo. Esas palabras provienen del
párrafo final de la introducción que Sartor y Ursini escribieron en 1983: párrafo
visionario y vigente a 40 años del estudio que ambos realizaron en Chipilo durante
la hermandad con Segusino.
Chipilo hoy no es ya una isla, si es que alguna vez lo fue; y si en los más viejos es todavía
fuerte el llamado de Italia, reforzado hace cincuenta años, por más que haya sido en modo retórico
e instrumental30, en los más jóvenes una lengua aprendida de los padres no basta para suscitar un
mundo. Fuera de Chipilo, a pocos kilómetros, está Puebla, una enorme ciudad con sus industrias,
sus escuelas, sus espejismos, diferentes de los de Chipilo, que con sus miles de vacas y sus quesos
constituye la riqueza, pero también el límite insuperable dentro del cual se consuma una imagen
del mundo. Por esto, en su devenir, en sus potencialidades, Chipilo permanece con un capítulo
abierto; y su cultura está en su vitalidad (Sartor, Ursini 1983: 11).
Ya no son tantas vacas y los quesos están al servicio del turismo. Puebla más
cerca que nunca: llega ese día: cuando acabaremos como una colonia más de Puebla.
30
Se refieren al periodo en que el fascismo llegó como infortunio sólo a Chipilo y a ninguna de las
cinco colonias restantes, allá por 1924, traído por el entonces cónsul de Italia, Carlo Mastretta.
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La distancia que antes separaba a chipileños de poblanos se ha desintegrado con
modernas carreteras.
Si antes Chipilo debía defenderse del exterior, hoy debe defenderse también de algunos
lugareños o incluso forasteros ambiciosos que han llegado al pueblo a hacer vida, prole,
carrera política: a lucrar y apoderarse del territorio chipileño a ultranza (Nucamendi,
Arellano, 2020). Son varios los proyectos inmobiliarios ante los que el pueblo ha tenido
que desarrollar activismo a fin de suspenderlos. También han aparecido descendientes
asimilados que sólo ven un botín en donde ni nacieron ni vivieron: especuladores
inmobiliarios cuyo proyecto «ofrece reflejar el estilo de vida de las familias fundadoras de
esta región del véneto, con “estilo toscano”, una combinación que se antoja complicada,
dado que se trata de regiones distantes: la primera al Nororiente y la segunda en el Norte
de Italia» (Vázquez, 2018, sp).
Ya no existe ese límite insuperable dentro del cual se consuma una imagen del
mundo. Yo mismo escribiendo estas líneas soy prueba de ello. Sí: a muchos chipileños
actuales parece seguir bastándoles esa lengua aprendida de los padres para suscitar un
mundo, usando el castellano para comunicarse con los forasteros que trabajan en
establos o carpinterías, sin mencionar monstruos espantosos como la penetración del
narco en el pueblo; pero un castellano también para estudiar cada vez más carreras
universitarias; la exogamia hoy en día está lejos de ser el fenómeno aislado de antaño.
Con el mundo que esa lengua suscita es posible, me consta, escribir libros o llevar una
existencia casi monolingüe en véneto aunque, del mismo modo, la lengua chipileña ya
no es la única en detentar la emotividad de sus hablantes y el castellano ha dejado de ser
sólo lengua funcional (Montagner Anguiano, 2003).
¿Basta o no basta esa lengua para suscitar un mundo?
La respuesta no importa mientras el pueblo siga viéndonos nacer y morir y ella nos
anteceda y sobreviva, mientras se continúe hablando espontáneamente, no sabemos
hasta cuándo.
Quedan aún elementos pendientes de investigación relacionados con la identidad más
profunda, que también parecen haberse conservado al menos hasta cierta década y no se
sabe si provenían de la colectividad o de ciertas familias, como ese hombre fallecido por
la década de 1970 que, recuerdan sus descendientes, invocaba a Reitia, la diosa de los
venéticos o paleovénetos, para pedir que lloviera, además de otros elementos incluso
supersticiosos pero que se han perdido del todo en las colonias asimiladas lingüística y
culturalmente, como la tradición oral y la historia de la brujería chipileña aún vigente en
la comunidad mientras que, al preguntar en los pueblos de origen, parecen no saber ya
nada al respecto.
