HISPANIA. Revista Española de Historia, 2007, vol. LXVII,
núm. 227, septiembre-diciembre, págs. 1071-1130, ISSN: 0018-2141
SCHATTNER, T. G.; VALDÉS FERNÁNDEZ, F. (coord.): Puertas de ciudades. Tipo
arquitectónico y forma artística. Actas del Coloquio celebrado en Toledo del 25
al 27 de septiembre de 2003. Iberia Archaeologica, 8. Instituto Alemán de Arqueología, Madrid, Verlag Philipp Von Zabern - Mainz am Rhein, 2006, 488
págs., ISBN: 3-8053-3576-8.
El Coloquio Internacional Puertas de
ciudades. Tipo arquitectónico y forma artística, celebrado en Toledo en 2003, responde al ambicioso proyecto de combinar la
visión de conjunto y el tratamiento específico en el estudio de las puertas de ciudades a lo largo de la historia, desde la
Prehistoria hasta la Edad Media, abarcando las culturas púnica, griega, romana, islámica y cristiana medieval. El
enfoque del mismo es marcadamente
multidisciplinar, pues sus aportaciones
incluyen tanto fuentes escritas como
aspectos arqueológicos, tipológicos,
estilísticos, sociales y políticos, dado que
todos ellos intervienen en la configuración de las puertas de ciudades.
Las actas constan de 23 contribuciones en diversos idiomas (castellano, alemán, francés e italiano) relativas a distintos aspectos y ámbitos de la construcción
de puertas de acceso a la ciudad. Los
contenidos se apoyan en abundantes
planos isométricos y topográficos, planimetrías, dibujos e ilustraciones.
Este trabajo de conjunto viene a
llenar un vacío historiográfico en cuanto
a la puesta en común de los elementos
constitutivos de la morfología, función
y valor simbólico de las puertas en las
ciudades desde la Antigüedad. La ocasión para la celebración del congreso fue
propiciada por el hallazgo en Toledo de
la Puerta del Vado (tratado de modo
específico en una contribución de las
actas), razón por la cual las puertas de
la península ibérica recibieron especial
atención en la reunión científica.
La introducción al coloquio consistió en la aportación de M. Kunst sobre
la construcción de puertas en las Edades
del Cobre y del Bronce en el espacio
mediterráneo. De ella se deduce que los
factores conformadores de los principios
arquitectónicos de las entradas en la
muralla son los aspectos funcionales,
por encima de los modos constructivos.
Por ello, la fisonomía de puertas y murallas en la Prehistoria está profundamente condicionada por el grado de
desarrollo de la tecnología bélica.
P. Moret aborda el estudio de las
puertas íberas y cartaginesas, profundizando en las causas de la variedad de
soluciones que encontramos en la Península a finales de la Edad del Hierro. Éstas derivan de las distintas funciones que
intervienen en la construcción de las
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puertas: la defensiva, la circulatoria, y la
de representación del poder político.
Las puertas de la antigua Grecia
fueron tratadas en su comparación con
las romanas. Partiendo del reciente
hallazgo de la puerta de Éfeso, P. Scherrer lleva a cabo un análisis que la inserta en el desarrollo de la tipología y cronología de las puertas de ciudades
helenísticas en Asia Menor. El mayor
carácter defensivo de las puertas griegas
respecto a las romanas (especialmente
tras la época de la pax Romana) es puesto de relieve en diversos trabajos, entre
los que encontramos el estudio de X.
Aquilué Abadías sobre la compleja evolución histórica de la ciudad grecorromana Emporion/Emporiae.
Las puertas de la antigua Roma recibieron principal atención, dada su
relevancia, al tratarse del momento de
configuración de los rasgos formales y
funcionales de las puertas urbanas, que
permanecerán a lo largo de los siglos.
Diversos estudios sobre ejemplos concretos procedentes de ciudades mediterráneas proporcionan una visión de
conjunto que permite trazar los rasgos
comunes, así como diferenciar los aspectos concretos de algunos casos. En este
sentido, las dos puertas monumentales
de Perusa (mediados del s. III a. C.),
analizadas por F. Coarelli, constituyen
un complejo excepcionalmente conservado que permite conocer los accesos a
las ciudades de la Italia antigua. Las
puertas romanas del s. II a. C. son
abordadas por Th. Hauschild a través
del análisis de la muralla de Tarragona,
cuyo vano de acceso incluye elementos
ornamentales que testifican el aumento
del valor simbólico frente al defensivo.
Otras aportaciones basadas en ejemplos
particulares (como la puerta norte de
Libisosa por J. Uroz, A. M. Poveda y J.
C. Márquez; las puertas de Ercávica por
R. Rubio; o la Puerta del Puente en
Augusta Emerita por J. M. Álvarez)
contribuyeron a enriquecer el estudio de
las puertas romanas en sus aspectos
tipológicos, funcionales y simbólicos.
Th. G. Schattner, en su aportación
sobre la Puerta de Sevilla en Carmona,
propone la incompatibilidad de las funciones defensiva y religiosa en la misma,
decantándose por la segunda. El autor
cuestiona así, contra las opiniones vigentes, el carácter defensivo del monumento, amparándose en la edificación
posterior de un templo del s. I d. C. en
la plataforma superior de la puerta. Por
otro lado, el trabajo sobre los accesos a
las murallas de la Hispania tardorromana de C. Fernández y A. Morillo
(con especial atención a las de León,
Barcelona, Mérida) revela la constante
transformación de puertas anteriores,
con motivo de la edificación de recintos
bajoimperiales de segunda generación.
En su conjunto, los trabajos relativos a las puertas de ciudades romanas
permiten apreciar la persistencia generalizada de elementos simbólicos de
carácter político y representativo como
consecuencia del fuerte centralismo
político-administrativo, a pesar de las
variaciones tipológicas y estilísticas
existentes en tan amplio marco espacial
y temporal.
La Edad Media, en tanto que continuación del mundo romano, recibió
tanta importancia como éste en el marco del congreso, dada la diversidad y
riqueza de sus manifestaciones. El análisis de las puertas de ciudades en época
bizantina, llevado a cabo por Th. Ulbert, revela la existencia de un prototipo de puerta de ciudad relativamente
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unitario que ejerce cierta influencia en
la arquitectura y decoración de las puertas islámicas. Otro estudio consiste en
el acercamiento a las puertas de las
fortificaciones hispanocristianas de época plenomedieval y bajomedieval. Su
autor, L. Mora-Figueroa, indica que los
accesos fortificados hispanos presentan
un desarrollo militar inferior al de sus
paralelos europeos, a pesar de los diversos y abundantes recursos defensivos y
ofensivos que los componen.
J. Suárez Otero contribuye a este
volumen con una aportación sobre la
antigua portada occidental del Santuario de Santiago, de época altomedieval
(actualmente bajo la Catedral de Santiago de Compostela), demostrando que
el carácter militar se ve supeditado al
valor simbólico-religioso que adquiere
la puerta. Además, el autor reflexiona
sobre el origen de las torres que flanquean las fachadas de las iglesias, que
podría estar determinado por el antiguo
adosado del templo a una muralla jalonada por torres defensivas.
También las puertas de ciudades islámicas fueron tratadas en profundidad
durante la reunión científica, contando
con diversas contribuciones. La de B.
Finster nos acerca a la morfología de las
puertas de palacios omeyas en Siria, que
estuvo condicionada por los usos que
recibieron: fundamentalmente el de
administración de justicia y, sobre todo,
el de punto de encuentro entre el soberano y los súbditos. Ello condujo a la
necesidad de subrayar el prestigio del
gobernante mediante la opulencia de la
decoración del propio vano. Otro trabajo, realizado por F. Arnold, analiza los
parecidos entre las ciudades del Cairo y
Bagdad, ambas desprovistas de murallas
en un sentido estricto, dado que éstas no
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definían los límites del espacio urbano,
sino tan sólo los del centro político. En
ambos casos, la muralla no fue un aspecto constitutivo originario de la ciudad
islámica, pues se desarrolló con posterioridad (siglo XII) ante la creciente amenaza de enemigos externos.
De los diversos trabajos sobre puertas islámicas, se deduce que la presencia
de mensajes de propaganda religiosa y
política en las mismas fue una constante.
Encontramos así elementos simbólicos
muy similares en puertas orientales como
las de Alepo o Diyarbakir (estudiadas por
J. Gierlichs) y en las occidentales del Vado en Toledo (descubrimiento arqueológico dado a conocer por A. Ruiz y J. Carrobles), de las alcazabas de Mérida y
Badajoz (analizadas por F. Valdés), y de
las puertas marroquíes (cuya homogeneidad hasta épocas recientes dio a conocer
P. Cressier). Sólo ciertos aspectos históricos concretos, que contextualizan la erección de cada una de estas puertas, les
otorgan rasgos particulares sobre un trasfondo común de legitimación del poder
soberano. Así, sabemos que las puertas
islámicas de Toledo y de las alcazabas de
Mérida y Badajoz perseguían subrayar el
control ejercido por parte de la administración central de Córdoba, del mismo
modo que ocurría en tiempos del Imperio
Romano. Las pervivencias romanas se
hacen palpables también en el estudio de
Ch. Ewert, que analiza la inspiración artística de los accesos a mezquitas y mihrabs en los arcos de triunfo romanos.
Puertas de ciudades. Tipo arquitectónico y forma artística constituye así la
aproximación a un tema que merece y
requiere reflexiones de conjunto. Lejos
de ofrecer un análisis exhaustivo de las
puertas urbanas en tiempos antiguos y
medievales, estas actas suponen un
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primer paso para la comprensión de las
múltiples funciones de la puerta y el
modo en que éstas llegaron a engendrar
sus propias formas artísticas. La importancia de las puertas en cada momento
histórico, en tanto que lugares de paso
ineludibles y «rostros» representativos
de las ciudades y de sus gobernantes,
hace que su análisis permita la comprensión de los rasgos constitutivos de
la civilización que las edificó. De este
modo, el trazado de las pervivencias y
discontinuidades en la construcción de
puertas urbanas permite comprender la
evolución del espacio público, de los
mecanismos de dominación política, de
las técnicas constructivas y militares, así
como de los elementos estéticos y simbólicos que los distintos pueblos dejaron
impresos en el acceso a sus ciudades.
——————————————————––—
Inés Monteira Arias
Instituto de Historia, CSIC
BORGOLTE, Michael; FONSECA, Cosimo Damiano; HOUBEN, Hubert (a cura di/hrsg.
Von): Memoria. Ricordare e dimenticare nella cultura del medioevo. Memoria. Erinnern und Vergessen in der Kultur des Mittealters. Bolonia-Berlín,
Società editrice il Mulino-Duncker & Humblot, 2005, 406 págs. ISBN 88-1510662-6 – ISBN 3-428-11852-9.
Los estudios e investigaciones sobre
la Memoria constituyen una línea que ha
tenido un importante desarrollo en el
medievalismo de los últimos decenios,
particularmente en la historiografía alemana. Auspiciados desde los años cincuenta del siglo XX por Gerd Tellenbach en Friburgo de Brisgovia, llevaron
el mayor impulso mediante sus discípulos Karl Schmid y Joachim Wollasch
desde los años setenta sobre todo gracias
a la publicación y estudio de los 'Libri
Memoriales' de la época carolingia, convirtiéndose el mencionado Friburgo y
Münster en los principales centros de
donde irradiaron estas investigaciones.
Los fenómenos de conmemoración, de
comunidad entre los vivos y difuntos, de
constitución y actuación de los grupos
sociales dieron una especial dimensión
social al tema de la transmisión de la
Memoria (Memorialüberlieferung), de manera que mediante los autores señalados
y otros como Otto Gerhard Oexle, Gerd
Althoff, Michael Borgolte o Johannes
Fried se ha llegado no sólo a la extensión
de estos estudios sino a darles una dimensión social total o a propiciar nuevas
perspectivas respecto a imágenes, representaciones y culturas.
El presente volumen, fruto de un
seminario del Instituto Italo-Germánico
de Trento, celebrado en abril de 2002,
es una muestra de las investigaciones
actuales en torno a la Memoria. Reune
un total de quince trabajos y dos pequeñas introducciones, una italiana y
otra alemana, debidas a Cosimo Damiano Fonseca y Hubert Houben, y a
Michael Borgolte, respectivamente. De
los quince trabajos aquí publicados,
siete están en alemán, siete en italiano y
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uno en francés. El carácter «dicotómico» de los trabajos es el habitual en las
Settimane de Trento y viene a incidir en
la expresión dual de italianos y de alemanes con sus correspondientes ámbitos territoriales, que por lo general
también comporta la de dos tradiciones
historiográficas distintas. Aquí no hay
identidad absoluta entre lengua y ámbito de estudio pues hay cuatro estudios
en lengua alemana referidos a Italia
(Tanja Michalsky, Uwe Ludwig, Heinrich Dormeier y Thomas Frank). Pero sí
puede afirmarse que el diferente desarrollo de los estudios sobre la Memoria
en Alemania e Italia queda patente a
través de los trabajos publicados en este
libro. Ya de entrada podemos percibir
que la introducción de Fonseca y Houben se centra sobre todo en las ediciones de fuentes realizadas en Italia, especialmente desde fines del siglo XIX, en
tanto que en el estudio introductorio de
Borgolte («Zur Lage der Memorialforschung») se trata de ofrecer las diferentes
fases y amplitud temática de estos estudios en la historiografía alemana.
Solamente hay una contribución, la
de U. Ludwig sobre el libro memorial
de San Salvador de Brescia, que se inserta directamente en los estudios sobre
determinadas fuentes de carácter litúrgico, como los libri memoriales o libri
vitae, que constituyeran el principal
punto de apoyo en el desarrollo de los
estudios sobre la Memorialüberlieferung
debidos a las escuelas de Friburgo y
Münster. Hay, con todo, otras procedentes del estudio de Necrologios u
Obituarios, como el de Lemaître, quien
además trata de establecer las diferencias terminológicas entre necrologios y
obituarios, estos últimos en cuanto fundación de aniversarios, tratados a partir
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de ejemplos de San Marcial de Limoges,
o los estudios de Giancarlo Andenna
sobre obituarios parroquiales en la diócesis de Novara, de Francesco Panarelli
sobre el Necrologio de San Zenón de
Pisa, de Cristina Andenna sobre el Necrologio de la canónica regular de San
Miguel de Cameri, en la diócesis de
Novara, de Heinrich Dormeier sobre los
necrologios del cabildo de Vercelli. Y en
buena medida relacionados con estas
fuentes, los estudios debidos a Thomas
Frank sobre las hermandades en cuanto
agrupaciones de laicos en Padua, a
Guido Cariboni sobre las formas de
conmemoración, individual y colectiva,
entre los cistercienses, tema estudiado
mediante la abadía de Santa Maria de
Lucidio en la diócesis de Vercelli, o a
Nicolangelo D'Acunto sobre las formas
de institucionalización de la Memoria
entre las Ordenes Mendicantes, estudio
realizado a partir de las fuentes jurídiconormativas y de las Litterae confraternitatis. Digamos que relacionados con lo
que podríamos llamar «fuentes conmemorativas» hay 9 de los 15 trabajos de
este volumen, y que tales estudios abarcan un extenso arco temporal, desde el
siglo IX a fines de la Edad Media.
Pero los temas concernientes a la
Memoria comprenden igualmente aportaciones basadas en los fenómenos artísticos como ocurre con el trabajo de
Tanja Michalsky dedicado a los sepulcros de la nobleza en el reino de Nápoles a fines de la Edad Media y en el
Renacimiento y el de Benjamin Scheller
a la capilla de los Fugger en Santa Ana
de Augsburgo, utilizados en ambos
casos para estudiar la Memoria, bien sea
de familias nobles que tratan de poner
de relieve sus relaciones con la realeza
(los Carafa, Sangro, Doce), o bien la
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gran familia de patricios alemanes que
entra en la nobleza a principios del siglo
XVI. Y por otro lado, el estudio de
Houben se refiere a los lugares de la
Memoria para los Hauteville normandos en los siglos XI y XII.
Y con ello no se agotan ni mucho
menos los temas, ya que hay un muy
interesante estudio, debido a Ludger
Körntgen, sobre las imágenes de los
reyes en cuanto formas de la Memoria,
donde mediante el análisis de las representaciones de Enrique II (1002-1024)
en el Sacramentario de Ratisbona, surgidas en el contexto de la erección de la
diócesis de Bamberg, se deducen las
distintas dimensiones de la Memoria en
torno al poder real y su legitimación a
través de la dimensión religiosa. Y los
otros dos estudios de este volumen nos
llevan a temas ciertamente muy novedosos; así el estudio de Daniela Rando
sobre las apostillas o notas marginales
hechas a partir de la lectura, ejemplificado en el caso de Johannes Hinderbach,
obispo de Trento (1466-1486), lo que en
cuanto documento autobiográfico constituye también una forma de Memoria; en
tanto que el de Monika Münkler sobre la
«Historia Mongolorum» de Juan de
Piano Carpini nos lleva a comprender el
relato de este viaje a partir de los fundamentos escolásticos, las categorías
aristotélicas, presentes en la organización
de la encuesta sobre estos pueblos lejanos, de manera que la plasmación por
escrito de la misión de Carpini no reproduce tanto o solamente los resultados de
un viaje diplomático como un saber categorial, donde la «Historia» es el punto
final del recorrido cognitivo percepciónmemoria-experiencia.
En los trabajos publicados en el
presente volumen nos encontramos con
casos de presentación de lo que va a ser
la edición de un determinado códice
(Dormeier, Cariboni), de resumen de
tesis doctoral (Münkler) o de una monografía (Rando), en tanto que otros
autores ya han tratado los temas aquí
contenidos en otras importantes publicaciones (Houben, Scheller, Ludwig).
Esto puede llevar a la consideración de
cierta falta de homogeneidad en las
publicaciones, cuando no que en ocasiones falta la novedad. Sin embargo,
ello no obsta para la presencia en este
volumen de importantes aportaciones;
así por ejemplo que la existencia de
grandes agrupaciones de miembros de
la alta nobleza en comunión litúrgica se
dieron en el reino de Italia ya desde
mediados del siglo IX y estas agrupaciones no son como había sido admitido
a partir de las investigaciones de Gerd
Althoff (Amicitiae und Pacta. Bündnis,
Einung, Politik und Gebetswgedenken im
beginnenden 10. Jahrhundert, Hannover,
1992) un fenómeno nuevo en el reino
germánico bajo Enrique I (Ludwig, p.
198); el cambio en la Memoria de los
Fugger producido por la Reforma,
quienes debieron abandonar la capilla
de Santa Ana y sustituirla por la de los
dominicos, originariamente destinada a
sepultura de las mujeres de los Fugger
(Scheller, p. 167); o la conexión directa
del Necrologio antiguo del cabildo de
Vercelli con la Querella de las Investiduras (Dormeier, p. 292).
Ciertamente se refleja una variedad
en los temas que giran en torno a la
Memoria y en ese sentido el libro que se
reseña nos puede ofrecer una muestra
de la riqueza de este campo de trabajo,
pero al mismo tiempo se echa en falta la
presencia en el libro de algún trabajo de
síntesis o que recoja discusiones y con-
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clusiones, que hiciese por tanto valoraciones generales sobre estas investigaciones, particularmente en el sentido de
poner de relieve en qué medida los trabajos aquí reunidos representan lo que
la historiografía alemana y la historiografía italiana están aportando hoy día
sobre estos sugestivos temas.
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Y no podemos sino terminar nuestro comentario lamentando que la edición
de fuentes y la realización de trabajos de
investigación sobre la Memoria haya tenido escasa atención en España, si bien
constituye una excepción la excelente
edición de Mauricio Herrero sobre los
Obituarios de la Catedral de León (1994).
———————————————————–—
Carlos Estepa Díez
Instituto de Historia, CSIC
SMITH, Damian J.: Innocent III and the Crown of Aragon. The Limits of Papal
Authority. «Church, Faith and Culture in the Medieval West», Ashgate, 2004,
339 págs., ISBN 0-7546-3492-2.
El pontificado de Inocencio III (11981216) es, sin duda alguna, uno de los más
y mejor estudiados de toda la Edad Media.
La personalidad de este papa, el alcance de
su poder, la trascendencia de sus decisiones y la abundancia de las fuentes disponibles son algunas de las razones que explican la continua aparición de estudios
dedicados a su pontificado.