Falta un estudio serio sobre los motivos por los que el nefasto fascismo llegó
solamente a Chipilo y no a otras colonias, falta un estudio profundo sobre la identidad
chipileña, posiblemente con un enfoque psicosocial que explique la hiperactividad,
nerviosismo y ciertas adicciones colectivas de las que hemos ido tomando conciencia
sólo por la sorpresa de los forasteros que venden cigarrillos en el pueblo como en
ninguna otra zona de la provincia de Puebla, cuando ven a lugareños llevando sus
bebidas alcohólicas en mano por la calle usando vasos de vidrio en vez de envases
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desechables o aquellos médicos azorados ante la cantidad de antidepresivos y
ansiolíticos que la comunidad consume. Cosas escuchadas por la sorpresa de quien
visita Chipilo, ausentes los estudios del caso.
¿Se debe esto último a una predisposición genético-psicológica de los vénetos, al
aislamiento sociocultural de una minoría que se siente en vilo o acaso será el llamado
síndrome de Ulises o síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple (Achotegui,
2019-2020)?
¿La atmósfera indudablemente fúnebre y resignada que acompañó durante toda su
historia a los fundadores y a sus descendientes chipileños será acaso el duelo migratorio
transgeneracional descrito por el psiquiatra español Joseba Achotegui?
Esa atmósfera la menciona Mircea Eliade y todo chipileño la entenderá al leerla: «En
la muerte, se desea reencontrar la Tierra-Madre y ser enterrado en el suelo natal»
(Eliade, 1981: 87), aunque en el caso chipileño va inevitablemente seguida de un triste
pero no se pudo con ninguno de ellos.
Y aquí cabría preguntarse si las tesis de Achotegui (2009; 2014) en cuanto al
síndrome de Ulises o síndrome del emigrante con estrés crónico y múltiple podrían ser
ampliadas de su enfoque clínico y actual al terreno de lo psicosocial y en emigraciones
más antiguas, como la que nos ocupa.
De ser así, los estresores de los inmigrantes en situaciones extremas descritos por
este psiquiatra, tales como el duelo por el fracaso del proyecto migratorio y la lucha por
la supervivencia también habrían tenido relación con la peculiaridad de Chipilo desde su
fundación hasta la actualidad.
Igualmente resulta interesante plantear lo que Achotegui (Ibidem) llama duelo
migratorio múltiple y transgeneracional, con sus siete duelos: la familia y los amigos, la
lengua, la cultura (costumbres, religión, valores), la tierra (paisaje, colores, olores,
luminosidad), el estatus social (papeles, trabajo, vivienda, posibilidades de ascenso
social), el contacto con el grupo étnico (prejuicios, xenofobia, racismo y los riesgos para
la integridad física (viajes peligrosos, riesgo de expulsión, indefensión) (Achotegui,
1997-2021). Quizá valdría la pena tomar ese enfoque para hacer un estudio comparativo
entre las seis colonias, pues algunos de esos duelos debieron ser comunes a todas ellas,
mientras que otros se intensificaron y cronificaron sólo en Chipilo.
El duelo por la lengua se ha comenzado a sentir en Chipilo apenas unas décadas
atrás, por la introducción de préstamos del castellano, por los nuevos chipileños que ya
no la adquieren y por el hecho de notar que, al ser lengua de una etnia alóctona no
reconocida en México, tanto ella como la cultura étnica corren posiblemente más
riesgos de perderse.
Aquí cabe preguntarse, no sin inquietud, cómo será esta pérdida lingüística, de darse,
pues, como se ha mostrado en este escrito, el fenómeno de conservación lingüística ahí
ocurrido sobrepasa con mucho lo previsto por los lingüistas que han establecido un arco
temporal de tres generaciones para la extinción o muerte de una lengua minoritaria de
inmigración. Hoy en día Chipilo tiene a su quinta y sexta generaciones de hablantes, aun
niños, y la comunidad ya no está en los tiempos donde quienes la hablaron en principio no
sabían que eso era un patrimonio cultural, intangible, valioso; hoy cualquier chipileño, por
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poco escolarizado que esté, sabe que su lengua vale, que interesa, pues ve los reportajes,
documentales y estudios que se realizan con cada vez mayor frecuencia en su pueblo o al
menos sabe de ello.
Asimismo, hoy los chipileños también cuentan con el espejo de lo que son, anhelan,
poseen, enarbolan y aparentan los descendientes de las otras comunidades fundadas, y
pueden decidir si desean convertirse o no en eso. De manera colectiva, tanto chipileños
cultos como incultos conocen el significado de haber mantenido por más de un siglo esa
lengua y demás elementos culturales que les han sido heredados. Pase lo que pase, la
decisión final de continuar con ello, ya sea de modo espontáneo, de ser posible, o
fortaleciéndolo con políticas por sus derechos lingüísticos asentados en la Unesco e
instituciones gubernamentales mexicanas, recaerá siempre y sólo en la colectividad, así
como fue desde lo colectivo que tal fenómeno surgió. No es posible saber qué
consecuencias psicosociales acarrearía a estas alturas dejar que tal patrimonio se pierda.
¿Acaso viene una liberación del estigma de ser chipileño o una culpa colectiva?
El duelo por el estatus social, que debió elaborarse rápidamente en colonias como la
Manuel González donde de agricultores pobres pasaron a ser cafeticultores exitosos que
en 1887, por motivaciones socioeconómicas entendibles, pidieron nacionalizarse
mexicanos, mientras que en la Fernández Leal parecieron pasar de lo que eran en sus
pueblos de origen a una condición aun peor, pues siguieron empobrecidos pero en una
nación extranjera y tuvieron que convertirse en braceros fuera de su colonia durante
años a fin de lograr la mera supervivencia.
En cuanto al duelo por la tierra y el paisaje, resulta interesante notar cómo las dos
únicas colonias que permanecen se oponen tanto en este punto.
Los colonos de la Manuel González sufrieron una modificación paisajístico-climática
menos traumática que los de la Fernández Leal, ubicados en una absoluta llanura con
clima templado, escasa flora y fauna comparada con la de sus lugares de origen y
también con la de los municipios de Zentla y localidades como Zocapa del Rosario y el
municipio de Huatusco que forman a la Manuel González.
Si hubo un hombre que dedicó su vida a explorar las relaciones entre paisaje, lengua
y cultura, este fue el poeta véneto Andrea Zanzotto, originario de Pieve di Soligo,
pueblo cercano a los natales de los fundadores de Chipilo. Ante el planteamiento de si
consideraba que este radical cambio de paisaje pudo haber impactado también para que
los colonos de la Fernández Leal mantuvieran su identidad y lengua, Zanzotto escuchó
atentamente y respondió que sí era posible (entrevista del autor a Andrea Zanzotto
audiograbada en véneto el 14 de junio de 2010 en Pieve di Soligo).
Uno de los primeros duelos de la comunidad – acaso un mito fundacional y funcional
– es el que indica, por tradición oral, que el vapor Atlántico, propiedad de Dufour y
Bruzzo, llegado en septiembre de 1882 se hundió en el puerto de Veracruz tan pronto
desembarcaron (Sartor, Ursini, 1983), aunque el historiador de Chipilo asegura que esto
no fue así y que el vapor siguió funcionando (Zago Bronca, 2007). Comoquiera que
haya sido, lo interesante radica en el relato de ese hundimiento: una manera de
desalentar la esperanza colectiva de volver a la tierra natal con vistas a hacer que los
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colonos se aplicaran a la realidad por adversa que fuese, al menos en la parte inicial
inmediata de la fundación de la colonia (Montagner Anguiano, 2003).