Contamos ahora con un nuevo trabajo que merece la atención de la historiografía española, ya que analiza a Inocencio III desde la perspectiva de sus
relaciones con la Corona de Aragón. Se
trata de la publicación de la tesis doctoral
(Innocent III and Aragon-Catalonia: Studies
in Papal Power, University of Birmingham, 1997) de Damian J. Smith. Este
joven hispanista británico, continuador
de la fructífera estela de los Peter Linehan, Thomas N. Bisson o Paul Freedman, está llamado a convertirse en uno
de los grandes especialistas de la historia
político-religiosa de la Corona de Aragón
durante los siglos XII y XIII. Buena
prueba de ello es su reciente traducción al
inglés del Llibre dels Fets de Jaime I.
Este estudio sobre Inocencio III se
apoya en un sobrado conocimiento de las
fuentes de la época. Las abundantes referencias de archivo, en no pocos casos
inéditas (Barcelona, Daroca, Huesca,
Lleida, Londres, Madrid, Perpiñán, Poblet, Roma, La Seu d´Urgell, Tarragona,
Tortosa, Vic y Zaragoza), se combinan
con numerosas fuentes cronísticas y una
bibliografía extensa, internacional, solvente y muy actualizada.
De los ocho capítulos que componen su libro, Smith dedica los cinco
primeros a las relaciones políticas de
Inocencio III con la Corona de Aragón.
Por una razón puramente cronológica,
el reinado de Pedro el Católico (11961213) monopoliza la mayor parte del
estudio, lo que representa una de sus
grandes aportaciones. No en vano, se
trata de un rey y de un reinado hasta hace
pocos años dejados en un cierto abandono
por razones históricas e historiográficas, y
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ello tanto en España —sobre todo en
Cataluña y Aragón— como fuera de ella.
Esta obra viene, pues, a cubrir un vacío
que estaba por llenar. Del análisis de las
relaciones políticas entre Inocencio III y
Pedro el Católico, Smith extrae una de
las ideas más importantes e interesantes
de su estudio: los estrechísimos y decisivos vínculos que mantuvieron el Papado
y la monarquía catalano-aragonesa entre
finales del siglo XII y principios del siglo
XIII. Esta idea no sólo clarifica la comprensión de este papado y de este reinado,
sino que permite nuevas (y más verosímiles) interpretaciones de los mismos.
En su capítulo 1º (Political relations),
se analizan en detalle estas estrechas
relaciones, visibles ya en la protección
papal a la reina Sancha, viuda del rey
Alfonso el Trovador y madre del rey
Pedro; en la política de pacificación de
los reinos cristianos iniciada por Celestino III tras la derrota castellana de
Alarcos (1195); y en la intervención a
favor del rey Sancho VII de Navarra
después de los ataques castellanos y
catalano-aragoneses de 1198. Los intereses mediterráneos de la Corona de
Aragón —la alianza matrimonial con el
rey Federico de Sicilia y el proyecto de
conquista de Mallorca (1203)— también se sitúan bajo esta misma órbita
pontificia.
El año 1204 marca un claro hito en
esta historia. En noviembre, Pedro el
Católico fue coronado en Roma por el
propio Inocencio III. En un capítulo
monográfico (The Coronation of the King),
Smith pone al día este solemne episodio
y reinterpreta las razones (políticas, religiosas, internas y externas) que llevaron
al rey a proponerla y al papa a aceptarla.
Se explican asimismo sus consecuencias
simbólicas y, sobre todo, sus consecuen-
cias reales, sobre todo en relación con los
intereses sicilianos del Papado, con la
situación inestable del sur de Francia y
con la Libertas Ecclesiae concedida por el
monarca al clero catalano-aragonés después de su coronación.
El capítulo 3º (The Albigensian Crusade) está dedicado a los primeros años
de la famosa cruzada antiherética
(1209-1212). Smith, que sigue los
hechos desde la perspectiva pontificia,
aborda las múltiples y complicadas
caras de este conflicto (política antiherética, derecho canónico, relaciones con la
nobleza occitana y el rey de Francia,
etc.). Logra así una explicación coherente de la difícil posición del rey de Aragón, vasallo del Papa y, al mismo tiempo, señor o aliado de los nobles
occitanos acusados de complicidad con
la herejía. Además, los episodios de la
Cruzada Albigense no son estudiados
separadamente —como suele ser frecuente—, sino que se ponen en relación
con otros problemas de la monarquía:
en el interior, la cuestión del condado
de Urgel (abierta también en 1209); y
en el exterior, el choque de los reinos
cristianos con el Califato Almohade
(que estalla definitivamente en 1210).
Otro frente, y no menor en las relaciones de Pedro el Católico con Inocencio
III, se abriría también ese año: se trata
del proceso de divorcio de la reina María de Montpellier, que Smith analiza
también en detalle desde los puntos de
vista canónico y político.
Todos estos procesos culminan en
1212 y 1213, años que condujeron
—como reza el capítulo 4º— From Las
Navas to Muret. En relación con la batalla
de Las Navas de Tolosa, la aportación
más interesante de este autor consiste en
ofrecer, una vez más, la perspectiva pon-
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tificia de lo sucedido. Para Smith, la
victoria cristiana de 1212 fue un momento culminante y decisivo del pontificado de Inocencio III. El papa no sólo
concedió a este gran triunfo cristiano una
mal conocida dimensión apocalíptica y
escatológica, sino que «Las Navas revitalizó el pontificado y (…) pasó a formar
una parte esencial de la génesis tanto del
Cuarto Concilio de Letrán como de la
Quinta Cruzada» (p. 114). Esta interpretación nos parece decisiva, pues aleja Las
Navas de Tolosa de las tradicionales
interpretaciones puramente hispánicas y
la convierte en lo que realmente fue, esto
es, un episodio «de Cristiandad» que
impactó con gran fuerza en todo el orbe
cristiano. Como vicario de Cristo y promotor espiritual de tal empresa, tal
impacto sólo podía ser grande en el caso
de Inocencio III.
En este contexto espiritual y mental
se analiza el choque de la Corona de
Aragón con la Cruzada Albigense (el
Papado en definitiva) en la batalla de
Muret, jornada en la que el rey Pedro el
Católico perdió la vida. Estudiando sus
complicadas circunstancias políticas y
diplomáticas (incluida la resolución
papal del proceso de divorcio de los
reyes de Aragón), Smith contempla
Muret como la máxima expresión de
«los límites de la autoridad papal». Las
tácticas de Inocencio III, «imprudentes
—afirma— e incluso, en ocasiones,
moralmente dudosas» (p. 141), le condujeron a un paradójico enfrentamiento
con uno de los principales campeones
de la Cristiandad y con uno de sus aliados políticos más valiosos.
La crisis en la que quedó sumida la
Corona de Aragón tras el desastre de
Muret permitió al Papado demostrar su
capacidad política como protector de un
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reino vasallo y, finalmente, como poder
teocrático. En este sentido, fue decisiva
la actuación del legado Pedro de Benevento, tanto en la consolidación interna
de la monarquía como en la defensa de
sus intereses exteriores, incluidos los
ultramontanos frente a las ambiciones
de Simón de Montfort y sus partidarios
(cap. 5º: The Minority of James I).
La segunda parte de esta obra está
dedicada a la vida eclesiástica en la Corona de Aragón. En el capítulo 6º (The
Pope and the Bishops) se analiza al episcopado catalano-aragonés, sobre todo
en lo que tiene que ver con sus relaciones con la monarquía y con Roma. El 7º
(The Pope as Judge) permite conocer las
intervenciones papales en los conflictos
jurisdiccionales entre diócesis —el eterno que enfrentó a Huesca y Lleida—,
las disputas monásticas, el problema de
los diezmos y otros asuntos relacionados
con la disciplina del clero, sin olvidar la
cuestión de los nuevos conversos. Por
último, en el capítulo 8º (The Reform
and the Religious Life) se abordan temas
diversos, como las formas antiguas y
modernas de monacato, las órdenes
militares, la religiosidad femenina y la
aparición de las órdenes Trinitaria y de
los Pobres Católicos, fundada por el
antiguo valdense Durán de Huesca. En
estas páginas, Smith ofrece un documentado cuadro de la vida interna de la Iglesia catalana-aragonesa de finales del siglo
XII y principios del XIII. Ésta es una
parte más que interesante de su libro
que quizá hubiera merecido una mayor
extensión.
El estudio se completa con una conclusión, un índice topo-onomástico (general pero útil) y un apéndice documental
que recoge 20 documentos inéditos de
gran interés para futuras investigaciones.
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Estamos, pues, ante una obra de referencia para quienes deseen adentrarse
en la historia del Papado, la Corona de
Aragón, el pontificado de Inocencio III,
el reinado de Pedro el Católico, la batalla de Las Navas, la Cruzada Albigense
y los primeros años del reinado de Jaime I. Gran mérito del autor es su capacidad para contemplar lo sucedido desde el punto de vista «universal» que
necesariamente tenía el Papado. Consigue así una contextualización y una internacionalización de los hechos que resulta
cada vez más imprescindible en el análisis histórico de las relaciones políticas. Y
estamos también —no hay que olvidarlo— ante una obra de referencia para
quienes deseen adentrarse en la vida eclesiástica (episcopado, monacato, órdenes
religiosas, herejías, etc.) de la Corona de
Aragón durante la Plena Edad Media.
En definitiva, a pesar de los lógicos
desajustes de un libro de estas características, el lector encontrará en sus páginas abundante información y un buen
panorama de los asuntos que merecen
la atención de los historiadores interesados por la infancia desde un punto de
vista histórico-sanitario.
——————————————————–—
Martín Alvira Cabrer
Universidad Complutense de Madrid y Laboratoire FRAMESPA, CNRS-UMR (Toulouse, Francia)
PEÑA PÉREZ, Francisco Javier: El surgimiento de una nación. Castilla en su historia y en sus mitos. Barcelona, Crítica, 2005, 205 págs., ISBN: 84-8432-664-0.
La primera idea que quiero destacar
sobre este libro es que es necesario, un
libro que había que escribir. En los últimos años da la sensación de que muchos
historiadores han (hemos) renunciado en
buena medida a intervenir, como tales
historiadores, en el mundo en que vivimos. Si en los años 70 y 80 buena parte
de los historiadores pensaban su trabajo
como un instrumento de transformación
social, hoy creo que muchos han abandonado esa idea, que ha sido sustituida por
un alto grado de especialización técnica. Se
escriben muchísimas páginas excelentes de
Historia, de Historia Medieval en nuestro
caso, que tienen poca o muy poca trascendencia social. Eso hace que el gran avance
de la Historia Medieval en las últimas
décadas apenas haya tenido un reflejo en
la visión que el conjunto de la sociedad
tiene de ese período. A pesar del gran
desarrollo de nuestra disciplina, el pensamiento dominante sobre muchos aspectos
de la Edad Media se ha modificado poco.
Este libro rompe esa tendencia, pretende
influir en ese pensamiento dominante para
transformarlo de acuerdo con la evolución
de los conocimientos especializados. En ese
sentido este libro es también una muestra
del compromiso social del autor. Además,
está muy bien escrito.
En esta obra Javier Peña estudia
con detalle los mitos históricos sobre los
orígenes y las señas de identidad de
Castilla. Todas las naciones han creado
sus propios mitos para definirse y desarrollarse como tales, han inventado su
tradición, como diría Hobsbawm. Tam-
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RESEÑAS
bién Castilla, cuya identidad política se
desarrolló tomando como referencia tres
mitos fundamentales: el de los jueces
Nuño Rasura y Laín Calvo que eligieron
los castellanos para gobernarse de manera independiente de los reyes de
León, mito que servirá para dotar a
Castilla desde sus orígenes de una singularidad y personalidad política propias; el de Fernán González como gran
líder político, fundador del condado
unido e independiente de Castilla, germen del posterior reino; y el del Cid
como modelo de comportamientos social y político, auténtico espejo donde
debían reflejarse los nobles. Los dos
últimos dotados, además, de un fuerte
contenido religioso. Javier Peña hace un
exhaustivo y riguroso estudio de esos
mitos, de cuándo y cómo fueron creados
y cómo se desarrollaron, para contrastarlos con los datos históricos de los
personajes y de las épocas correspondientes. No es un terreno nuevo para él,
puesto que ya se había adentrado de
manera brillante por ese camino en
otros trabajos, entre los que hay que
destacar su obra anterior sobre el Cid
(El Cid. Historia, leyenda y mito, Burgos, 2000; y Mitos y leyendas. Historia y
poder. Castilla en sus orígenes y en su primer
apogeo (siglos IX-XIII), Burgos, 2003).
El trabajo está concebido de una
forma sistemática y la información se
presenta al lector de manera coherente.
El primer capítulo constituye un resumen de la trayectoria política de Castilla hasta el siglo XIII, unas páginas
necesarias para explicar el contexto
político histórico en el que surgieron los
mitos. En el capítulo II se estudian los
mitos de los jueces y de Fernán González. Como he apuntado, el autor contrapone el contenido de los mitos con la
1081
realidad de los datos históricos para
después explicar «el sentido de las leyendas». El mismo procedimiento se
sigue en el capítulo III en relación con
el mito del Cid. En el capítulo IV se
ofrece una interpretación global de los
mitos: el mito de los orígenes en el caso
de los jueces y de Fernán González y el
mito de la continuidad en el caso del
Cid. En el capítulo V se estudia el papel
de los monjes de Arlanza y de Cardeña
en la difusión de las visiones míticas de
Fernán González y del Cid, difusión y
apropiación a las que añadieron, además,
un contenido religioso del que carecían
los mitos en sus primeras versiones y, por
supuesto, los personajes históricos. Por
último se suman tres apéndices en los
que se ofrecen varias versiones de los
principales episodios legendarios que
dieron consistencia a los mitos mencionados: la elección de los jueces Laín Calvo y Nuño Rasura; la elección de Fernán
González como conde de Castilla; la
batalla de Hacinas en la que el conde se
enfrentó y derrotó a Almanzor (¡!); la
obtención de la independencia de Castilla en compensación de la deuda contraída por el rey de León al adquirir el
caballo y al azor de Fernán González; la
jura de Santa Gadea en la que el Cid
obligó a Alfonso VI a jurar que no
había participado en el asesinato de su
hermano el rey de Castilla Sancho II; y
la última batalla ganada por el Cid en
Valencia después de muerto. Todos
ellos episodios bien presentes en el imaginario colectivo castellano, pero que
Javier Peña recuerda en versiones actualizadas y resumidas a partir de los textos
históricos que las contienen.
Quizás el estudioso más especializado
no encuentre grandes novedades, porque
el autor se vale, como digo, de sus propios
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RESEÑAS
análisis anteriores y de los de otros autores
procedentes del campo de la Historia, la
Antropología Cultural y la Filología (creo
que es de justicia citar la obra de G.
MARTIN, Les juges de Castille. Mentalités et
discours historique dans l’Espagne médiévale,
París, 1992). Pero este libro adquiere un
gran valor al estudiarse, no uno u otro
mito o su transmisión legendaria, sino
globalmente el conjunto de los mitos
fundamentales y originarios que darán
consistencia a la formación política castellana y al hacerlo desde una perspectiva
metodológica adecuada. Por supuesto es
muy importante conocer qué mitos se
formaron y cómo se transmitieron y se
desarrollaron; pero, en mi opinión, aún es
más interesante conocer cuándo se formaron, en qué contexto y al servicio de qué
intereses. Todas esas preguntas encuentran su respuesta en este libro.
Será en el siglo XIII cuando se desarrollen los mitos identitarios y sobre los
orígenes de Castilla que hemos citado, en
un contexto en que la supremacía política
de los reyes de Castilla en el marco peninsular se va haciendo evidente en las décadas centrales de ese siglo; y en un contexto también en que se va desarrollando
más la idea de reino, por encima del territorio dominado por uno u otro rey, un
contexto en que las relaciones políticas se
van haciendo más territoriales, menos
personales, y por lo tanto es necesario
definir las características de esa territoria-
lidad política. Como destaca muy acertadamente el autor, no se trata de mitos
populares; su creación y su divulgación
corresponden a los grupos dirigentes, la
monarquía y la nobleza, a cuyos intereses
sirven los mitos. No se trata, por tanto,
de relatos o leyendas más o menos ingenuos, son una potentísima arma al servicio de los sectores dominantes para garantizar su posición hegemónica y su
reproducción social. Lo fueron cuando se
crearon y difundieron en el siglo XIII, al
servicio de los proyectos políticos de Fernando III y de Alfonso X, proyectos que
eran individuales pero también, sobre
todo, de clase. Pero también mucho
tiempo después, hace apenas medio siglo,
al servicio del proyecto político del franquismo. Y aún hoy hay proyectos políticos —que también siguen siendo proyectos de clase más o menos enmascarados—
que utilizan los mitos originarios e identitarios, en Castilla como en otros lugares.
Por eso creo que este libro tiene todo
el sentido y todo el valor. Dejo en manos
del lector el placer de descubrir cómo un
mito navarro se convirtió en un mito
fundamental castellano; o descubrir cómo
los monjes benedictinos, grandes falsarios,
alteraron su historia y, de camino, la de
todo un reino. También, por qué no, la
posibilidad de debatir con el autor algunos aspectos de la auténtica historia de los
personajes o de la época.
—————————————–——————
Ignacio Álvarez Borge
Universidad de La Rioja
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VICENS VIVES, Jaime: Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución
en la España del siglo XV. Edición de Paul H. Freedman y Josep M. Muñoz i
Lloret, Pamplona, Urgoiti Editores, 2003, 428 págs., ISBN: 84-932479-8-7.
La reedición de esta obra clásica de
Vicens se encuadra en el marco de la
vitalidad que ha experimentado la historia de la historiografía española en los
últimos veinte años. Del secano hemos
pasado al regadío que representa la
consolidación de esta subdisciplina en el
panorama historiográfico español. La
producción propiamente historiográfica
se ha acrecentado considerablemente
desde los años ochenta, tanto en cantidad como en calidad. Las investigaciones se han multiplicado y han adquirido
la forma de los más diversos géneros
históricos. De la Universidad de Zaragoza surgieron las pioneras tesis doctorales de Ignacio Peiró sobre la historiografía española de la Restauración y de
Gonzalo Pasamar sobre la historiografía
de la posguerra. En el ámbito catalán
aparecieron algunas biografías de historiadores modélicas, como la de Enric
Pujol sobre Ferran Soldevila, Josep M.
Muñoz sobre Jaume Vicens Vives y Francesc Vilanova sobre Ramon d’Abadal. En
Navarra siguieron organizándose las
«Conversaciones Internacionales» sobre
temas historiográficos de calado teórico,
surgidas del impulso de Valentín Vázquez de Prada, Ignacio Olábarri y
Agustín González Enciso. La Universidad de Santiago ha impulsado, por medio de Carlos Barros, los internacionales
congresos «Historia a Debate», que se
han consolidado como un importante
foro de debate, especialmente entre los
países de habla hispana. Otros historiadores han publicado obras más generales, como Josep Fontana, Elena Her-
nández Sandoica, Julio Aróstegui, José
Andrés-Gallego, Fernando SánchezMarcos, Pedro Ruiz Torres y Miguel
Angel Cabrera. Esta generosa siembra
de trabajos teóricos y prácticos en torno a la historia de la historiografía
española ha dado como fruto los indispensables diccionarios de historiadores
españoles (Gonzalo Pasamar e Ignacio
Peiró) y catalanes (coordinado por Antoni Simon).
Resulta complicado avanzar en el
debate historiográfico si se olvida o se
arrincona la experiencia de nuestros
historiadores clásicos. La editorial Urgoiti, animada en su vertiente historiográfica por Jesús Longares, se ha propuesto reeditar las principales obras de
los historiadores españoles con mayor
proyección. Se trata de un ambicioso
proyecto, enmarcado en la «Colección
Historiadores», dirigida por Ignacio
Peiró, en cuyo catálogo y página web
aparecen ya los historiadores y obras
que se pretenden reeditar, junto con los
académicos a quien se les ha encargado
ese trabajo. En ese Catálogo se puede
leer: «Esta editorial se ha propuesto
crear una biblioteca de clásicos de la
historiografía española, para lo cual ha
elabrado un primer catálogo de aproximadamente medio centenar de autores
del período 1833-1975, el de la formación de la historiografía española contemporánea.» (Colección Historiadores,
Catálogo General, Urgoiti Editores, p.
8). Los autores seleccionados son representantes de las principales tendencias
historiográficas españolas contemporá-
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neas: la historiografía liberal decimonónica (Modesto Lafuente, Antonio Pirala), la romántica (Víctor Balaguer), la
académica de la época de la Restauración (Antonio Cánovas del Castillo,
Fidel Fita), la primera y segunda generación de los historiadores profesionales de principios de siglo (Rafael Altamira, Antonio Ballesteros Beretta,
Pere Bosch Gimpera), la erudita de la
posguerrra (Ramón d’Abadal), y la de
la segunda modernización historiográfica, ya durante el franquismo (Jaume
Vicens Vives, José Antonio Maravall,
Jesús Pabón).
La elección de Jaume Vicens Vives
no puede sorprender a nadie, puesto
que hay un acuerdo bastante generalizado respecto a su capacidad de liderazgo en la renovación de la historiografía
catalana y española en un momento
decisivo de su historia. Vicens es considerado medievalista por los medievalistas (gracias sobre todo a sus modélicos
trabajos sobre el siglo XV: la tesis doctoral sobre Fernando el Católico, su
historia de los Remensas y su biografía
contextualizada de Juan II), contemporaneísta por los contemporaneístas (gracias a sus trabajo sobre industriales y
políticos en el siglo XIX), historiador de
la economía para los economistas (gracias a sus análisis de evolución económica de Cataluña y a su labor docente en
esa Facultad), ensayista para los ensayistas (sus «Aproximación a la historia de
España» y «Noticia de Cataluña» son
modélicos) y manualista consumado (su
«Historia moderna universal» y su
«Manual de historia económica de España» han alimentado varias generaciones de historiadores españoles). Además, es bien conocida su labor como
agitador cultural, editorialista y galva-
nizador de iniciativas en un mundo tan
estático como el que le tocó vivir.
El presente volumen se inicia con
una introducción elaborada separadamente por Josep M. Muñoz i Lloret,
biógrafo de Vicens, y por Paul Freedman,
profesor de historia de la Universidad de
Yale y medievalista con reputación internacional, especializado en historia social y
económica de la Cataluña medieval. En el
primer apartado, Muñoz realiza un repaso de la biografía intelectual de Jaume
Vicens poco novedosa, porque como él
mismo reconoce está basada fundamentalmente en su magnífica biografía Jaume
Vicens i Vives (1910-1960). Una biografía
intellectual (1997). Su valor es básicamente divulgativo y sintético. Muñoz analiza
posteriormente al Vicens historiador,
repasando los principales debates historiográficos en los que se encuadró y
ahondando especialmente en su compromiso con la escuela de los Annales y
con una historia de carácter socioeconómico. Freedman, por su parte, comenta
las obras históricas más características de
Vicens, en el marco de la obra sobre el
rey Juan II que se reedita en el volumen.
Quizás lo más interesante y original de su
aportación es el análisis de la proyección
internacional de la personalidad y la obra
de Vicens, que Freedman expone en las
pp. XLIV-XLVI. Freedman comenta
además con sutileza la tendencia al presentismo que domina toda la obra de Vicens,
quien no dudaba en calificar al siglo XV
como el más parecido al siglo XX. Sus
paralelismos entre la guerra civil catalana
medieval y la guerra civil española contemporánea son evidentes, aunque raras
veces explícitamente declarados. El medievalista norteamericano habla de la
influencia de Toynbee sobre Vicens, en el
marco del «Vicens metodológicamente
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ecléctico, el cual pudo así englobar lo
cuantitativo con lo biográfico, la narración de los logros individuales con el
bosquejo de las determinantes geográficas» (p. LIII). El apartado más convincente de la introducción es el que Freedman titula «Crisis y revolución en la
Cataluña del siglo XV», donde explora
las ideas centrales de Vicens sobre ese
siglo crucial para Cataluña, poniéndolas
sobre todo en relación con el libro sobre
Juan II. No en vano la crisis catalana del
cuatrocientos ha alimentado un intenso
debate (Vicens – Vilar, Carrère – Del
Treppo) que todavía hoy dura.
El texto de la introducción queda
algo deslavazado, sobre todo porque no
está demasiado claro con qué criterio ha
hecho cada uno su parte, y se producen
algunas repeticiones que se podrían
haber evitado. Queda patente, eso sí, la
enorme capacidad de trabajo de Vicens,
su infatigable labor de liderazgo historiográfico, su compromiso con la sociedad de su tiempo, su tendencia al pacto
más que a las soluciones polarizadas, y
su eficaz trabajo de agitación cultural.
Finalmente, surge la pregunta que todos los biógrafos de Vicens terminan
planteándose: ¿qué hubiera sucedido si
Vicens hubiera vivido más tiempo? En
1085
1960, fecha de su prematura muerte a
los 50 años, dejaba una escuela todavía
algo inmadura, un liderazgo generacional que no fue ocupado por nadie y,
sobre todo, unos ámbitos disciplinares
de renovación —sobre todo, la práctica
de la historia socioeconómica de regusto
annalista y la historia económica como
disciplina específica— que fueron eficazmente aprovechados por la siguiente
generación de historiadores españoles,
la de la verdadera modernización.
La selección de la obra de Juan II
está justificada por los editores por tratarse de un trabajo en el que Vicens
combina al mismo tiempo investigación
original, gran fuerza narrativa y aportaciones historiográficas, algo que hoy
firmarían los mejores representantes de
la historia narrativa, tan en boga entre
la historiografía anglosajona. Es de
agradecer la iniciativa de la reedición
del Juan II de Vicens, porque el libro se
había convertido en una auténtica rareza bibliográfica, lo que no era natural
tratándose de una obra con un indudable interés propiamente historiográfico.
El texto está rematado, además, con un
índice onomástico y toponímico que
agradecerán muchísimo los especialistas
en el siglo XV catalán y español.
—————————————–————––—
Jaume Aurell Cardona
Universidad de Navarra
RESTALL, Matthew: Los siete mitos de la conquista española. Barcelona, Paidós,
2004, 307 págs., ISBN: 84-493-1638-3
Cuando la temática sobre la conquista de América parecía estar agotada, este
trabajo ha venido a aportar nuevos análi-
sis y nuevos enfoques. El objetivo de
Matthew Restall es desmontar algunos
de los grandes mitos de la Conquista, es
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decir, separar la leyenda de la historia,
para así poder abordar los hechos con la
máxima objetividad posible.
La estructura del libro es muy sencilla, pues incluye una breve introducción, siete capítulos —uno por cada
mito que intenta desentrañar—, epílogo, notas, bibliografía y un índice analítico y onomástico.
En el capítulo primero intenta desmitificar a los conquistadores, restándoles ese halo de seres excepcionales. Muy
acertadamente, rompe con la clásica
idea de que Cristóbal Colón, Hernán
Cortés o Francisco Pizarro fueron prohombres que hicieron posible la «proeza» del descubrimiento y de la conquista de América. En realidad, fueron
sencillamente personas de su tiempo.
Según Restall, si Colón no hubiese llegado a América, cualquier otro navegante lo hubiera logrado en menos de
una década. Igualmente, sostiene que
en torno a Hernán Cortés y, en menor
medida, a Francisco Pizarro, se han
forjado sendas leyendas que han falseado la realidad. Casi todas las actuaciones de Cortés o de Pizarro, calificadas
de genialidades, eran formas de proceder que tenían amplios precedentes en
la reconquista de la Península Ibérica,
en las exploraciones portuguesas del
siglo XV, e incluso, más cercanamente,
en la conquista de las Grandes Antillas.
La quema de las naves para evitar el
retorno, la búsqueda de intérpretes y de
guías indígenas, el ansia de oro, el fomento del mito de que los europeos
eran dioses, eran ideas que tenían una
vieja tradición. Y precisamente, esta
mitificación de algunos personajes, contra la que escribe Restall, ha provocado que queden en la sombra decenas de
conquistadores, incluidos, algunos de
origen africano, que tuvieron un papel
destacado en el desenlace de aquellos
acontecimientos.
En el segundo capítulo, trata una
cuestión mucho más conocida, pues
explica que las huestes indianas jamás
constituyeron un ejército imperial, ni
tan siquiera real. Y no es que no tenga
razón que, obviamente, la tiene, sino
que esa idea jamás ha constituido uno
de los mitos de la conquista, como él
defiende. En mi opinión, ni siquiera los
cronistas pudieron ocultar que las huestes estaban formadas en buena medida
por civiles, es decir, por personas de a
pie. Hubo ballesteros, lombarderos,
artilleros, escopeteros y soldados, algunos con larga experiencia en las guerras
del norte de África o de Italia, pero
también barberos, curtidores, herreros y
labradores. Además, es bien sabido que
los capitanes y adelantados que encabezaron las expediciones las pagaron de su
propio bolsillo, no teniendo los miembros de su hueste más salario que el
botín de guerra, incluidos los indios
cautivos. Trabajos como los de José
Durand, Juan Marchena o Francisco
Castrillo hubiesen ayudado al autor a
perfilar mucho mejor esta parte.
Seguidamente, intenta desmontar
la creencia de que los conquistadores
fueron todos españoles. Citando a William Prescott afirma que «el imperio
indio fue, en cierto modo, conquistado
por los indios». Para ello, se basa en los
miles de aborígenes que acompañaron a
los españoles en sus campañas militares.
La toma de Tenochtitlán por Cortés no
hubiera sido posible sin la participación
de varias decenas de miles de indios,
fundamentalmente tlaxcaltecas. Asimismo, Francisco Pizarro no habría
conquistado tan fácilmente el incario de
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no haberse aprovechado de la guerra
civil existente entre Huascar y Atahualpa. También, en su intento de demostrar que el proceso no fue sólo hispano,
cita a varios conquistadores africanos,
como Juan Valiente, Juan Garrido,
Sebastián Toral o Miguel Ruiz. Su planteamiento es indudablemente correcto.
Ahora bien, considerar la conquista
como fruto simplemente de un enfrentamiento entre indios es tan absurdo
como hablar de una conquista euroafricana de América. Los indios tuvieron
una parte activísima en la conquista,
pero fueron en todo momento controlados, manipulados y sometidos a los
intereses hispanos. La participación
africana fue absolutamente testimonial.
En el capítulo cuarto trata del mito
del carácter completo de la conquista.
Realmente, como bien defiende el autor,
ésta tuvo un principio bien definido pero
no un final, pese al interés de los conquistadores por demostrar que acabó a mediados del siglo XVI. Y ello, porque, una
vez consumada la conquista, cualquier
resistencia podía ser declarada rebelión,
pudiendo ser sus responsables ejecutados
y cautivados. Efectivamente, la Conquista
nunca concluyó, pues, de hecho, araucanos, charrúas, guatusos-malekus, o mayas
continuaron su resistencia hasta bien
entrado el siglo XIX. Es obvio, pues, que
la destrucción del mundo indígena no
acabó con la dominación española, sino
que se prolongó hasta el siglo XIX y, en
casos concretos, hasta nuestros días.
Para el autor, según trata en el capítulo quinto, uno de los grandes problemas de la conquista fue el de la incomunicación. Realmente, españoles e indios
tuvieron serios problemas para entenderse
mutuamente. Y aunque, en la medida de
lo posible emplearon lenguas o farautes
1087
indígenas, lo cierto es que no siempre fue
fácil ni posible el entendimiento. Y esta
comunicación fallida fue precisamente la
que convirtió al famoso requerimiento en
un instrumento absurdo e irracional. Es
obvio que tras su lectura los desdichados
indios no podían aprobar ni desaprobar su
contenido, sencillamente porque no lo
entendían.
Se posiciona Restall con los que
niegan el genocidio. Plantea la devastación indígena como un mito creado por
los propios testimonios indígenas que
—como los españoles—, no eran en
absoluto inocentes. Reconoce que, en
términos absolutos, el descenso demográfico del quinientos —entre 25 y 40
millones de indios—, constituye el mayor holocausto de la Historia. Ahora
bien, niega la intencionalidad del exterminio, afirmando que los españoles necesitaban a los indios, «aunque solo fuera
para explotarlos». Y en general, es cierta
su afirmación, pero omite casos más
puntuales de genocidio. Aztecas, mayas
o incas fueron incorporados sin problemas a la cadena productiva, aunque
fuese en penosísimas condiciones laborales. Pero hubo muchos otros grupos
que no se adaptaron al trabajo sistemático y no hubo en absoluto voluntad de
evitar su exterminio. Es el caso de los
habitantes de las islas Bahamas, que en
1513 fueron declaradas «inútiles» y su
población susceptible de ser deportada
y esclavizada.
Y finalmente, cuestiona el mito de
la superioridad hispana sobre el mundo
indígena. El falso mito del triunfo de la
civilización sobre la barbarie. Una superioridad casi divina, pues hubo, incluso,
quien consideró a España el pueblo
elegido por Dios para la misión de civilizar el Nuevo Mundo. Restall insiste en
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demostrar que la superioridad no era
tan abrumadora. Fueron realmente las
enfermedades, la desunión indígena y el
acero los que desencadenaron esa fulminante derrota. Sin alguno de estos
tres factores, dice el autor, la conquista
no hubiera sido tan rápida ni tan aplastante. Ideas interesantes aunque discutibles, porque en extensas áreas de
América la desigualdad entre ambos
mundos —incluido el aspecto bélico—
fue verdaderamente abismal.
Un aspecto criticable de este libro
es que omite totalmente toda la histo-
riografía escrita en castellano. Es cierto
que la bibliografía aparecida en España
e Hispanoamérica es tan abundante
como desigual, pero existen decenas de
obras que son absolutamente imprescindibles para acercarse al fenómeno de
la Conquista. Pese a estas carencias
bibliográficas y a algunos planteamientos muy discutibles, el libro de Matthew Restall incluye interesantes sugerencias. Supone, en definitiva, una
revisión de algunos de los aspectos tradicionalmente sostenidos sobre el fenómeno de la conquista de América.
—————————————–————––— Esteban Mira Caballos
Universidad de Sevilla
RUIZ MARTÍN, Felipe: Los alumbres españoles: un índice de la coyuntura económica europea en el siglo XVI. Estudio preliminar por JUAN VIDAL, Josep.
Madrid: Fundación Española de Historia Moderna/Bornova, 2005, 238 págs.
ISBN 84-934615-0-4.
En su tiempo de máximo auge, la
primera mitad del siglo XVI, el comercio internacional del alumbre debe
haber ocasionado entre los dirigentes de
las principales instituciones estatales y
mercantiles del mundo occidental tanto
comentario como el de las drogas en la
actualidad. Encauzaba corrientes de
dinero, era básicamente sucio, y fue
motivo de locuras, pero más bien por
codicia que por estupefacción. En muchos sectores la gestión del alumbre
funcionaba al margen de la ley, estando
en España, por ejemplo, enteramente
en manos de particulares, que no pagaban ni alcabala ni almojarifazgo de los
beneficios. Así que, «el alumbre era un
ingrediente fundamental usado como
mordiente de las fibras textiles, una vez
concluido su proceso de fabricación para
desgrasarlas antes de someterlas al proceso del teñido. Los alumbres son un
perfecto índice para calibrar la trayectoria de la coyuntura económica europea
durante el Quinientos e interesante
para poder ver las presiones puestas en
escena para lograr el control de su comercialización» (Juan Vidal, J.: «Estudio Preliminar», p. 12).
Es curioso, dada su importancia,
advertir la forma esporádica con la que
ha sido investigado el tema en la historiografía moderna. El pionero fue indudablemente Adolf Gottlob, cuyo dominio del latín, contactos científicos y
experiencia de archivos le dio la combi-
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nación esencial de disciplinas para poder escribir Die Entdeckung der Alaunlager von Tolfa und das päpstliche Alaunmonopol, seguramente el capítulo más
consultado de su Aus der Camera Apostolica des 15 Jahrhunderts (Innsbruck
1889), con documentación del Archivo
Vaticano. No hace ninguna referencia al
alumbre de Mazarrón, a pesar del documentadísimo apartado que ya le
había dedicado Madoz (Diccionario Geográfico Estadístico Histórico de España vol.
11, Madrid 1848, págs. 320-3.). Por
otra parte, perfila lo diferente que sería
en el siglo XVI el comercio del alumbre
respecto de la segunda mitad del XV.
La idea inicial de Pío II, al inaugurarse
en 1463 las minas papales de Tolfa, fue
volcar la fortuna del alumbre papal en
la recuperación de Bizancio. Fracasada
pronto esa ambición, él y los tres siguientes ocupantes de la silla de San
Pedro comprometieron generosas cantidades a pensiones para los diversos
aristócratas bizantinos que habían logrado eludir el azote turco (debidamente detallados por Gottlob).
Ese capítulo constituía, indudablemente, la inspiración de los dos siguientes estudios importantes del comercio
de los alumbres. De Giuseppe Zippel
(«L’allume di Tolfa e il suo commercio»,
Archivio della Real Società romana di storia patria, Roma, 30 (1907) págs. 5-51
y 389-462), sigue siendo la fuente básica sobre el desarrollo de la explotación
papal iniciada en 1463, aunque tampoco hace referencia a Mazarrón. Con la
obra de Charles Singer, The First Chemical Industry (Londres, 1948), se corrige
por fin el defecto. Al mismo tiempo,
comienza realmente lo que es la fase
más desdichada de publicaciones sobre
el alumbre, a pesar del prestigio inter-
1089
nacional del autor como historiador de
la medicina. La verdad es que dependía
mucho, en el aspecto historiógrafico, de
las aportaciones de su esposa, Dorothea
Waley Cohen, y este libro no figura
siquiera en las bibliografías de sus obras
más importantes.
Es probable que la publicación de
Singer fuera demorada por la Segunda
Guerra Mundial. El resultado es que el
contenido pertenece realmente a 20
años antes y, en lugar de haberse puesto
al día, viene empaquetado en una edición de lujo no muy en consonancia con
aquella época de austeridad. Su valor
estriba en la revisión de las obras de
Gottlob y de Zippel, y es el primer texto
que ofrece una visión global de la producción y el comercio del alumbre. Al
contrario de aquellas, no es ningún trabajo pionero de investigación, sino una
simple recopilación de datos muy fiable.
El retraso es una anécdota en común con la obra de Felipe Ruiz Martín,
que llegó a pruebas de imprenta, en
francés, en Paris en 1959. En ese momento, el autor la retiró, y murió en
2004 sin ver la edición en castellano ni
dar explicación alguna de su decisión.
Pueden ser un indicio sus palabras pronunciadas en el último año de su vida:
«La historia ha perdido el valor que
tuvo después de la Segunda Guerra
Mundial. Desde mediados de los años
ochenta del pasado siglo XX, prima
una historia apresurada y sin tino» (p.
35). Es fácil imaginar que un historiador español, habiendo encontrado su
camino profesional sólo en Francia, se
diera cuenta en 1959 de que ser hábil
protagonista en aquellos años de la
disciplina de Lapeyre, Braudel y Noël
Salomon, no tenía cabida en la España
intelectual evocada posteriormente por,
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entre otros, R.Valls Montes (La Interpretación de la Historia de España y sus orígenes ideológicos en el bachillerato franquista
(1938-1953), Valencia 1984). Los historiadores a quienes, evidentemente,
excluyó Ruiz Martín de esa condena
general (refiriéndose específicamente a
España, aunque no lo dijo, Vicens Vives, Nadal, Carande), se habían formado al menos en el extranjero, o habían
quedado al margen de la cultura castellanocéntrica.
Se refería Ruiz Martín además, con su
selección de impecables, a la continuación
del debate iniciado por Moncada, González de Cellorigo, Martínez de la Mata y
otros en el siglo XVII sobre las causas de
la incapacidad de España de mantener el
ascendiente prometido por la política de
expansión de principios del XVI. Para
muchos, relacionarse con este debate es
saber en qué consiste el oficio de historiador en España, sobre todo habiendo
recaído posteriormente la responsabilidad de continuarlo principalmente en
los historiadores. Lo que frustraba a
Ruiz Martín, y también a otros, es que
la generación de historiadores en la
España de la postguerra se encontró
obligada a, o eligió, callarse prácticamente sobre el asunto. Como siempre,
se continuaba el debate fuera de España
(Kamen, H.: «The decline of Spain: A
historical myth?», Past & Present (Londres) 81 (1978) págs. 24-50).