¿Son esa atmósfera y esos duelos lo que el autor ha descrito como urlada (alarido en
véneto) y que consistiría en la sensación, por así decirlo, psico-sonora, de una urlada
colectiva que algunos todavía llegamos a percibir incluso en la propia entonación y
ciertas inflexiones tanto del véneto como del español chipileño?
No se trata de un sonido concreto o una psicofonía, aunque no falta quien lo describe
con tintes cuasi paranormales, sino de algo muy complejo, entre abstracto y concreto, un
eco colectivo que los chipileños sabemos distinguir.
Algunos coetáneos del autor han comentado esta sensación tras leer el libro de varia
invención Ancora fon ora (Montagner Anguiano, 2011) que reúne una novela, relatos y
poemas en véneto. Las partes que mencionan este alarido son, traducidas literalmente:
Todo lo que gritaron a escondidas nuestros abuelos y padres, lo que gritamos nosotros y también
nuestros hijos. En Chipilo todavía puedo oír el alarido que hicimos. ¡Fue un alarido de más de un
siglo!» (Montagner Anguiano: 163)
y
Bajo la luna que era de los vivos y de los muertos de cualquier siglo […] pensaba, sabía que un
alma aún no nacida se acordaba de él tras la ventana del tiempo […]; casi era un alarido esta
sospecha, esta seguridad, como sentir que se tenía abuelos nunca nacidos. Así era este lazo que lo
mezclaba con una tarde y un lugar quizá justo de su pueblo, pero de otro tiempo (Ivi: 265).
Entre los chipileños que han comentado algo sobre la urlada, una de ellas, Amparo
Mazzocco, en conversación informal con el autor, ha calificado a los chipileños nacidos
en la década de 1970 como la generación del dolor, argumentando que las generaciones
de décadas anteriores no conocieron el actual Chipilo – desordenado, caótico, víctima
de la urbanización salvaje y con la lengua véneta ya mostrando visos de decadencia –,
mientras que los nacidos en décadas más recientes sólo conocen este nuevo Chipilo que
para los de la posible generación del dolor es ya aquel tan temido e indeseado porque
vivieron en carne propia las últimas etapas del Chipilo de na olta (de antes). Amparo
también habla de que Chipilo es el único agujero que tenemos en este mundo y que, de
perderlo, no habrá ya dónde refugiarnos.
Alfredo Dossetti, en cambio, lo describió a petición del autor.
Es un alarido, un llamado que se convierte en oraciones o cantos perceptibles en el viento, en
los rincones de Chipilo; son siempre de dolor, lamentos sin identificar aún exactamente qué piden
o adónde quieren llevarnos. Y siempre son en véneto, a veces palabras que no puedo distinguir por
estar todas juntas, en muchas voces superpuestas pero siempre en véneto (Alfredo Dossetti, 30 de
agosto de 2021).
Otros lugareños oscilan entre describirlo como algo sobrehumano o quizá lo que, de
vuelta con Eliade, tanto nuestros antepasados fundadores como nosotros, pese a ser
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mexicanos pero pertenecientes a una etnia con una lengua propia, hemos perdido: la
autoctonía.
Incluso entre los europeos de hoy día perdura el sentimiento oscuro de una solidaridad mística
con la tierra natal. Es la experiencia religiosa de la autoctonía: los hombres se sienten «gentes del
lugar», y es este un sentimiento de estructura cósmica que sobrepasa con mucho el de la solidaridad familiar y ancestral (Eliade, 1981: 87).
En todo caso, llama la atención del autor que Eliade asocie en una misma página lo
que se ha discutido aquí: la autoctonía y el deseo de ser sepultado en la tierra natal:
Y las inscripciones sepulcrales romanas delatan el temor de tener las propias cenizas enterradas
en suelo foráneo y, sobre todo, el gozo de reintegrarlas a la patria: hic natus hic situs est (CXLIX,
v, 5595: «Aquí nació, aquí fue depositado»); hic situs est patriae (viii, 2885); hic quo natus fuerat
optans erat illo reverti (v. 1703: «Allí donde nació, allí ha deseado regresar») (Eliade, 1981: 87).