Evidentemente, por la continuada
ausencia de Los Alumbres Españoles, su
desencanto con la historiografía española permanecía vigente durante los años
postfranquistas, pero, se supone, por
distintos motivos. Teniendo en cuenta
su propio ejemplo, lo que iba a lamentar Ruiz Martín, seguramente, sería la
dedicación a tesis doctorales, con todo
lo que representaba para la historiografía del futuro, de candidatos que carecían de la preparación adecuada, por
ejemplo en idiomas, y que veían además
el doctorado como un simple diploma
profesional, sin arreglo a la epistemología de la disciplina. Un tema concomitante con esto es la introversión de la
investigación de la historia en España.
Quien procede de fuera nota la proliferación de estudios elaborados por extranjeros en aspectos de la cultura ibérica, que no tienen ningún equivalente
por españoles sobre la de otros países.
Al contrario del libro de Singer, los
46 años de espera no han privado realmente de actualidad el legendario texto
de Ruiz Martín, debido en gran parte a la
lentitud de la recuperación de una historiografía adecuada al tema. Además de
cumplir con su título, el libro se encuadra
plenamente en el referido debate, y en
particular en una de las preocupaciones de
los analistas de la decadencia de España:
que el país se había convertido en exportador de materia prima e importador de
manufacturas, debido al defectuoso funcionamiento del imperio. Carande y otros
habían identificado la importación del oro
americano como determinante de la situación económica de Castilla y, por
extensión, de Europa. Ruiz Martín trata
sobre el movimiento del alumbre, por lo
tanto, siempre en relación con el mecanismo de reembolso.
Es impresionante la multitud de
fuentes, en diversos idiomas y disciplinas, que reúne el autor, con una masa
concluyente de documentación mayormente inédita procedente de Simancas y
de otros archivos. En conjunto, permiten formarse una amplia visión de la
compenetración de motivos de los diversos interesados en el comercio del
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alumbre en la primera mitad del siglo
XVI. En particular, hay suficientes datos para poder sospechar que una consideración en la desvinculación de Roma
de las economías favorables al protestantismo fue el gravamen del monopolio papal del alumbre. De hecho, nadie
se mantenía mucho tiempo en el ascendiente: anatematizada Inglaterra (entre
otros países) por Adriano VI en 1506
por traficar con alumbre turco, la Pérfida Albión en 1545 compra alumbre
exclusivamente de las minas papales.
Ruiz Martín está constantemente al
tanto de los altibajos, con un relato que
parece ofrecer en cualquier momento la
posibilidad de convertirse en tabla de
estadística.
Sin embargo, no todo lector es economista y alguno puede empezar a
buscar un contexto más amplio. Ruiz
Martín desconoce, por ejemplo, la labor
de Singer. Tampoco cita a Gottlob.
Hace caso omiso de la década transcurrida entre la caída de Constantinopla
en 1453 y el comienzo de Tolfa, que es
de máximo interés para el historiador
de la química, y de la política de los
Trastamara a mediados del siglo XV,
tanto en Aragón como en Castilla. No
logra explicar la diferencia fundamental
entre alumbre de roca y alumbre de tierra
(esto sí tiene sus complicaciones). Ni
siquiera dedica páginas al comercio
paralelo de la lana, cuyas múltiples
analogías piden comentario de alguien
tan preparado para hacerlo. El que pretenda suplir estos defectos lo hará teniendo en cuenta todo lo que ha descubierto Ruiz Martín.
De hecho, esa prueba de imprenta
de 1959 sí llegó a España, pero la vio
muy poca gente. «Por consiguiente»,
comenta A. Franco Silva (El alumbre del
1091
Reino de Murcia, Murcia, 1996, pág.
10), «no puede resultar extraño que
siga teniendo plena vigencia el trabajo
que escribí en 1980 «El alumbre murciano» (en Miscelánea Medieval Murciana
1980, págs. 239-272). También como
Ruiz Martín, desconoce Gottlob, Zippel
y Singer, y su documentación, valiosa
por cierto, procede de archivos no frecuentados por aquel, en particular, de
los ducados de Frías y de Medina Sidonia. En comparación con la cobertura
conseguida por el entretejido archivístico de Ruiz Martín, los archivos ducales
resultan faltos de documentación que
haga al caso para los años 1494 a 1525,
y que cubra la irreversible transición de
los alumbres de Mazarrón de negocio de
cortesanos a comercio internacional. En
la tercera década del siglo XVI, es
evidente que la gestión internacional
del alumbre está enteramente en manos
de genoveses. Uno de ellos, Gaspar
Rótulo (a quien Franco Silva le tiene por
milanés, El Alumbre del reino de Murcia
pág. 33), consigue hacer cerrar en 1532
la explotación vecina de Rodalquilar, de
los herederos del tesorero real Francisco
Pérez de Vargas, porque perjudicaba la
producción de Mazarrón y Tolfa, en
donde en marzo de 1530 se había llegado a un acuerdo sobre un tope anual
común de producción.
Franco Silva ve como arquitecto de
todo esto al tercer marqués de Villena,
Diego López Pacheco, y le responsabiliza
a continuación del desahucio de Francisco de los Cobos, secretario y hombre de
confianza del Emperador, que pretendía
un derecho a la explotación de los
alumbres del obispado de Cartagena
(existe también documentación sobre
este asunto en el archivo ducal de Medinaceli, sección Camarasa. Dado lo
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exhaustivo que es el tratamiento de
Franco Silva, es probable que no añada
nada de importancia.). Pero, para Ruiz
Martín, tras la magnitud de los préstamos genoveses a la Corona Imperial
registrada durante el año 1528, y para
las Cortes de Segovia de 1532, el hombre clave en la gestión de los alumbres
de Castilla era el mismo Rótulo. Los dos
autores están de acuerdo en que el apogeo se alcanza, en cuanto al predominio
genovés en el comercio de los alumbres,
con el contrato del 14 de junio de 1559
entre Negrón de Negro y los herederos
del tercer marqués de Villena. Ese predominio vino dos años después de la
homologación de plazos y tipos de interés de las deudas de la Corona, medida
que aniquiló precisamente las discrepancias que eran fuente del margen de
beneficios de muchas actividades comerciales importantes.
Ruiz Martín capta la esencia de lo
negociado por el factor genovés: «Las
cotizaciones exorbitantes de los productos
españoles —los 3 ducados por quintal de
los alumbres es buen ejemplo— son alcanzadas por el procedimiento singular
de pagar con valores ágiles, con dinero
fluido» (Ruiz Martín, Los alumbres... pág.
85), Lo que le dio seguramente al genovés la confianza de no fallar por alguna
tergiversación de la Corona fue la compra
a plazos fijos, el año anterior, a la hacienda real, del contrato exclusivo de provisión de sal a los Países Bajos durante 15
años. De todas maneras, ya tenía garantizada la venta del alumbre por otro contrato con las autoridades de Amberes del
5 de abril (Ibid. pág. 86). Estos detalles,
desde luego, no aparecen en la versión de
Franco Silva, que hace resaltar, previsiblemente, la iniciativa del cuarto marqués de Villena en lo pactado y, además,
en la evolución de las operaciones, pues
no iba a vivir hasta el final del plazo el
dinámico Negrón de Negro.
Se puede pensar que, con lo bien
argumentadas y documentadas que son
las obras hasta aquí citadas, no cabe
más elaboración sobre el tema de los
alumbres españoles. Pero dado el carácter pionero de las referencias de Madoz,
no puede ser menos que interesante una
reciente y también documentada historia local de Mariano G. Guillén Riquelme, Un siglo en la Historia de Mazarrón, 1462-1472 (Murcia, 2001). Como
los anteriores estudios, es débil sobre la
época transicional entre el cese del comercio con Constantinopla/Focea, y el
comienzo en serio de las operaciones en
Mazarrón, en la penúltima década del
siglo XV (desconoce, de hecho, la obra
de Ruiz Martín), y su repertorio de
fuentes secundarias se nutre de documentación inédita del archivo municipal de Lorca. Lo que descubre, con esta
información, es lo arraigados que están
los genoveses en la empresa de Mazarrón
al nivel más básico desde el principio,
figurando como propietarios de terrenos
de labor en la localidad ya en el siglo
XV. Sería interesante desde luego saber
si eran imigrantes de la perdida colonia
alumbrera de Focea, aunque el descubridor del alumbre de Mazarrón, que figura
en una fuente no consultada por el autor, no fue de la familia principal, los
Rey. Lo sorprendente, dada la total dependencia de la gestión del alumbre de
comerciantes genoveses, es lo odiados
que eran desde los primeros momentos.
Guillén repite (más o menos) las frases
del primer marqués de los Vélez: «Son
unos mentirosos que tiran la piedra y
esconden la mano [….] y le pido a Dios
que quando me lleve de este mundo,
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vaya al Parayso, pero no en compañía de
los genoveses» (Lo toma de Franco Silva,
op. cit. pág. 106; desgraciadamente no
consta de esta cita).
El grueso un tanto novelesco del libro se centra en la extendida campaña
de los mazarroneros de librarse del control del concejo de Lorca y conseguir
término propio. En principio, les apoya
el tercer marqués de Villena, pero sólo
consiguieron lo anhelado definitivamente en 1572, con la confirmación de su
villazgo, una auténtica victoria pírrica,
pues las fábricas de alumbre estaban en
pleno declive y se cerrarían en 1594,
dejando la recién franqueada comunidad prácticamente sin medios para vi-
1093
vir, desoídos sus pedidos de ayuda por
los dos marqueses, máximos beneficiarios (con sus antepasados), de la abnegada labor de los mazarroneros durante
más de un siglo. Esta tragedia sí sería
un caso para la atención de los arbitristas, pero es poco probable que estuvieran enterados.
No es frecuente, en una comparación de libros sobre un tema, que sea el
más antiguo el que más se presta a
continuar el diálogo. Pero tal es el caso
con el estudio de Ruiz Martín. Es un
acierto de la Fundación Española de
Historia Moderna haber proporcionado
una edición accesible que cumpla estos
fines esenciales.
—————————————–————–——–—
Edward Cooper
London Guildhall University
BIANCHIN, Lucia: Dove non arriva la legge. Dottrine della censura nella prima
età moderna. Bolonia, Società editrice il Mulino, 2005, 389 págs., ISBN: 88-1510834-3.
Se equivocaría quien creyera, al leer
el título de esta obra, que estamos ante
un libro sobre la censura entendida
como el control que las autoridades
ejercen sobre los textos escritos y la
circulación de ideas, sobre todo impresas. Es cierto que no faltan referencias a
este concepto más restringido, pero en
la obra de Bianchin la noción de censura está tomada en el sentido en el que la
utilizaban los pensadores de la Reforma
protestante a finales del siglo XVI e
inicios del siglo XVII: como el conjunto
de técnicas de control y reglamentación
de la sociedad para imponer una disciplina moral que intenta vincular el
comportamiento e incluso las conciencias de los individuos.
Asumido el término en su sentido
lato, como «censura morum», la obra de
Bianchin se propone estudiar la doctrina sobre la censura en la teoría del Estado entre finales del siglo XVI e inicios
del siglo XVII. Para ello, el libro se
divide en dos partes.
La primera es de carácter general,
centrada en el aspecto institucional de
la censura. En el primer capítulo, se
sitúa la noción de control de la sociedad
en el marco de concepciones más amplias desarrolladas en los últimos años
por la historiografía como los procesos
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de disciplinamiento social y de confesionalización o el concepto de «Policey»
en la Alta Edad Moderna. En efecto, las
legislaciones de «policía» indujeron en
las sociedades una lenta transformación
de las mentalidades y del comportamiento que desembocó en una autodisciplina
y un autocontrol tanto de las comunidades como de los individuos. Cabe recordar que el fenómeno se da simultáneamente y en conexión con el proceso de
concentración del poder y del refuerzo de
la soberanía de los estados. Lucia Bianchin, doctora por la Universidad de
Trento, ha sido becaria del Istituto ItaloGermanico in Trento, y muestra, en la
línea de los investigadores de esta prestigiosa institución, una preocupación especial por el conocimiento de la historiografía germánica sobre esos procesos. La
autora tiene en cuenta que la censura no
sólo fue una institución eclesiástica, sino
también un instrumento de la autoridad
civil, siguiendo la idea de la «criminalización de los pecados» que ha sido descrita por Paolo Prodi.
En el segundo capítulo se traza una
comparación entre los modelos de censura eclesiástica propios de la Iglesia Católica (más ligados al control de las ideas) y
de las Iglesias reformadas, en particular
de la calvinista, donde la imposición de
una disciplina de las costumbres públicas
y privadas fue particularmente operativa.
En el tercer capítulo la autora
examina el sistema romano clásico
de censura, con su magistratura específica (el censor) y una serie de conceptos
vinculados a él (infamia, ignominia).
Los humanistas del siglo XVI recuperarán el ideal clásico de censura, aunque
sin olvidar la importancia que daban al
disciplinamiento del príncipe los «specula principum» medievales.
En la segunda parte de la obra (capítulos 4 a 8), se analiza monográficamente
la doctrina sobre la censura en la obra de
cinco teóricos del Estado: Jean Bodin
(1529-1596), Pierre Grégoire (15401597), Justo Lipsio (1547-1606), Johannes Althusius (1557-1638) y, quizás el
menos conocido, el luterano Johann Angelius Werdenhagen (1581-1652). Pero
hay también digresiones sobre las ideas en
torno a la censura de Georg von Obrecht
en el capítulo sobre Bodin, y, en la conclusión, de Hobbes, Pufendorf o Rousseau. Especiales características reviste el
caso del calvinista Althusius, que no sólo
fue un teórico de la censura, sino que
pudo poner en práctica sus ideas como
estricto síndico entre 1604 y 1638 en
Emden. A la situación en esta ciudad,
llamada la «Ginebra del Norte», dedica
Bianchin unas interesantes páginas.
Del análisis tanto de los aspectos institucionales como teóricos, desde una
óptica eminentemente jurídica, emerge
una cuadro común de la noción de censura, entendida como un complemento
indispensable de la justicia: la censura
como instrumento de disciplinamiento de
la moralidad que permite a las autoridades corregir aquellos defectos y abusos
colectivos o individuales que no constituyen propiamente un delito y, por lo tanto,
para los que la justicia ordinaria no prevé
una pena, pero que socavan igualmente
los fundamentos del bien público y del
Estado. La censura, mecanismo de control
y de información sobre los súbditos, es
además un mecanismo de represión que
no se guía estrictamente por la ley escrita,
más rígida en sus previsiones, sino por la
moralidad de las costumbres y, por ello,
es más adaptable a las circunstancias de
cada caso. La autoridad censoria puede
abordar cuestiones como la circulación de
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ideas, la vida marital, las instituciones
educativas, las leyes suntuarias y en general intervenir en caso de indicios de conducta desviada o peligrosa, y puede hacerlo de manera más libre y flexible que el
juez. De ahí las palabras del título, repetidas de varias maneras a lo largo de la
obra (pág. 11, 135, 164, 330, etc.): la
autoridad de la censura actúa «donde la
ley no llega»y se constituye en garante de
la estabilidad de las leyes de «policía».
De esta manera, lo que hoy llamaríamos la esfera privada del súbdito se
convierte en terreno del ejercicio de la
autoridad del príncipe. Pero eso lleva a
aguas pantanosas: aunque, como señala
Bodin, la censura es un ejercicio de la
1095
justicia que debe estar dominado por la
equidad, el poder del príncipe de juzgar
arbitrariamente, fuera de las normas
procesales jurídicas, puede llevar a la
tiranía. Por eso, autores como Althusius
intentarán limitar el poder del censor y
hacerlo emanar del pueblo. Y por eso la
censura forma parte del disciplinamiento social: un proceso en el que no se da
la arbitrariedad absoluta sino en el que,
en alguna medida, existe una aceptación y un consenso por parte de la comunidad, lo que permite generar la
obediencia. Por esta vía la obra de
Bianchin entronca con los debates más
actuales de la historiografía política y
jurídica sobre la Edad Moderna.
—————————————–————
Ignasi Fernández Terricabras
Universidad Autónoma de Barcelona
OCCHI, Katia: Boschi e mercanti. Traffici di legname tra la contea di Tirolo e la
Repubblica di Venezia (secoli XVI-XVII). Bologna, Società Editrice il Mulino,
2006, 275 págs., ISBN 88-15-10110-1.
Este interesante libro estudia la trayectoria de un grupo de sociedades de
mercaderes de madera operativo en el
Tirol italiano bajo dominio austriaco,
un territorio que disponía de un extenso
patrimonio forestal y que estaba próximo a los mercados de la llanura véneta,
zona muy poblada y con una gran presencia de actividades consumidoras de
productos forestales. El trabajo abarca
desde la pacificación de Italia y las expectativas económicas que se abrieron
por entonces, hasta la crisis de los años
treinta del siglo XVII, período en que la
economía de esas empresas describe una
parábola idéntica a la de Venecia, centro
neurálgico del sistema, por su control
sobre el tránsito mercantil entre la llanura y la montaña, su actividad crediticia y
su capacidad de consumo. El objetivo
último de la autora es demostrar que la
economía de los pueblos del Norte italiano estuvo incrustada en los mercados
europeos, gracias a la venta de productos
forestales por medio de grandes sociedades y de las grandes vías de comercio.
En los capítulos iniciales se estudian
las condiciones naturales de la zona,
haciendo hincapié en los cursos de agua
que permitían el transporte de madera,
en la distribución de las infraestructuras
y en la vinculación de esta actividad con
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el circuito crediticio veneciano. Luego se
desemboca en el desarrollo de un «modelo ecológico», que, dada la importancia económica del bosque, regulaba y
racionalizaba su explotación a través de
ordenanzas señoriales y de las ordenanzas forestales del gobierno del Tirol, no
en vano la Cámara archiducal austriaca
obtenía saneados recursos de las concesiones de tala y de los derechos de exportación. Después se observa la organización del trabajo, basado en mano de
obra itinerante, sin más articulación que
los mercaderes que la contrataban.
Pero el centro de la obra es el examen de un sistema de cambio del recurso energético básico y materia prima
fundamental (construcción naval, minería, siderurgia, máquinas, aperos) a
través del microanálisis de algunas áreas
significativas, teniendo en cuenta la
distribución de los intereses económicos
de los mercaderes de madera y sus relaciones de negocios y de patronazgo con
las elites locales y los feudatarios, como
titulares de los derechos de disfrute de
los bosques, y los miembros de la burocracia, como correa de transmisión con
el gobierno austriaco. En el propio territorio tirolés, algunos pueblos situados
en nudos fluviales, se convirtieron en
centros industriales de montaña, y en
ellos, los contactos comerciales y la
inmigración de operadores, contribuyeron al nacimiento de una activa burguesía. En ese ámbito predominaban las
empresas pequeñas y medianas, que se
ocupaban sólo de fases del proceso, pero
en ausencia de documentación, K. Ochi
se fija sólo en las grandes, que cubrían
la producción, la transformación y la
distribución al mismo tiempo, con el
objeto de ilustrar el papel que jugaban
y sus relaciones dentro del contexto
local y con otros comerciantes y exponentes del gobierno central y periférico
del Tirol. Se trataba de empresas familiares, pero exigían una gran inversión,
ya que era preciso pagar con años de
antelación las concesiones de tala de la
Cámara austriaca o los contratos con las
comunidades, y para afrontarla recurrían
al crédito y al aval y recursos de densas
redes de parentesco y patronazgo; la
base de esas sociedades no era tangible,
sino de futuros —arriendos de bosques,
concesiones de tala—, por lo que necesitaban mantener buenas relaciones con los
funcionarios austríacos y con los pueblos
para garantizarse los aprovechamientos y
la mano de obra; por lo mismo, los riesgos eran constantes, naturales unos, provocados otros —incendios, cortas de leña,
bloqueos del tráfico por parte de la autoridad—. Así pues, sólo una minoría
mercantil controlaba el sistema porque
tenía capacidad de atender las demandas de la autoridad tirolesa, de los señores y de las comunidades, y podía garantizar las redes de cambio entre
Venecia y los distritos de montaña. La
explotación de recursos creó resentimiento en las comunidades rurales, aunque
éstas con frecuencia arrendaban el uso
del bosque para pagar impuestos o financiar obras públicas; para evitar las
posibles agresiones —talas, incendios—,
los mercaderes las neutralizaban garantizando el suministro de cereal, aceite,
telas y vino, y haciendo donativos o legados, a los que el clero no era ajeno.
Estamos ante un modelo interesante, pero que tiene algunos problemas.
El primero radica en los objetivos, ya
que, pretendiendo enlazar ese modelo
con los grandes espacios mercantiles
europeos, se sobrevalora el papel que los
productos forestales jugaban en medio
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de otros mucho más perentorios, como
los cereales, y, por el contrario, se minusvalora el hecho de que son pocos los
mercaderes dedicados sólo a la madera,
ya que para todos, los granos, vinos,
textiles, etc., eran más relevantes; es
muy probable que una parte sustancial
del mercado estuviera en manos de las
pequeñas y medianas empresas que
están fuera del campo estudiado. Por
otro lado, a pesar de ser una investigación concebida en términos europeos, la
bibliografía es casi sólo italiana, estando
ausentes las consolidadas bibliografías
anglosajona y francesa, dos modelos
diferentes de estudio pero del máximo
interés. Por eso mismo, es una tesis
auto-explicativa, que prescinde totalmente de la comparación de modelos y
proporciones. Parte de los problemas
proceden de las lagunas documentales
1097
debidas a la propia naturaleza del tema;
K. Ochi se basa en documentación institucional tirolesa y en las actas de los
notarios venecianos, pero gran parte de
la actividad se basaba en contratos verbales, las sociedades y familias implicados no generaban contabilidades —o no
se conservan—, faltan series de precios,
salarios y costes y, lo más importante,
no se controla lo que se escapaba en los
vericuetos de la administración y del
contrabando, favorecidos por las características y la ubicación del territorio y por
la facilidad de sobornar a los funcionarios; de hecho, las mejores fuentes de las
que dispone la autora y en las que basa
su análisis de las grandes familias mercantiles, proceden de actuaciones contra
el comercio ilegal: procesos judiciales y la
pesquisa gubernamental llevada a cabo
en 1618 para poner algún control.
—————————————–————–—–— Ofelia Rey Castelao
Universidad de Santiago de Compostela
RUIZ RODRÍGUEZ, José Ignacio: Disputa y consenso en la administración fiscal
castellana. (Villanueva de los Infantes y el partido del Campo de Montiel c.
1600-c.1660). Alcalá de Henares, Universidad de Alcalá de Henares, 2005, 272
páginas. ISBN: 84-8138-670-7.
La investigación de José I. Ruiz es
muy sugestiva. Utiliza un caso rural de
larga duración, como modelo de reflexión y explicación del funcionamiento de la administración del Antiguo
Régimen, para plantear nuevas reflexiones conceptuales y metodológicas
y para hablar de los pactos en Castilla
en tiempos de los Felipes.
Su trabajo está estructurado en seis
capítulos. En el primero define los con-
ceptos clave necesarios para analizar el
funcionamiento de esa administración.
Nos da importantes herramientas acerca de cómo debe abordarse el estudio
del poder. En efecto, el autor bucea en
la dicotomía que existe entre auctoritas
y potestas, proponiéndonos que la primera debe entenderse como realidad
jurídica y la segunda como realidad de
mando, de facto y que, verdaderamente,
no es condición sine qua non que vayan
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siempre ligadas. Desde esta perspectiva asevera (y demuestra) la imposibilidad de que en el siglo XVII se pueda
hablar de un poder centralizado y mucho menos de que el poder real pueda ser
ejercido en régimen de monopolio. Por el
contrario, señala ámbitos de poder diferenciados e incluso fragmentados: el del
príncipe, el del reino, el de la nobleza,
Iglesia, etc. Igualmente, y como base
argumental, señala cómo hay otros poderes que no están debidamente institucionalizados, ni codificados, por lo que
debemos considerarlos informales y en
pie de igualdad con los normados.
Así las cosas, es el momento de pasar del nivel conceptual al empírico.
Éste es el Campo de Montiel y sus instituciones, para mostrar la realidad histórica de lo que caracteriza como sistema
político corporativo.
Tras este primer capítulo, esencial y
de gran valor teórico, por cuanto despliega todo el utillaje conceptual de
análisis de lo que es la administración
del Antiguo Régimen, acomete el estudio, de la Hacienda Real y su intromisión en este territorio. En efecto, en una
jurisdicción privativa de la Orden de
Santiago hay instituciones dependientes
del poder del príncipe, y muchas de
ellas, informales. De manera natural
van apareciendo ante nuestros ojos los
órganos de la Monarquía que intentan
irradiar en el Campo (consejos, juntas,
oficios provenientes de la corte, etc.) y las
consiguientes dificultades que tienen para
aplicar las órdenes centrales. Así, se
plasma en conflictos de competencia,
lucha por ocupar un lugar preeminente
en la administración de las rentas reales
en aquel dominio (Consejo de Hacienda
contra Cortes), instancias municipales,
especialmente las cabezas de partido y en
suma, cómo se ha de llegar a la administración consensuada de las rentas reales
entre los poderes interesados. El consenso
se acepta por parte de los poderes locales
gracias a la «privatización» de oficios de
importancia como el de las tesorerías.
Capítulo aparte dedica al estudio de
la «hacienda del reino», a la que considera de manera diferenciada por cuanto
corresponde a la contribución que hace
una instancia política a la hacienda del
rey. Así explica nítidamente, que la
Comisión de Millones nace a consecuencia del conflicto político que ya
conocíamos entre Rey y Reino y cuyo
resultado se saldó con el establecimiento de una administración separada y
administrada directamente por el Reino.
Esto posibilitó un consenso que reservaba para los poderes del reino además
de las tesorerías del ramo, la gestión
directa de los mecanismos de exacción.
Con la misma lógica, justifica el estudio por separado de las que fueron las
contribuciones que hicieron «Patrimonios y corporaciones», esto es, otros
entes políticos del llamado «sistema
corporativo». Aquí estudia las contribuciones que hacen a la Hacienda Real,
órganos privilegiados de aquella Monarquía como eran la Iglesia, el Maestrazgo y encomiendas de la Orden de
Santiago y también los «agraciados»
con beneficios y oficios. Desde esta perspectiva, resulta interesante ver cómo en
un dominio privativo todos los cuerpos
que componían la monarquía contribuían a su sostenimiento, lo que resulta
paradójico con la idea que tradicionalmente se ha transmitido de una hacienda
real que excluía a los privilegiados. De
nuevo, poder formal e informal.
En los dos últimos capítulos muestra la evolución de las rentas reales a lo
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largo del periodo considerado y su
quiebra, producida porque el exceso de
consenso entre todos los cuerpos, o
mejor aún, el exceso de privilegios concedidos a todos, acabó por agotar los
recursos y provocar unas rigideces que
hacen al sistema inoperante hasta ponerlo en crisis. Así concluye con el capítulo sexto en el que nos presenta la
ruptura que llevó a la Monarquía a una
quiebra, que lejos de las anteriores que
eran fiscales, ésta clavó sus uñas en
otros ámbitos, ahora sociales.
Así se provocó una nueva situación
en la que la constelación de poderes que
se hallaba dispersa por todo el reino
hubo de ceder parcialmente a favor del
poder real, lo que se tradujo en un
avance del absolutismo, como él justifica con el establecimiento de un nuevo
sistema administrativo que se vertebraba territorialmente con las arcas de tres
llaves, con las que además de introducir
una flexibilidad al sistema, quitaba
poder a los municipios, mientras crecía
el de los ministros del rey.
José I. Ruiz finaliza explicando por
qué no hubo rebeliones en Castilla en el
siglo XVII. La clave está en que hubo
una participación de todos los poderes
en todo el entramado administrativo.
1099
Por otro lado, todo el libro está salpicado de cuadros explicativos y de
apoyo documental que no deja espacio a
la especulación vana. Son especialmente
útiles y didácticos para los estudiosos
del tema los esquemas-organigramas
que ofrece en los capítulos del funcionamiento de las administraciones; así
me gustaría destacar el capítulo II: «Esquema de la estructura sinodial de la
Monarquía Hispana en los siglos XVI y
XVII», «Esquema del funcionamiento
de las tesorería», «Esquema del funcionamiento del arca de tres llaves…»;
capítulo III: «Esquema de la estructura
institucional fiscal palatina y su actuación sobre un mismo territorio», «Esquema del funcionamiento administrativo del servicio de milicias» …etc.
El despliegue cartográfico es muy
significativo, y los cuadros resumen y
unos buenos apéndices, descargan al
texto de espesura y lo hacen atractivo
en una materia que de otra manera
resultaría difícil.
Por tanto, es un libro riguroso, conceptual y capaz, como señala en su prólogo, de conectar la vieja propuesta de
Vicens Vives con las líneas metodológicas modernas de la llamada «Nueva
Historia Fiscal».
—————————————–————–—
Alfredo Alvar Ezquerra
Instituto de Historia, CSIC.
PUENTE, Pedro de la: Los soldados en la guardia. Madrid, Ministerio de Defensa,
2006, 250 págs., ISBN 84-9781-248-4.
En la última década, la historia de la
guerra y la historia militar —conceptos
que no son afines— han sido y siguen
siendo objetos de un considerable interés. Abundantes publicaciones, números monográficos en diversas revistas,
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congresos y proyectos desvelan el creciente desarrollo de esta rama de la
Historiografía que ha impulsado amplias líneas de investigación en la Época
Moderna: guerra y monarquía, guerra y
economía y guerra y sociedad. Últimamente se está desarrollando una línea
de investigación muy fecunda, la llamada cultura de la guerra, en la que se
integran los estudios sobre guerra y
literatura, guerra y arte, pero también
los progresos técnicos, científicos, sanitarios, etc., en los ejércitos.
Precisamente, gracias al impulso
de esta línea de investigación se ha
retomado el estudio y análisis de la
obra escrita de muchos pensadores
militares que al servicio de la Monarquía de los Austrias utilizaron no sólo
la pica sino también la pluma. La tratadística militar ofrece grandes posibilidades de conocer los progresos del
arte militar del ejército de la Monarquía Hispánica. Desde ahí será posible,
en consonancia con las investigaciones
que sobre otros ejércitos de la época se
han hecho y están haciendo, contribuir
al debate sobre la denominada Revolución Militar de la época moderna, en el
que el ejército hispánico es todavía
poco conocido.
En la base de una parte de este
impulso se encuentra la obra editorial
del Ministerio de Defensa gracias a su
meritorio esfuerzo por rescatar del
olvido un considerable número de tratados junto con sus autores. La publicación de Los Soldados en la guardia
viene a sumarse al creciente número de
obras militares editado por la Secretaría General Técnica del Ministerio de
Defensa formando parte de la Colección Clásicos. La publicación de estas
obras está recibiendo una merecida
atención por parte de los especialistas,
pero todavía hace falta una mayor difusión a todos los niveles.
La cuidada edición de Los soldados
en la guardia del coronel Pedro de la
Puente presenta dos partes. La primera
es un estudio preliminar de Fernando
Chavarría Múgica —especializado en
los presidios de Toscana y en la guerra
en el contexto fronterizo— sobre la
vida, tiempo y obra del coronel Pedro
de la Puente, en el que incluye un bosquejo biográfico del autor y un análisis
de dicho tratado militar: edición, influencias y estilo, así como un estudio
del sentido, contexto y temática de la
obra. La segunda parte (desde la página 57 a la 243) incluye el propio Tratado, formado por cuatro Discursos y
unos Apuntamientos políticos.
Uno de los aspectos más apasionantes de la historia militar de la época de
los Austrias es poder conocer la vida de
aquellos capitanes y soldados al servicio
del Imperio español, sus motivaciones
para alistarse, su modo de sobrevivir en
el tercio, su comportamiento en campaña, sus ascensos, heridas y achaques.... y, en definitiva, el alcance de su
carrera militar en el tiempo que le tocó
vivir. A excepción de algunos grandes
generales como el duque de Alba, don
Juan de Austria o Ambrosio Spinola,
apenas se conoce la trayectoria militar
de multitud de soldados y oficiales que
buscaron en las guerras europeas de los
siglos XVI y XVII la culminación de
sus aspiraciones. Esta obra es particularmente bien recibida, pues ofrece la
posibilidad de conocer la vida e ideas
del coronel Pedro de la Puente que
además de soldado veterano llegó a
escribir, al menos que se conozcan, un
tratado y un opúsculo.
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Como otros autores españoles que
escribieron sobre temas militares, Pedro
de la Puente fue un militar con muchos
años de actividad bélica a sus espaldas,
que llegó a desempeñar una serie de
cargos en Italia y sintió, en un momento determinado, la necesidad de poner
en orden sus recuerdos y vivencias, los
conocimientos adquiridos y sus experiencias.
La vida de Pedro de la Puente es
prototipo de un hidalgo español que al
servicio de los Habsburgo llegó a convertirse en una «criatura del Imperio».
Su vida, aunque escasamente conocida
por falta de datos, comienza en España,
pasa por Flandes y termina en Italia.
Fue soldado de muchas batallas y de
varios asedios en los que el enemigo
hubo de retirarse y, precisamente por
ello, fue también condecorado de heridas y de ascensos.
Los merecimientos militares le condujeron a desarrollar una brillante carrera en Italia, donde ocupó la castellanía y capitanía a guerra, primero, de la
plaza de Otranto y después de la de
Gaeta, para pasar más adelante como
gobernador de Orbetelo, donde tuvo
gran éxito en la defensa del asedio francés a la plaza. Pero como ocurre muchas
veces, en un determinado momento fue
mal interpretado y tuvo que defenderse
de las malas lenguas, escribiendo en su
defensa el opúsculo titulado Descripción
de los Presidios de Orbitelo (1648) que no
se publicó hasta 1652, y acudiendo
personalmente a Madrid a defender su
causa. Consecuencia de ello fue el nombramiento que recibió como castellano
de Pavía en 1652. Años más tarde, en
1657, el coronel escribió el Tratado Los
soldados en la guardia que dedicó al nuevo valido Luis Méndez de Haro con la
1101
esperanza de ganarse su favor. Sin embargo, los hechos siguientes —se le
denegó la gobernación de Portolongone
y el mando del Tercio de Sicilia que
había solicitado— demostraron que no
lo logró.
En 1661, de la Puente había llegado al techo de su carrera. El éxito y las
mercedes que había conseguido, por
otra parte nada desdeñables, siempre se
mantuvieron dentro de los límites previstos para un hombre de su condición:
un hidalgo de modesta cuna que había
labrado toda su fortuna como militar
profesional al servicio del monarca. Con
este ejemplo, se confirma que los altos
cargos estaban reservados a la nobleza
titulada. Castellanías y gobernaciones
de plazas eran rechazados por la aristocracia y bien aceptadas por los militares
procedentes de la baja nobleza que debía su estatus a las heridas sufridas en
sus largos años de servicio.
El bosquejo biográfico está muy
bien narrado y los títulos son muy sugerentes, pero quisiéramos saber mucho
más. La escasez de datos —el estudio se
basa en la obra de Giovanni Caravaggi
y en el expediente de méritos presentado por sus hijos— sólo ha permitido
una breve biografía de seis páginas.
Nada se sabe de su nacimiento y la
primera fecha conocida es la de 1624
cuando ya está sirviendo en Alemania.
Hubiera sido también muy deseable un
contexto histórico más extenso y no sólo
ampliado en las notas.
En cuanto al Tratado militar, la novedad de Los Soldados en la guardia no es
su contenido sino su carácter novelado.
De la Puente adopta el modo propio de
la novela, siguiendo las pautas del género que venía desarrollándose precisamente por aquel tiempo. Desde un
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punto de vista formal, el autor utiliza
recursos narrativos que pueden rastrearse también en textos de importantes
autores de la época como Cervantes o
Quevedo. La acción sigue la pauta clásica de a) introducción: don Bernardo
abandona su casa y se introduce en los
ambientes soldadescos de Madrid; b)
nudo: el joven recluta decide acompañar
a la compañía del capitán Vázquez en su
periplo; y c) desenlace: una vez muerto
su amigo e instruido suficientemente en
la vida militar, decide retomar su plan
inicial de marcharse a Italia.
El método utilizado por De la
Puente es ofrecer varias visiones sobre
un mismo problema con la voz de los
distintos personajes y con las propias
reflexiones. Son los soldados rasos quienes muestran abiertamente y con absoluta sinceridad los verdaderos problemas de la vida militar, aquellos que les
afectaban más de cerca y eran difíciles
de solucionar: los ascensos, la deserción,
el modo de reclutar, etc. Los oficiales,
en cambio, evaluaban y sacaban conclusiones de las situaciones.
Como ha explicado Antonio Espino
en La edad de oro de la tratadística militar
española y en Guerra y cultura en la Época
Moderna existen pocos estudios sobre la
tratadística militar hispana y las ideas
que informaban a sus autores. Esta carencia es mayor en relación a los tratados
de las décadas centrales del siglo XVII,
lejos ya de esa edad de oro que se extendería de 1570 a 1630, lo cual contrasta
con el interés que ha despertado internacionalmente el problema de la interpretación y aplicación de los clásicos por la
doctrina militar de la época y su aplicación práctica en el campo de batalla. Sin
embargo, un estudio reciente sobre
tratadistas y tratados de 1648 a 1700,
de Diego Gómez Molinet, viene a completar estas carencias.
El tratado de Pedro de la Puente sigue la línea marcada desde finales del
siglo XVI por autores como Marcos de
Isaba o Sancho de Londoño. Sin embargo, sus influencias fueron mucho más
amplias como correspondía a un gran
lector y a un militar de larga experiencia en distintos frentes. En primer lugar,
destacan los clásicos, que cita continuamente, como César, Plinio el Joven,
Tácito o Vegecio, entre otros muchos.
Pero no se limita a la antigüedad, también hace mención de tratadistas modernos del siglo XVI y XVII, como los italianos Jacopo da Porcia y Girolamo
Cataneo, o el francés Guilaume du Vellay. También menciona a aquellos autores preocupados por la caballería, cuerpo
en el que de la Puente serviría durante
muchos años, como Ludovico Melzo o el
albano Giorgio Basta.
De gran influencia en De la Puente
fue la corriente de pensamiento tacitista y
el neoestoicismo de Justo Lipsio. Esta
corriente tuvo una gran influencia en la
doctrina militar de su tiempo. De hecho,
la guerra y la organización del ejército
constituyeron una de las principales preocupaciones en la obra de Lipsio. Su interés no era tanto hacer del aparato militar
un instrumento más eficaz para los monarcas, aunque no dejaba de considerarlo
como uno de los fundamentos de su autoridad, sino encontrar una doctrina que
fuera al mismo tiempo útil y moral. Por
medio de una buena organización y una
rigurosa disciplina, en la que la religión
jugaba un papel importante, los ejércitos
tendrían un impacto menos brutal sobra
la población.
Así, pues, Lipsio fue citado con frecuencia por tratadistas militares del
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siglo XVII como Francisco Manuel de
Melo, el Marqués de Aytona o el propio
Pedro de la Puente, cuya máxima preocupación era también el mantenimiento del orden y la disciplina, un problema de primera magnitud en el ejército
de su tiempo.
De la Puente presenta sus temas a
través de las experiencias de sus personajes o las del propio autor como ejemplos de los que extraer enseñanzas útiles; su método para cambiar de cuestión
es la utilización de algún suceso que
hace desviar la conversación hacia otros
derroteros. Su objetivo didáctico, género preferido por los tacitistas, le lleva a
ofrecer una extensa recopilación de
máximas y aforismos entresacados de
distintas fuentes y convenientemente
adaptados, con el objeto de ofrecer una
reserva de enseñanzas que permitieran
al interesado, el monarca o cualquier
otro gobernante o mando militar, estar
prevenido ante cualquier circunstancia.
Como señala Chavarría Múgica, los
Apuntamientos políticos lejos de constituir
un mero apéndice y por tanto una parte
accidental de la obra, constituyen de
hecho la culminación de la misma, una
especie de capítulo conclusivo. Los
apuntamientos que recogen 101 máximas o consejos inspirados en una gran
variedad de fuentes bíblicas, clásicas,
patrísticas y excepcionalmente modernas, dan sentido al conjunto de la obra
y explican la intención del autor. Son
Apuntamientos políticos y no militares
porque la obra no va dirigida al soldado
en campaña, ni tan siquiera a la oficialidad, sino a los altos mandos militares,
es decir, aquellos implicados en la toma
de decisiones en asuntos de guerra.