La aloctonía en vilo de los chipileños está lejos de estabilizarse, si es que esto llega a
ocurrir, por todo lo que los constituye y que es rechazado mayoritariamente en la nación
donde han nacido.
Un caso si se quiere inverosímil pero que fue vivido de modo dramático por los
chipileños de la época sucedió cuando en San Gregorio Atzompa, cabecera municipal
de Chipilo, se supo sobre los festejos que se realizarían en 1982 para el centenario del
pueblo. El autor, que por esas fechas tenía 7 años de edad, recuerda aquella tarde en que
Martín, el niño de ese pueblo que trabajaba en el establo familiar, contó cómo varios
grupos de atzompences habían paseado por las calles de Chipilo para elegir la casa en la
que vivirían cuando los chipileños fueran devueltos a sus pueblos en Italia, una vez
terminadas las celebraciones por la fundación.
Ese hombre que ordeñaba, el padre del autor, se levantó perplejo y pidió a Martín
que repitiera sus palabras. Al convencerse de que había escuchado bien, su reacción fue
desmedida, rayana en la furia y la desesperación. Martín dio detalles del número de
atzompences hurgando el pueblo y también de las casas ya elegidas. Un pueblo
fantasma: eso iba a ser Chipilo tras cumplir su misión de cien años en México, según la
concepción de los habitantes de la cabecera municipal. Pueblo vacío de lugareños,
porque las casas, establos y comercios quedarían en pie, con todo su patrimonio.
El episodio es ambiguo y, por supuesto, no se concretó, pero fue comentado por la
comunidad. Muchos lo tomaron como un mito; otros estaban preocupados al grado que
no faltó quien recordara la época de la Revolución, cuando Chipilo logró repeler el
ataque de zapatistas numéricamente superiores.
Comoquiera que haya sido, el asunto evidencia la fragilidad de esa aloctonía tanto en
la concepción de los habitantes de pueblos aledaños como en la de los propios
chipileños. Resulta triste admitir que los chipileños jamás han dejado de ser refugiados
ante los ojos de un México que, al ignorar su propia historia nacional, desconoce la
minoritaria de los demás.
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Mas el mito y la ficción suelen mostrar aquello que el rigor histórico rara vez se
permite registrar.
Este peregrino episodio, como tantos otros que los chipileños viven en el mismo
sentido quizás a diario, condensa aquella horripilante sensación: como si las nueve
dimensiones de Sloterdijk y el síndrome de Ulises juntos se cimbraran rebobinando el
uterotopo y los 35 años en que los fundadores no sabían si permanecerían en el pueblo
fertilizado a mano, con cada sguazha o bosta casi atesorada en veloces palas,
carretillas y carretas – porque es verdad: Chipilo se fundó sobre el estiércol y de él ha
vivido en mayor o menor medida hasta hoy – o si tendrían que volver a su siempre
anhelada tierra natal. Como si fuera necesario recomenzar ad nauseam un duelo que
nunca acabó de elaborarse.
Desde esta realidad psíquica alóctona es viable asegurar entonces que los fundadores
de Chipilo jamás e-migraron ni in-migraron, que nunca lo harán, que lo hicieron
infinitas veces o que lo están haciendo apenas hoy, tan endógenos por exógenos, todavía
tatuados en el alma con ese irreal pero contundente fonotopo tu sé qua ma no tu sé qua
no (estás acá pero no estás acá) que, como urlada o alarido por la simple presencia de
esas palabras insólitas acá pero originarias sólo qua, siempre transmitieron los
antepasados sin fallar un solo día en 139 años, usando una koiné de variedades ya no
lingüísticas sino ontológicas.
Quizá el barco que trajo a los fundadores de Chipilo sí se hundió, mas no en el mar.
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Recibido: 30/10/2021
Aceptado: 30/12/2021
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