Así, pues, la obra de Los Soldados en
la guardia tiene un claro propósito di-
1103
dáctico, se trata de educar al lector en un
modo de pensar mediante un estilo
flexible y persuasivo, al igual que el resto
de la tratadística de inspiración tacitista.
En cuanto a la repercusión de esta
obra en su tiempo no parece que fuera
demasiado significativa por sí misma.
Más que en el contenido, la novedad
estuvo en la forma, pues De la Puente
escribió un tratado novelado. Su publicación formó parte de un fenómeno
editorial mucho más amplio que tuvo
como centro la Lombardía española.
Milán se convirtió en uno de los principales centros de edición de la tratadística militar de la Monarquía española.
Quizá para la investigación actual,
el tratado es un excelente documento
que permite conocer, como en una radiografía, la problemática de la verdadera vida militar del siglo XVII. De la
Puente trata los problemas que afectaban al soldado, desde el momento del
alistamiento y el alejamiento de la familia, hasta la vida militar con sus marchas, la deserción, el vicio del juego, los
motines, los alojamientos, las pretensiones en la corte, etc. Hubiera sido de
mucha utilidad un índice temático (y a
ser posible onomástico y geográfico) así
como las notas a pie de página y no a
final de capítulo.
Con la publicación de esta obra, se
incrementan las posibilidades de estudiar algunas cuestiones primordiales
sobre quiénes fueron los tratadistas
hispanos, qué repercusión tuvieron sus
obras, cuáles fueron la aportaciones
hispanas en los diversos campos del arte
militar, cuál fue la presencia de tales
obras en las bibliotecas de la época y,
por tanto, qué difusión y lectores tuvieron. Facilitaría esto mucho la publicación digital de la Colección Clásicos
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para poder hacer valoraciones de conjunto, estudios comparados con la tratadísti-
ca europea, influencias mutuas, evolución
y repercusiones teórico–prácticas.
—————————————–———–—
Cristina Borreguero Beltrán
Universidad de Burgos
ANDUJAR CASTILLO, Francisco: El sonido del dinero: monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII. Madrid, Marcial Pons, 2004, 485 págs.,
ISBN: 84-95379-90-2.
Desde las dos últimas décadas del
siglo XX los estudios de historia militar
para la época moderna han venido experimentado un creciente impulso en el
ámbito académico español. Los especialistas en «Historia de la Guerra», han
señalado las posibilidades de novedad
que estas investigaciones ofrecían cuando se alejaban de fórmulas tradicionales
y se abordaban temas como el de la
«revolución militar», el impacto de la
guerra en la sociedad o los aspectos
sociológicos de los conflictos. Temas
todos ellos que, en mayor o menor medida, originaron debates historiográficos
fuera de nuestras fronteras y que en
España comenzaron a dar notables frutos a fines de los noventa. Dentro de
esta corriente renovadora se encuadra
Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII de Francisco Andujar quien ya en un manual anterior,
reivindicaba la necesidad de hacer una
historia social de la guerra.
Como queda aclarado en su título el
presente volumen tiene como objetivo
estudiar las prácticas venales en el ejército borbónico. Un fenómeno que adquirió
grandes dimensiones en Inglaterra,
Francia, Prusia, Rusia e incluso Austria
por los mismos años y que no se había
estudiado con profundidad en el caso
español. El autor, —partiendo de fuentes procedentes del Archivo General de
Simancas, del Archivo Histórico Nacional, de las noticias de la Gaceta de Madrid y de la Base Fichoz de la Maison des
Pays Iberíques de Burdeos—, reconstruye
mediante una secuencia diacrónica la
tipología de estas operaciones, establece
su cronología, identifica a sus protagonistas, define sus aspiraciones e intereses
e incluso cuantifica sus precios.
La tesis fundamental defendida en
el libro consiste en que la guerra, como
consecuencia de la práctica venal, se
convierte en una suerte de empresa
privada que viene a sustituir a la «relación feudovasallática» entre los señores
y los campesinos (p. 26) sobre todo
cuando la monarquía, forzada por la
necesidad de levantar nuevos cuerpos de
ejército, la pone en práctica a través de
asentistas que tienen en su haber los
despachos de oficiales de las unidades,
firmados por el rey en blanco, a cambio
de que los «empresarios de la guerra»
entreguen regimientos completos de
hombres vestidos y armados. De este
modo los oficiales-reclutadores dejan de
ser funcionarios nombrados por la Corona para ser empresarios aceptados por
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ella. Una práctica descrita por I.A.A.
Thompson para el siglo XVII y que
según demuestra el autor siguió fuertemente arraigada durante el XVIII.
En el ejército se compraba un rango
en el escalafón cuyo nivel dependía del
precio que se pagase, de modo que el
adquiriente podía ingresar en la milicia
en puestos de mando sin pasar por los
oficios inmediatamente anteriores en la
jerarquía militar. En su caso más extremo podía darse el caso de que hubiera despachos de oficiales a nombre de
niños o de adultos sin ninguna experiencia militar.
Los requisitos para participar durante la segunda mitad del siglo XVIII en
las operaciones de compra de empleos de
caballería y dragones eran fundamentalmente dinerarios. Bastaba con entregar el dinero estipulado en cada uno de
los oficios. No había que acreditar servicio alguno y se suponía que el aprendizaje llegaría con la experiencia en el mando
de las unidades. Cuando el autor ofrece
cifras éstas son muy significativas. Por
ejemplo, para el periodo 1762-1766 de
los 58 capitanes de caballería y dragones
que se estudian y que fueron compradores de empleos, cerca del 40 por ciento
tuvieron como primer oficio el de capitán y un 30 por ciento más sólo presentaban un escaso tiempo de servicio.
Los periodos álgidos de la práctica
venal en los oficios del ejército durante
el siglo XVIII coinciden con momentos
de crisis bélicas: la Guerra de Sucesión,
las guerras de Italia a partir de los años
treinta y particularmente la primera
década del reinado de Carlos III durante la cual las fórmulas de venta cobra-
1105
ron un alto grado de diversificación, si
bien, en términos absolutos, las enajenaciones descendieron.
Pero más allá de las conclusiones
que se puedan extraer sobre la incidencia negativa de estos usos en la capacidad operativa del ejército y en la merma
de su eficacia, el estudio arroja luz sobre
las consecuencias sociales de estas prácticas que permitieron a los compradores
el ascenso social, la estabilidad económica y la adquisición de nobleza. Un
salario para toda la vida y un oficio
«honroso», que confería hidalguía a los
grupos sociales emergentes y acaudalados a partir del grado de capitán.
Por último también ilustra sobre la
evidente paradoja que subyace en los
procedimientos y modos de gobierno de
las monarquías absolutistas no sólo
durante el siglo XVII sino en el XVIII.
Que el soberano practicara la venalidad
de oficios no se consideraba una extralimitación o abuso sino una manifestación de su absoluta potestad. Un gesto
que quedaba legitimado, —como cualquier otra empresa venal, ya fuera en el
campo de los oficios de hacienda o de
justicia—, por las urgencias financieras
directamente relacionadas con las exigencias de un conflicto bélico abierto.
Potestad absoluta que el rey, sin embargo, transfería al ámbito de lo privado cuando ponía en manos de particulares la capacidad para nombrar oficiales
y que demuestra, —en consonancia con
lo que se ha venido haciendo durante
estos años en los estudios relativos a la
evolución de la fiscalidad—, los límites
objetivos de las monarquías del Antiguo
Régimen en el ejercicio del poder.
—————————————–————–——
Carmen Sanz Ayán
Universidad Complutense de Madrid
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PELLISTRANDI, Benoît: Un discours national? La Real Academia de la Historia
entre science et politique (1847-1987). Madrid, Ed. Casa de Velázquez, 2004,
466 págs., ISBN: 84-95555-64-6.
La aparición de la obra de Benoît
Pellistrandi ha coincidido con un momento en que la cuestión nacional se
encuentra en España en el centro del
debate político. En efecto, como él
mismo señala en la introducción, el
libro busca explorar una de las modalidades de conformación de la historia
nacional española en la segunda mitad
del XIX, asunto que se ha convertido en
debate actual con motivo de las preguntas que ahora formulamos de nuevo acerca de la identidad de España, su ser histórico, y el peso político del discurso acerca
de su pasado (p. 2). Cuando Benoît Pellistrandi eligió este tema como centro de
una investigación la cuestión de la identidad nacional ocupaba en la actualidad
política un lugar diferente del que ahora
ocupa. La circunstancia me parece que
habla de cómo este autor francés estaba
inmerso en la realidad histórica y vital
española, y cómo por eso acertó a elegir
—entre los caminos que se le ofrecían—
uno que resulta central para la comprensión de España en su historia contemporánea y en su realidad actual.
La producción historiográfica española en torno a este mismo asunto le ha
dado la razón, y a punto ha estado de
quitar actualidad a su obra cuando los
avatares editoriales retrasaron su aparición. En efecto, si cuando Pellistrandi
inició la investigación, e incluso cuando
la concluyó como su tesis doctoral, a
finales de 1996, era difícil encontrar
estudios que se ocuparan del nacionalismo español y de la idea de la nación
española en la producción historiográfi-
ca, los años siguientes han sido testigos
de la publicación de algunas obras centradas precisamente en este asunto, entre
las que destacan las de Inman Fox, La
invención de España. Nacionalismo liberal e
identidad nacional (1997), y de José Álvarez Junco Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (2001). Sobre el asunto
más específico de la historia elaborada
por la Real Academia de la Historia, han
visto la luz algunos trabajos de Gonzalo
Pasamar e Ignacio Peiró, también de los
años noventa, a los que Pellistrandi se
refiere oportunamente. Desde el final de
la investigación hasta su publicación ha
menudeado, y no falta actualmente, la
producción sobre el tema del nacionalismo español, sin que otro autor incida
en la cuestión que aborda esta obra.
El planteamiento que el autor hace
de la cuestión central del libro —«L’idée
d’Espagne, existe-t-elle?»—, resulta original, en primer lugar, por la fuente que
elige para contestarla, pero, sobre todo,
por el tratamiento que se da a esa fuente. Pellistrandi se ha centrado en el
estudio de la producción de la Real
Academia de la Historia española, desde su reorganización en 1847 hasta
1897, víspera del año del Desastre,
1898, que incidió de forma importante
en la percepción que los españoles tenían de sí mismos y de su país. En concreto se concentra en el análisis de los discursos de ingreso de nuevos miembros
en la asamblea, y en las contestaciones
que les dedicaron los encargados de
hacerlo: un total de 63 ingresos constituyen la materia prima de las reflexio-
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nes que centran la segunda parte de la
obra. Antes de ella, y como pórtico, en
la primera parte, el autor ha perfilado
una síntesis innovadora y brillante de la
forma de hacer política y de hacer historia en la España del siglo XIX.
El resultado del conjunto produce
cierta sorpresa al lector: ha sido la confección de un retrato de grupo de los
académicos de aquellos años, un magnífico cuadro que en sí mismo valdría la
pena por lo que tiene de aportación a la
forma de historiar el trabajo intelectual.
Además y al mismo tiempo, Un discours
national? es también un preciso y original análisis de una cierta forma de entender un país y una época. La causa de
la mutua imbricación y ensamblaje de
estas dos vertientes de la obra, la resume el propio autor hacia el final con
frase lapidaria que dice mucho de lo que
quiere transmitir: «En parlant de la nation, ces hommes parlent avant tout d’euxmêmes et de leur temps» (p. 326). Quizá
uno de los aspectos más interesantes de
esta obra es cómo incide en el retrato de
esa cierta forma de entender un país y
un época sin perseguirlo como un objetivo directo, sino como consecuencia de
algo así como un ambiente que impregna todas sus páginas, o una cierta
luz que envuelve el conjunto de la narración; en definitiva, como resultado
de una forma de conocer que tiene más
elementos comunes con saber cómo se
conoce a las personas que con averiguar
cómo se conocen las ideas.
La obra forma así un conjunto, una
unidad explicativa, que incorpora e
implica de forma equilibrada y armónica sus diversas partes; ese es quizá otro
de sus logros más llamativos desde el
punto de vista del método y la forma. Y
ese logro se pone al servicio de la des-
1107
cripción de un hecho complejo que
aparece iluminado sin perder su complicación original: cómo entendió y cómo
hizo la élite liberal española su nación.
En ese proceso destaca como protagonista el uso de la historia como argumento político a lo largo del siglo
XIX, un siglo en el que Pellistrandi
entiende que la élite dirigente está imbuida de pasión por la historia. La mutua implicación entre el hacer política y
el hacer historia que el autor descubre
en los discursos de los académicos españoles le conduce a resumir, con otra
frase feliz, el tipo de uso que se hace del
discurso histórico: «Nous avons affaire a
une histoire censitaire» (p. 327).
Junto a esa referencia al uso de la
historia, se aborda en la obra la cuestión
de cómo se hicieron el oficio de historiador y la historia en la España de esos
años. Pellistrandi trata el asunto al menos desde tres ángulos distintos, en
otros tantos capítulos consagrados a
«L’Histoire comme esthétique», «L’Histoire
entre culture et professionnalisation», y «La
Real Academia de la Historia et le métier
d’historien». Esa visión poligonal, que es
en sí misma un interesante trazado del
marco de conjunto para este tema durante todo el siglo, se realza extraordinariamente por la forma en que se traen
a colación las citas de los discursos de
los académicos en la segunda parte del
trabajo, citas que permiten revivir cómo
sintieron aquellas gentes la historia que
hacían. Baste un ejemplo: «La Historia,
sierva ayer de los intereses religiosos, lo
es hoy de los intereses políticos; rompió
las cadenas de su antigua esclavitud,
para arrastrar hoy las no menos pesadas
de su moderno cautiverio» (Antonio
Moreno Sánchez Moguer, Discurso de
recepción [1888], note 112, p. 266).
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En cuanto a las preguntas de fondo
a las que apunta la obra, diría que cabe
resumirlas en una indagación acerca de
los contornos que definen a España y lo
español. Tanto al hablar de su política,
como de su producción historiográfica,
Pellistrandi se cuida de destacar la fuerte influencia francesa que, si nos resultaba ya conocida, ahora podemos documentar con más argumentos. No se
detiene ahí, rastrea los datos en busca
de evidencias de las peculiaridades y
originalidades definitorias de lo español,
dentro de ese conjunto europeo que los
hechos y palabras de los españoles han
contribuido también a configurar.
Probablemente los elementos más
señalados que descubre en ese intento
sean, en primer lugar, el sentido de
misión que atribuyen los nacionales a su
propio pasado: España es entendida
como una cierta unidad por encima o
más allá de la historia, destinada a ser
vector civilizador en la historia universal. En segundo término, la centralidad
de lo religioso en la autocomprensión de
los españoles: algo siempre presente en
las diversas interpretaciones que se dieron del pasado nacional y de su coherencia, hasta el punto de que es necesario concluir que sin ella no se entendía
la construcción de una idea de la nación
española. Y —finalmente— la decadencia como idea central para la comprensión del devenir histórico español.
El último capítulo, «L’Espagne, entre
gloire et décadence» resulta especialmente
sugerente, y se abre con la extraordinaria afirmación de que gloria y decadencia son realidades particularmente españolas. La evocación de cómo lo
entendieron los académicos, al trazar la
historia de la nación como un camino
de ascensión a la gloria, de posterior
decadencia, y ahora quizá de vuelta a
ella, es uno de los más esclarecedores y
provocadores del libro, y uno de los que
mejor retratan el ambiente intelectual y
político de la España de aquellos años.
Por todo esto, a mi parecer, Un discours national? deja el regusto de las obras
hondas: arroja luz sobre las realidades
humanas de una forma que parece ajena a
la implicación personal, desapasionada; y,
sin embargo, al final se descubre una
íntima identificación del autor con las
preguntas que hace, identificación de la
que nacen tanto la descripción e interpretación de los hechos, como el método y la
disciplina que han permitido dar forma
académica, moderada, ponderada, fuertemente racional, a un discurso intensamente interesado en lo que estudia.
Un discours national? ofrece respuestas, nos pone ante una visión clara, sugerente, y en muchos aspectos
innovadora de la realidad española del
ochocientos; y al mismo tiempo coloca
al lector frente a nuevas preguntas o
preguntas renovadas: sobre España,
sobre qué es la historia, sobre nuestra
forma de conocer el pasado y de relacionar ese conocimiento con el presente, sobre la tarea del historiador, y
sobre el papel que desempeñan en su
vida relaciones profesionales o personales y de amistad.
Los discursos de la Real Academia de
la Historia en el siglo XIX han encontrado en Benoît Pellistrandi un lector a
la altura de su tono grandilocuente: capaz de leerlos con interés y desentrañarlos, haciéndolos interesantes para los
lectores del siglo XXI, rastreando en
ellos las fibras con que se tejió la manera
de entender la nación española entre
quienes la dirigieron en aquellos años,
algo que todavía hoy guardamos como
Hispania, 2007, vol. LXVII, nº. 227, septiembre-diciembre, 1071-1130, ISSN: 0018-2141
RESEÑAS
herencia suya en nuestros pensamientos
y concepciones políticas.
La historiografía sobre España se ha
enriquecido así con una obra serena y
1109
clara, creativa en la manera de hacer y en
las cuestiones que plantea, en las que supone una sustancial aportación al conocimiento del pasado de una ya vieja nación.
—————————————–—————––—
Pablo Pérez López
Universidad de Valladolid
AURELL, Jaume; PÉREZ LÓPEZ, Pablo; (eds.): Católicos entre dos guerras. La historia religiosa de España en los años 20 y 30. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 2006, 349 págs., ISBN: 84-9742-467-0.
Tal y como concluyen los editores
en sus primeras páginas, este libro —fruto
de una colaboración conjunta, llevada a
cabo a partir de un proyecto de investigación interdisciplinar de la Universidad de Navarra— está dirigido a «analizar las manifestaciones religiosas y sus
efectos intelectuales, sociales y políticos
en la España de los años 20 y 30». Esta
amplitud de propósitos da como resultado una obra que reivindica el interés
historiográfico que tiene de por sí la
historia religiosa y lo hace mostrando la
actitud de los católicos españoles durante el período de entreguerras. Tanto
uno como otro aspecto, el teórico y el
temático, constituyen un fiel reflejo de
las trayectorias desarrolladas por los
profesores Aurell y Pérez López. El
primero se ha venido ocupando de las
tendencias historiográficas predominantes en el siglo XX y aquellas más en
boga en la actualidad, como pone de
relieve su reciente La escritura de la memoria (Valencia, 2005). En el caso del
segundo, su atención ha estado habitualmente más enfocada hacia la influencia de los medios de comunicación
de inspiración católica, con un estudio
inicial sobre el Diario Regional de Valladolid que ha tenido continuidad en
síntesis como las incluidas en Católicos en
la prensa. Concepto y orígenes del periodismo
confesional (Madrid, 2004) y Catolicismo y
comunicación en la historia contemporánea
(Sevilla, 2005).
Al hablar de historia religiosa cabe
la posibilidad de pensar —al menos, a
juzgar por el escaso eco que ha despertado en nuestra historiografía— que se
trata de una parcela del conocimiento
histórico escasamente atendida y, a lo
sumo, tan sólo frecuentada desde las
facultades eclesiásticas en razón, claro
está, de su particular condición. Incluso
ante lo marginal que puede resultar su
tratamiento, la consideración que, por
extensión, merece quien la practica
reviste casi ineludiblemente la sospecha
de cierto militantismo y, en consecuencia, acaba por poner más el acento en la
subjetividad del análisis que en la validez de sus conclusiones. Sin embargo, y
aunque esa pueda ser la impresión inicial —más si cabe, después de revisar la
producción bibliográfica española sobre
esta cuestión—, no es exagerado remontar el desarrollo de esta tendencia a
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los años 30, momento en que historiadores franceses como Le Bras, Latreille,
Marrou o Durpont, entre otros, emprendieron una renovación de las que
hasta entonces habían sido las principales líneas de investigación. Básicamente sus trabajos contribuyeron a
ampliar el radio de acción de la historia
religiosa gracias a las nuevas posibilidades derivadas de lo que en la introducción se refiere como «dimensión
sociológica del fenómeno religioso». Se
abrió así camino al estudio de las
creencias populares, la piedad y la espiritualidad, el influjo de la religiosidad
en el ámbito social o los movimientos
colectivos devocionales, por citar algunos aspectos. Y, por otro lado, se puso
fin a la tradicional simplificación que
identificaba la historia religiosa con la
historia de la Iglesia.
Con el paso del tiempo, y a medida
que la historiografía ha incorporado nuevos enfoques interpretativos, las fronteras de la historia religiosa han tendido a
yuxtaponerse con las de la historia cultural o social. Primero fueron las mentalidades, y más tarde el giro cultural, los
responsables de que la religión y su asimilación por parte del hombre se convirtieran en un nuevo factor que había que
integrar en la complejidad de los procesos históricos. Este es el bagaje historiográfico que ha pretendido reunir el presente volumen de estudios. De ahí que
junto a grandes temas como la sociabilidad devocional o la prosopografía eclesiástica, se hayan tenido en cuenta
igualmente la dimensión cultural de la
religiosidad y las relaciones entre religión
y acción política, o entre nacionalismo y
religiosidad, formando así los cinco
enunciados bajo los cuales se engloban
las catorce colaboraciones de que consta.
Francisco Javier Ortega abre la primera parte del libro —dedicada a las
relaciones entre religión y política—,
analizando cómo la difícil separación entre
ambos campos durante el período propuesto permite equiparar la militancia
política a una forma secularizada de religiosidad. A continuación, José Leonardo
Ruiz Sánchez ofrece algunas realizaciones
concretas en este sentido tomando pie del
intento de creación de un partido católico
de ámbito nacional durante el período de
entreguerras. Mercedes Montero, por su
parte, muestra en su estudio el recurso de
los propagandistas católicos a la opinión
pública como instrumento para llevar a
cabo una acción política eficaz. Por último, José-Vidal Pelaz López cierra esta
primera parte con el análisis del sindicalismo católico agrario en Palencia, a partir
también de su esfuerzo propagandístico.
La segunda parte del libro hace referencia a las vinculaciones entre el nacionalismo, el patriotismo y la religiosidad.
Corinne Bonafoux analiza, desde un punto de vista teórico, la oposición terminológica que los católicos franceses aplicaron
a los conceptos de patriotismo y nacionalismo a partir de los años 20, indagando
en las causas de su nacimiento y su evolución. Benoît Pellistrandi, por su parte,
repasa el sustrato que conformó el nacionalismo católico español que más adelante nutrió el imaginario y la ideología del
régimen franquista.
Las redes de sociabilidad devocional
protagonizan la tercera parte del libro.
Federico Requena las aborda desde un
plano institucional con su estudio sobre
los orígenes de la Obra del Amor Misericordioso, cuya fundación estuvo intrínsecamente ligada a la devoción al Sagrado
Corazón de Jesús. Luis Cano plantea la
instrumentalización política que puede
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llegar a formularse en ocasiones a partir
de ciertas devociones, como fue el caso
de la devoción a Cristo Rey. Por último,
Javier Sesé realiza una valoración biográfica de aquellos santos, beatos, fundadores y escritores espirituales de la España
de principios de siglo XX con una destacada influencia activa a posteriori entre los
fieles católicos.
La cuarta parte está dedicada al
análisis de los centros de decisión y de
la jerarquía eclesiástica. A partir de las
Actas de las Conferencias de Metropolitanos españoles, precedentes de la actual Conferencia Episcopal, Santiago
Casas revisa cuál fue la agenda de trabajo de los obispos españoles en la década previa a la proclamación de la II
República. Mientras que José Luis González Gullón describe, por su parte, la
distribución física y demográfica del
clero madrileño durante esta etapa de
acuerdo con su cuantía y su ubicación
dentro del espacio urbano de la capital.
Finalmente, la quinta parte del libro
pone de manifiesto las vinculaciones entre
religión y cultura. Jaume Aurell indaga
en la huella que las convicciones religiosas
del historiador dejan en sus propias investigaciones. Bajo esta premisa, su estudio
aborda el debate historiográfico protagonizado por historiadores católicos liberales
y tradicionalistas en la España de entreguerras. Pablo Pérez López presenta los
hábitos de los católicos respecto al cine,
particularmente aquellos que se refieren a
sus dimensiones morales. Por último,
Francisco Javier Capistegui realiza un
estudio similar al anterior, en este caso
relativo al conjunto general de los espectáculos de masas.
Como se ve, el contenido de esta
obra responde bien a la iniciativa de sus
editores: ofrecer una serie de colabora-
1111
ciones puntuales que puedan servir de
estímulo para el desarrollo de ulteriores
investigaciones en el campo de la historia religiosa. Del conjunto de todas ellas
conviene destacar varios detalles de
interés. En primer lugar, el marco cronológico escogido. El hecho de ceñirse
al período de entreguerras tiene que ver
con el deseo expreso de estudiar un
momento que no estuviese marcado por
una excesiva conflictividad. De este
modo, se procura apartar la religiosidad
de la reivindicación política, y por tanto, de su irrupción pública en momentos particularmente tensos. El resultado
permite extraer la auténtica significación que el hecho religioso representa
en el decurso histórico diario propio de
cada persona.
En este sentido, la contemporaneidad se ha caracterizado por establecer
a su paso un proceso secularizador que
ha rebajado la trascendencia pública de
la religión, ya sea en el plano colectivo
o individual. A menudo, la revisión
histórica ha preferido analizar ese proceso atendiendo principalmente a
aquellos factores externos cuya estimación permitiera contrastar el deterioro
religioso. Y no, en cambio, aquellos
factores internos que han ido favoreciendo su desinterés. Se trata, en cualquier caso, y como sucede con otras
muchas cuestiones relacionadas con el
cambio histórico, de un problema de
orden en la causalidad al que ya se
apunta en la introducción del libro:
«Es más común detenerse en la consideración de los efectos políticos o institucionales del hecho religioso, pero nos
cuesta entrar en el fondo de la cuestión
religiosa; incluso algunos autores tienden a considerarlo secundario en comparación con sus efectos externos,
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RESEÑAS
cuando en la causalidad real pudiera
ser más bien lo contrario» (pág. 19).
Sin duda, no cabe pasar por alto las
dificultades metodológicas que plantea
descubrir el fenómeno religioso desde
esta segunda dimensión interna y quizá,
por eso, más humana. Sin embargo, ese
es, precisamente, el reto al que una
síntesis como ésta puede contribuir a ir
desentrañando.
—————————————–————–—
Jaime Cosgaya García a
Universidad de Valladolid
CANCIO FERNÁNDEZ, Raúl C.: Guerra civil y tribunales: De los jurados populares
a la justicia franquista (1936-1939). Cáceres, Ed. Universidad de Extremadura,
2007, 281 págs., ISBN 978-84-7723-750-1.
La Administración de la justicia durante la guerra civil fue uno de los temas que se incorporaron a la investigación y al debate historiográfico a
mediados de los años ochenta, en el
contexto del cincuenta aniversario de la
contienda. Antes sólo existía prácticamente el libro de Juan Antonio Alejandre (La justicia popular en España. Análisis de una experiencia histórica: los
tribunales de jurados, 1981), en el que se
dedicaba un capítulo a la justicia popular de la República, contra la que arremetía pertrechado con los planteamientos formalistas de un historiador del
derecho. Desde entonces han sido numerosos los trabajos dedicados al tema,
bien como partes de una investigación
más amplia, como la represión, la retaguardia, la administración del Estado,
etc., o de forma monográfica; pero estos
trabajos han sido realizados mayoritariamente por historiadores, en los que
las posibles deficiencias de tipo formal o
conceptual van acompañadas por amplios y precisos análisis sobre la situación política, las circunstancias en las
que se crearon y ejercieron su función
los tribunales populares y los motivos
por los que evolucionó este tipo de justicia y se crearon nuevos organismos
judiciales.
Efectivamente, los tribunales populares aplicaron una justicia política, de
excepción, y puede decirse aún más, que
esta justicia fue un instrumento que utilizó el Estado republicano para enfrentarse a los militares rebeldes —juzgarlos—
y al modelo político y social que éstos
querían implantar. Asimismo, ha de
tenerse en cuenta que los tribunales
populares y el modelo de administración de la justicia (popular) que diseñaron fueron creados y elaborado por las
instituciones legitimadas para ello, es
decir, el Gobierno de la República y las
Cortes, que convalidaron los respectivos
decretos.
El libro del jurista R. Cancio Fernández capta la atención del lector interesado por estas cuestiones desde el
mismo título, por su planteamiento
amplio que abarca toda la guerra e incluye la administración republicana y la
franquista: De los jurados populares a la
justicia franquista, como dice el subtítu-
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lo. Más aún, en el elogioso prólogo de
un reconocido jurista, José Antonio
Martín Pallín, se califica el libro como
«magnífico y completo estudio» y felicita al autor por adoptar «una equidistancia exquisita entre ambos bandos».
Sin embargo, aquel interés disminuye a
medida que van pasando las páginas
porque el trabajo del jurista apenas
supera la mera ordenación cronológica
de las disposiciones legales por las que
se creaban cada uno de los tribunales, se
definían sus competencias o se fijaban
los procedimientos que debían seguirse,
sin hacer referencia apenas a las circunstancias en las que se crearon; y cuando lo
hace, cae prisionero de las lecturas o de
los textos que reproduce sin someterlos
a la más mínima crítica. El autor insiste
en que la justicia popular era una justicia política y esto evidentemente no se
adecua con el concepto de justicia en
sentido estricto; pero la cuestión que
plantea un historiador es si al comienzo
de la guerra civil, cuando se produjo la
paralización o el colapso de las instituciones del Estado, para parar los abusos
que se estaban produciendo contra el
respeto a la vida, la integridad física, la
libertad y los bienes de las personas, era
suficiente la aplicación de la justicia
ordinaria según los procedimientos
establecidos por las leyes o era conveniente el establecimiento y aplicación
de una justicia de carácter excepcional
como la popular. Pero a estas cuestiones
no responde el jurista, ni siquiera se las
plantea. Por lo que partiendo del significado estricto de justicia, quizá no tenga sentido preguntarse por la justicia en
guerra, porque sencillamente aquélla no
habría existido.
Respecto a la justicia franquista,
sorprende que, aparte del Juzgado de
1113
delitos monetarios, el primer tribunal al
que hace referencia el autor sea el de
Responsabilidades Políticas, creado a
partir de la ley del mismo nombre de 9
de febrero de 1939. Ante este planteamiento el historiador ha de preguntarse
si los consejos de guerra celebrados por
los militares rebeldes, primero, y utilizados, después, por la administración
franquista durante muchos años contra
la población civil por actos políticos o
criminales, no eran asimismo tribunales
de intencionalidad política. No es adecuado justificar la actuación de aquellos
Consejos de guerra sumarísimos por la constancia de la publicación de los bandos de
guerra, de acuerdo con la Ley de Orden
Público de 1933, porque esa publicación y declaración del estado de guerra
fue en sí misma un acto de rebeldía contra
la República, que deslegitimó desde su
origen lo que después sería el régimen
franquista. Al no haber tratado esta cuestión, el autor ha pasado por alto la importante función desempeñada por los
jueces que aportaron los principios teóricos para justificar la rebelión militar,
comenzando por la mixtificación del
propio concepto de rebelión. Asimismo,
parece un despropósito la comparación
de los bandos de guerra de los militares
rebeldes con el bando del Ministerio de la
Gobernación del Gobierno republicano,
de 31 de octubre de 1936 (p. 125), en
cumplimiento del decreto del día 17 por
el que se creaban los Jurados de Guardia
en Madrid, porque el objeto de aquel
bando era la clasificación de actos políticos o delictivos como delitos de rebelión y la entrega de los acusados a los
Jurados de Guardia que, en la mayoría
de los casos, según la documentación
que se conserva, se inhibieron a favor de
los tribunales populares.
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Por último, debe resaltarse, por su
utilidad, el apéndice biográfico que
acompaña al texto, aunque el autor
debería haber sido más preciso en la
aplicación de algunos adjetivos porque,
por ejemplo, el calificativo «conservador» atribuido a algunos juristas en el
marco de la política franquista queda
fuera del espacio delimitado por las
comillas.
—————————————–————––—
Glicerio Sánchez Recio
Universidad de Alicante
GUEREÑA, Jean-Louis: El alfabeto de las buenas maneras, Madrid, Fundación Sánchez Ruipérez, 2005, 191 págs., ISBN: 84-89384-56-8.
La urbanidad está de moda. Desde
fines del siglo XX, por efecto palpable
del deterioro progresivo de las relaciones sociales, es una materia cada vez
más recordada, añorada y demandada
por la escuela, padres, sociedad y medios de comunicación. La vulgaridad, el
descaro, la agresividad verbal y gestual
y todo un repertorio de conductas incívicas encienden las alertas sobre ciertos
vacíos educativos en la formación infantil y juvenil. La preocupación por la
antigua urbanidad, en palabras del filósofo Marina (Aprender a convivir (2006),
p. 15), no ha de entenderse como una
vuelta a los manuales de nuestros abuelos, tan rigoristas y ridículos en tantos
aspectos, sino en rescatar las normas
básicas y los valores cívico-morales que
las sustentan. Es necesaria, pues, una
relectura del pasado de la urbanidad en
sus textos más representativos para
entender su sentido, significado y contribución a nuestra herencia cultural.
Tal es el cometido de esta obra, en la
que el interés historiográfico prima
sobre el pedagógico y el sociológico.
El alfabeto de las buenas maneras
es un producto madurado de varios
años de investigación y publicaciones
del autor, auténtico experto en esta
materia, cuya aportación ha de ser valorada en el ámbito general de la Historia
de la Educación y en el más específico y
curricular del devenir de los manuales
escolares. La oportunidad y actualidad
de este libro es innegable. En los últimos años se han editado facsímiles de
añejos textos con enorme aceptación
popular. Escritores y periodistas lanzan
al mercado títulos como Cien años de
urbanidad, Tres tratados de buenas maneras, La familia Cortés, Manual de la vieja
urbanidad. El magnífico artículo de José
Jiménez Lozano, publicado por la tercera de ABC (27-08-2000), titulado «Con
todos los respetos», pone el dedo en la
llaga sobre la importancia social de esta
materia. Es, además, una disciplina
singular con una singular historia escolar, cuyo origen y trayectoria han sido
objeto de recientes estudios.
Concepto, contenido, divulgación,
títulos y autores, funciones, valores
transmitidos, destinatarios e instrumentación didáctica, son algunas de las cuestiones que el autor pretende clarificarnos
a lo largo de seis densos capítulos, bien
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RESEÑAS
pertrechado de una rica y abundante
documentación. Y para desvelar o poner
ante la mirada atenta del lector los formatos, iconos y textos de los manuales
de urbanidad nada mejor que dar la
palabra a un selecto muestrario de estos
artefactos culturales. Así, el libro que
comentamos, pretende mostrar, demostrar y explicar las claves internas y externas del código de la urbanitas y su relevancia historiográfica. La magnífica
edición a cargo de la Fundación Sánchez
Ruipérez facilita este cometido y contribuye a una mejor difusión de la historia
de las disciplinas escolares.
A través de 170 páginas podemos
seguir las explicaciones del profesor Guereña, apoyadas en numerosas imágenes
(icónicas y textuales) y en una detallada
profusión de notas documentales. A lo
largo de la lectura, lo general y más doctrinal se intercala con datos más precisos
y eruditos, referidos a fechas, autores,
ediciones, reediciones, normativas, formatos, etc., combinando la doble visión
(de lejos y de cerca) del buen historiador.
Se considera a los manuales de urbanidad como el espejo o «autorretrato» de
una sociedad de orden, fuertemente
jerarquizada y regulada, que fundamenta
su larga permanencia inalterable en el
peso de la tradición y de las inercias culturales y morales. Desde esta perspectiva
tan inmovilista, el manual aparece como
un vademécum o catálogo de las maneras
correctas y un corsé ideológico, antídoto
de desórdenes y conductas inurbanas.
Pero con la moderna industrialización y
los nuevos aires democráticos e igualadores, estos instrumentos, tan eficaces en la
socialización de nuestros mayores, pasan,
al finalizar los años sesenta, al añorado
baúl de los recuerdos. ¿Qué queda, entonces, del pasado aprendizaje urbano en
1115
la práctica cotidiana? La pregunta que
hace el autor, tiene, desde la constatación
historiográfica, una respuesta válida: sólo
la testificación manualística de los modelos urbanos, defendidos por la ortodoxia
dominante en los dos últimos siglos.
La publicación que comentamos
termina con un apartado dedicado a las
fuentes y bibliografía que por su interés
merece una mención especial. La nómina de los estudios sobre los manuales de
urbanidad que nos ofrece el autor es,
por su exhaustividad y puesta al día, un
auténtico regalo para los investigadores
que deseen conocer el estado de la cuestión y profundizar en el tema. También
es un lujo disponer de un centenar de
los títulos más relevantes de esta materia publicados durante los siglos XIX y
XX. El profesor Guereña es autor del
primer censo de estos manuales, del que
muchos somos deudores, en el que recoge una nutrida recolección de títulos
de urbanidad. La lista reseñada, ordenada alfabéticamente —mejor hubiera
sido el orden cronológico— es una acertada selección de los manuales mas representativos. Obsérvese lo abultado de
esta relación, sobre todo si la comparamos con los textos de otras disciplinas.
Hemos destacado las bondades del
libro y su importante aportación al
conocimiento histórico de los manuales
escolares de la España contemporánea.
Sin embargo, cuando se aplica la lupa
para ver con mayor nitidez y distinción,
aparecen algunos claroscuros, fácilmente subsanables en una edición posterior.
Me refiero al concepto de urbanidad y a
la justificación escolar del código urbano. Es difícil definir una materia tan
versátil y compleja. Tampoco es sencillo
rastrear los pasos de una disciplina hasta su asentamiento escolar. En ambos
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casos hay que revisar los antecedentes y
utilizar las fuentes oportunas.
Encaja a la perfección en el análisis
del canon urbano la máxima gracianesca
que antepone los conceptos a los preceptos. La llamada «buena educación» tiene
su traducción literal en una serie de normas que regulan las convenciones sociales
y las maneras de relacionarse con los demás. En todos los textos de urbanidad se
define un ideal educativo en consonancia
con el discurso conceptual que lo expresa
y los atributos o cualidades que perfilan
un determinado modelo educativo. Son
frecuentes las formas adjetivadas de cortés, civilizado, fino, culto, discreto, etc.
para describir al sujeto que personifica el
eidos de la urbanidad enseñada. El arquetipo de niño urbano se reconoce en los
manuales como niño/niña bien educados, o
bien criados, o de buenos modales, en clara
antinomia con los modelos de signo contrario o los antimodelos de la urbanidad.
El punto de partida es, pues, el significado o significados de la urbanidad,
lo que nos permitirá hablar, con propiedad, de una o varias urbanidades.
Las dudas se despejan cuando se sigue
la pista ciceroniana De Oratore, la Civilitas morum puerilium de Erasmo y Les
règles de la bienséance et de la civilité chreétieene de La Salle. El primero nos aporta
la invención del concepto (la urbanitas,
definida por su oposición a la rusticitas),
el segundo construye el primer tratado
de urbanidad, y el tercero reinventa la
urbanidad como materia escolar con
una doble función alfabetizadora: en las
letras y en la buena conducta social.
Resumiendo, podemos decir que la
urbanidad nace con Cicerón, se codifica
con Erasmo y se academiza a través de
los manuales escolares siguiendo el modelo del humanismo cristiano, formulado por La Salle. La urbanidad una vez
institucionalizad, se instrumentaliza al
servicio del poder, de la estructura social y del orden establecido, mediante la
formación de ciudadanos aseados, honrados, laboriosos, sumisos, respetuosos,
respetables y respetados. Queda así
definido su carácter indoctrinador, y
por ende, configurador de las mentalidades, actitudes y valores de los futuros
ciudadanos.
Nos apoyamos en el historiador Revel para concluir con la siguiente tesis:
que la influencia del código lasalliano va
a ser determinante en la confección de
la mayoría de los manuales de urbanidad de la escuela contemporánea. La
clara sintonía de este código con las
tesis ilustradas sobre su virtualidad
educativa para la regeneración social y
cultural, se plasmará en el impulso dado a los nacientes sistemas escolares, en
la estructuración de las escuelas de primeras letras y en la construcción del
curriculum básico. La secuencia siguiente la tienen los manuales que materializan esta disciplina. Enlazamos aquí con
el sobresaliente trabajo del profesor
Guereña, especialista en esta materia y
miembro destacado del Centro MANES, institución dedicada a la investigación de los manuales escolares.
—————————————–————––— Fernando Esteban Ruiz
Universidad de Burgos
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FELIPE, Helena de, LÓPEZ-OCÓN, Leoncio y MARÍN, Manuela (eds.): Ángel Cabrera:
ciencia y proyecto colonial en Marruecos. Col. Estudios Árabes e Islámicos,
Monografías, nº 7, Madrid, Ed. CSIC, 2004, 276 págs., ISBN: 84-00-08242-7.
Ángel Cabrera es, como se afirma
varias veces a lo largo de este volumen,
el más importante zoólogo español de la
historia. Nacido en Madrid en 1879,
dentro de una familia protestante (su
padre fue obispo de la Iglesia Reformada
Española), acabó instalándose definitivamente, a partir de 1925, en Argentina, país donde murió en 1960. Su carrera científica fue larga y fructífera; el
presente volumen no pretende, desde
luego, abarcarla toda, y se centra muy
especialmente en las expediciones científicas a Marruecos en las que participó
entre 1913 y 1923. Cabrera dejó testimonio escrito de su experiencia marroquí
en un notable libro de viajes, Magreb-elAksa. Recuerdos de cuatro viajes por Yebala y
el Rif, publicado en Madrid en 1924.
El argumento del libro que reseño
es explícito desde su título: indagar las
relaciones entre ciencia y colonialismo
en España, a través de una figura tan
notable como la de Cabrera. El planteamiento de esta cuestión se beneficia,
creo, de la diversidad de perfiles académicos de los contribuyentes al volumen.
Resultan muy valiosas las aportaciones
documentales contenidas en los trabajos
de Santos Casado, Alfredo Baratas, Ana
Victoria Mazo Pérez, Isabel Rey Fraile y
Juan Molina Nortes, que analizan distintos aspectos de la actividad de Cabrera como naturalista: desde sus actividades divulgadoras hasta sus trabajos
en paleontología, o sus aportaciones a la
colección de mamíferos del Museo Nacional de Ciencias Naturales, y al archivo de la misma institución. Desde una
perspectiva más amplia, y gracias a dos
de los contribuyentes a este volumen,
Alberto González Bueno y Alberto
Gomis, conocíamos ya, con cierto detalle, la cuantía e importancia de las expediciones de los naturalistas españoles
en África; ahora nos ilustran sobre las
condiciones de su trabajo en Marruecos
(«entre balas y lodos») y, también, sobre
el trasfondo institucional que sustentaba
buena parte de esta acción científica,
ligada a la Real Sociedad Geográfica de
Historia Natural. El contexto de tales
expediciones es complejo. La trayectoria
de Ángel Cabrera es una buena excusa
para demostrar, como hace Leoncio López-Ocón, que el proyecto de la ciencia
española, desde el siglo XIX, no se puede entender sin cartografiar su proyección internacional, especialmente americana y atlántica, como queda de
manifiesto con la evocación de Fernando Amor, y la reconstrucción de conexiones y redes que movilizan a la vez
el espacio europeo, el africano y el americano. Por otro lado, es imposible
comprender todo el conjunto de la producción de conocimiento española en
torno al hecho colonial sin tener en
cuenta uno de sus condicionantes más
evidentes: su relación, incluso dependencia, con lo ocurrido en Europa y
muy especialmente en Francia. Por ello,
Santiago Aragón analiza, en este volumen, los trabajos de los naturalistas
franceses en Marruecos, y la influencia
que pudieron ejercer sobre las investigaciones de Cabrera. Si la perspectiva
de Aragón, y sobre todo la de López-
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Ocón, nos remiten al proceso amplio de
la mundialización de la ciencia, y al
lugar que en él ocupaba España, Eloy
Martín Corrales propone un acercamiento más local, que quiere analizar la
aportación de Ceuta y Melilla al conocimiento científico de Marruecos; resulta curioso comprobar hasta qué punto
la historiografía española ha descuidado
el estudio detallado del papel de ambas
plazas de soberanía en todo el proceso
de penetración colonial en Marruecos,
hecho que Martín Corrales pone en
evidencia a partir de un trabajo microscópico que no se limita a evocar las
grandes figuras científicas, sino también
las acciones más cotidianas y modestas
de otros actores, como los periodistas o
los profesores de enseñanza secundaria.
Por otro lado, y más allá de las
cuestiones propiamente científicas, sabemos cuánto influyó la cuestión africana en la conformación y polarización de
la opinión pública española, que fluctuaba entre el derrotismo abandonista y
los excesos del patriotismo bélico, pasando por la asunción de los discursos
del progresismo optimista y procolonizador. Bernabé López García nos
ilustra, breve pero convincentemente,
sobre estos debates complejos, y sobre
el papel desempeñado en ellos por los
intelectuales españoles. Con ellos abandonamos el territorio propiamente científico para adentrarnos en el de la construcción y deconstrucción de los
discursos coloniales. En este sentido, el
Magreb-el-aksa de Cabrera, como libro
de viajes, proporciona un material apasionante en el que adentrarse. Manuela
Marín, experta, entre otras cosas, en la
literatura producida por los viajeros españoles al Norte de África, compara la
obra de Cabrera con otros dos libros
escritos también en torno a la expedición
científica de 1913: un volumen colectivo, Yebala y el bajo Lucus: expedición de
abril-junio de 1913, (Madrid, 1914), y
otro obra de Juan Dantín, Una expedición
científica por la zona de influencia española
en Marruecos, (Barcelona, 1914). Helena
de Felipe propone un análisis detallado
del libro de Cabrera a partir de su ideología colonialista, decididamente crítica
con el abandonismo, y partidaria de una
penetración no violenta en Marruecos;
en este sentido, la figura de Cabrera
representa la de un sector ilustrado de la
opinión pública española (y occidental),
que creía sinceramente que la acción
colonial podía ser un instrumento para el
progreso y la modernización de los pueblos más atrasados. Muhammad A. El
Asri, por su parte, lee el libro de Cabrera
según la vieja lógica de la construcción
de la identidad y la alteridad, tan trabajada por la tradición académica dedicada
a la cuestión del «orientalismo» occidental. El volumen se cierra con una pequeña semblanza familiar de Ángel Cabrera
a cargo de Rosario Morales Cabrera,
Victoria Cabrera Valdés y Tatjiana
Burgmaier Morales.
Para cubrir aquí, de manera adecuada, la totalidad de estas nuevas
aportaciones a la figura de Ángel Cabrera, habría que aludir, también, al
hecho de que dos de los co-editores de
este volumen, Helena de Felipe y Manuela Marín, han impulsado y dirigen
una nueva colección, Viajes de papel,
cuya intención es recuperar textos de
viajeros entre España y el mundo áraboislámico en edición facsímil, acompañada de sus correspondientes estudios
introductorios. El primer número de
esta colección, aparecido también el año
2004, se ocupa, desde luego, del libro
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de Ángel Cabrera, confirmando así su
singularidad dentro de la literatura
producida en España sobre Marruecos.
A través de esta somera descripción
puede apreciarse cómo el acercamiento
a la figura y la obra de Cabrera va
haciéndose cada vez más denso conforme avanza la lectura del libro, cobrando
un sentido más preciso que esclarece sus
dimensiones científicas, internacionales
y, coloniales. Aunque todo el aparato
conceptual desarrollado por la historiografía y la antropología post-coloniales
nos ha familiarizado ya con la relación
directa que existe entre dominación
colonial y producción de conocimiento,
lo cierto es que, en el caso de España y
su acción, nos faltan aún trabajos concretos que ilustren y maticen adecuadamente esa idea. Se trata de una tarea
tanto más urgente cuanto que cada vez
se nos hace más evidente la importancia
que la relación con Marruecos ha tenido
en el acontecer histórico de España.
Desde luego, no es una casualidad que
un científico tan destacado como Cabrera estuviera involucrado, profesional e
ideológicamente, en la penetración colonial española en Marruecos, como no
lo es tampoco su posterior itinerario
americano. Poco a poco, la historiografía española está dibujando con mayor
precisión el entramado institucional,
político, académico y económico creado
1119
en torno a la acción colonial; también,
cómo la ideología colonial atraviesa el
núcleo duro de los grandes conflictos
españoles del siglo XX. Nuestra lupa se
acerca cada vez más al terreno: al detalle de las relaciones de los agentes coloniales con los indígenas, al trabajo polvoriento y peligroso de científicos que
describen y catalogan cada sector del
territorio, a los procesos de traducción
institucional y administrativa, pero
también a la comunicación entre las
personas, al fluir de las palabras, a los
espacios de la sociabilidad... No es el
menor de los méritos de este volumen
la evocación de los pequeños avatares
de la expedición de Cabrera y sus compañeros; también, el de esas modestas
expediciones y publicaciones producidas
por los colegios y los periódicos de Ceuta y Melilla, como ilustración de la influencia del hecho colonial en la conformación de las prácticas cotidianas.
Me parece que un acercamiento microscópico puede ayudarnos a avanzar más
allá de ciertas visiones generales (la
identidad y la otredad, la ideología colonial como legitimación del poder, el
conocimiento orientalista como construcción esencialista de un otro que hay
que dominar), para entender la génesis
precisa de prácticas y de ideas por donde transita buena parte de nuestro
mundo contemporáneo.
—————————————–————
Fernando Rodríguez Mediano
Instituto de Historia, CSIC
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RESEÑAS
TORTELLA, Gabriel: Los orígenes del siglo XXI: un ensayo de historia social y
económica contemporánea. Madrid, Ed. Gadir, 2005, 562 págs., ISBN: 84934439-6-4.
El autor nos conduce, desde una
óptica fundamentalmente económica,
por un recorrido extenso en torno a los
antecedentes de la compleja realidad
actual.
Con este objetivo, nos sumergimos
de su mano en los orígenes de la humanidad para desentrañar el camino recorrido por Europa, un pequeño continente que desde el siglo XVI y hasta
mediados del siglo XX ha sido el impulsor de notables cambios, como la
Revolución Francesa o la Revolución
Industrial Inglesa, rápidamente extendidas por el «viejo» continente. El autor
se centra, en primer lugar, en los antecedentes a la Primera Revolución Industrial, describiendo y analizando las
razones previas que permitieron el importante salto cualitativo que representó. A continuación profundiza en lo que
denomina la Primera Revolución Mundial, pues, como destaca el profesor
Tortella, el importante cambio que
significó la Revolución Francesa estuvo
latente en otras zonas de Europa e incluso del Nuevo Mundo; de ahí la denominación aceptada de Revolución
Atlántica. El autor refuerza esta idea
resaltando los pasos que se dieron no
sólo en Francia, sino en Holanda o en
Inglaterra, que incluso alcanzaron a
Prusia o España o, en ultramar, a los
Estados Unidos. De este modo se ahonda en las causas profundas de una metamorfosis desde un modelo milenario
de sociedad estamental a otro donde
todos los ciudadanos fueran libres e
iguales ante la ley.
Seguidamente, el autor vuelve sobre la Revolución Industrial Inglesa,
comenzando por los cambios tecnológicos que favorecieron el aumento de la
producción y la reducción del coste, y
tratando de desentrañar el misterio de
por qué hubo tantos avances tecnológicos precisamente en Inglaterra y cómo
la formación de los innovadores catalizó
la revolución científica que se produjo.
Existieron, como se pone de relieve en
la obra, otras profundas transformaciones al compás de la revolución industrial. Desde la actividad agraria, base y
fundamento de la economía, hasta el
nuevo modelo de propiedad, sobre todo
en el medio rural, pasando por los
grandes cambios demográficos y la revolución del transporte, que hizo posible la fortísima emigración de europeos
al Nuevo Mundo, enmarcados en un
nuevo modelo de orden económico
mundial, protagonizado por el comercio
internacional y en donde triunfan las
ideas de Adam Smith sobre el laissezfaire. La banca y el patrón oro acompañan a la sociedad en su modernización
durante el siglo XIX.
En el siguiente capítulo se afronta
el espinoso asunto de la división del
trabajo y la lucha de clases derivada de
la misma. Gabriel Tortella explica el
horror que supuso la Revolución Industrial para la clase obrera, cuando la
terrible explotación del hombre por el
hombre fue el caldo de cultivo de los
movimientos más radicales como el
comunismo o el anarquismo, pero también, afortunadamente, condujo a pos-
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turas más conciliadoras, que a la larga
consiguieron más beneficios sociales
para las clases trabajadoras en los comienzos de un Estado de Bienestar.
Se cierra el siglo XIX y se abre el
XX con la Belle Époque, momento de
esplendor del «orden mundial», pero
con crecimientos económicos basados
en un proteccionismo, nacionalismo o
imperialismo que acabaron nublando la
vista de los logros alcanzados y condujeron a la Primera Guerra Mundial. El fin
del conflicto es considerado por el autor
como el ocaso del orden liberal burgués
que dejó paso franco a la Segunda Revolución Mundial, que no es otra que el
tupido tejido socialdemócrata que aún
perdura a comienzos del siglo XXI, y al
que se llega tras una etapa de forcejeo,
en el periodo de entreguerras, entre el
viejo orden liberal burgués y ese nuevo
orden socialdemócrata al que contribuyó extraordinariamente la figura de
John Maynard Keynes y sus significativas propuestas con relación al abandono
del patrón oro, la creación de un sistema de pagos internacionales y el uso
anticíclico del déficit fiscal, es decir,
como recurso para estimular la actividad económica. Desde el punto de vista
social, el autor resalta la introducción
del sufragio universal y el creciente
papel de la mujer en la actividad laboral
y política.
También en el continente se produjo
la Revolución Rusa que, aunque duramente criticada por el autor, indudablemente sirvió de canal para la introducción de las ideas socialdemócratas en los
países más avanzados, mientras que en
otros instigó la presencia del fascismo y
las dictaduras del período de entreguerras. A continuación se hace un rápido
repaso de los avances científico-técnicos
1121
en el siglo XX, complemento necesario
para preservar la revolución democrática de la centuria.
El siguiente capítulo analiza la recuperación después de la Primera Guerra
Mundial y la crisis de 1929, que desemboca en Europa en el triunfo del totalitarismo, mostrando los paradójicos elementos comunes entre comunismo y
fascismo. El autor explica qué es el fascismo, su enorme diversidad —fruto de
su fuerte vinculación nacionalista— y su
tumultuosa trayectoria, finalizada con la
conclusión de la Segunda Guerra Mundial. Este conflicto, de alcance más
mundial que el primero, también supuso
mayor destrucción y muerte que aquél.
El «nuevo orden socialdemócrata»
que da título al capítulo X, representa
la culminación de un proceso incubado
ya en el periodo de entreguerras, y que
arroja unos éxitos sociales y económicos
sin precedentes en la historia de la
humanidad. El autor lo resume como
«el milagro keynesiano», que facilitó el
acceso al desarrollo económico a nuevos
países como fueron España, Portugal y
Grecia, en Europa, así como Corea del
Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong,
en Asia, destacando especialmente el
papel jugado por el capital humano
como acelerador de todo este proceso.
En el siguiente capítulo se describe
el proceso comunista en Europa, desde
Stalin hasta la caída del muro de Berlín.
El autor considera que su trasfondo ha
quedado en la papelera de la historia, al
diluirse sus vestigios en el siglo XXI.
Seguidamente hace referencia al Tercer
Mundo. Primero justificando por qué
no se hizo referencia a él hasta entonces,
y posteriormente describiendo su evolución desde sus orígenes como colonias de
países europeos, pasando por el proceso
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de su descolonización hasta su independencia. En su rápida explicación destaca
los dos países más populosos, China e
India, pero no augura, en general, un
futuro muy prometedor para esta área
geopolítica, debido a la falta de un crecimiento económico que posibilite un
bienestar social y una democracia como
la que se pudo establecer en España
después de la muerte de Franco. Mantiene su tesis, anteriormente expuesta, de
la necesidad de una capacidad técnica y
económica que sustenten una sociedad
plural y democrática.
En el penúltimo capítulo se adentra
en los cambios liderados por las teorías
de Milton Friedman, cuando concluido
el gran ciclo de expansión económica de
las décadas de los cincuenta y sesenta,
renace el modelo clásico, pero recogiendo algunos aspectos del pensamiento
keynesiano. Seguidamente explica el fin
de cualquier vestigio de patrón oro,
dando paso a un sistema en el que es el
mercado el verdadero valedor de las
monedas. En el último capítulo se ponderan los grandes logros de la humanidad en los dos últimos siglos, pero también se analizan los enormes retos
actuales. Uno de los mayores es la ex-
tensión de la pobreza y su extremo, el
hambre padecida por millones de seres
humanos, que evidencia los problemas
expuestos hace siglos por Malthus sobre
población. Para el autor, la llave del
progreso y el desarrollo de la Humanidad está en la formación, en el capital
humano, que en definitiva es la plataforma sobre la que se explica la pobreza
o riqueza en el mundo del presente.
La obra del profesor Tortella, en
suma, ofrece de modo sugerente una
ágil síntesis de la evolución de la humanidad. Inevitablemente, en tan ambiciosa empresa se soslayan temas, poniéndose la lente del investigador en
otras cuestiones. Entre estas carencias,
se podrían destacar los grandes cambios
que se producen en los Estados Unidos
en el siglo XX y especialmente en Asia,
probablemente porque la visión general
de la obra es fundamentalmente eurocentrista, aunque en gran medida el
protagonismo del mundo ya no descansa en la «vieja» Europa, sino que, en
buena parte, se ha trasladado al área del
Pacífico. En esencia, una obra interesante, plagada de sugerentes ideas que
ofrece una sintética visión del camino
recorrido por el hombre.
—————————————–——— Leonardo Caruana de las Cagigas
Universidad San Pablo-CEU
MORANT, Isabel (Dir.): Historia de las mujeres en España y América Latina. Madrid, Cátedra, 2005-2006, vol.1: 859 págs., vol. 2: 823 págs., vol. 3: 975 págs.,
vol. 4: 981 págs., ISBN: 84-376-2262-X (obra completa).
No hay nada evidente en escribir
una historia de las mujeres. Ni en afrontar la tarea en los albores del siglo XXI.
Los objetos que no tienen historia, como
los deshechos, los detritus o la materia
negra, tienen la mala costumbre de con-
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testarla. O peor aún, de hacer terriblemente artificiosa su articulación en el
modelo narrativo que produce su visibilidad por ausencia. Así que la primera
pregunta legítima que sobrecoge al potencial lector de este libro es ¿a quién
aprovecha una historia de las mujeres?
La ambigua relación de las mujeres con
una historia que generalmente las ha
esquivado se presenta ahora como una
demanda de visibilidad que contribuya a
consolidar su estatuto de actor social y
político autorizado. ¿Pero por qué sumarse a una tradición narrativa que dejó
a más de la mitad de la población en una
situación de minusvalía? ¿Es posible
sustraerse a la jerarquía y selección de
valores de esa tradición construida en
torno a una distribución de dignidad,
interés y relevancia que reproduce y
multiplica las exclusiones?
Las mujeres se encuentran en la
historia como los guijarros en el lecho
de un río. Estéticamente percibidos
como manto, su relevancia aparece en
los cálculos de resistencia, fricción y
estabilización de la erosión. De esta
forma emerge siempre un sujeto colectivo relevante y problemático. La naturaleza gregaria del sujeto femenino y
su difícil relación con las nociones de
ciudadanía e individuo es el lecho sobre el que se debate esta obra. Frente a
un sujeto universal, el hombre que
reside en todos y cada uno de los hombres, la mujer se desperdiga en el entramado que da sentido a un sujeto
colectivo. Se produce inevitablemente
un deslizamiento de la subjetividad
racional, potencialmente autónoma y
dadora de sentido, a la historia de las
prácticas. Y este esfuerzo por entrelazar dos historias con agentes que emanan de concepciones diametralmente
1123
opuestas produce siempre un chirrido,
una sensación de desajuste.
Aunque sólo ese esfuerzo permite
que aparezcan en las fricciones agentes
y actores desplazados, recursos y sensibilidades ajenas a un discurso dominante, la historiografía feminista ha sido
muchas veces consciente de ese abismo.
Caroline Walker Bynum, por ejemplo,
llamaba la atención sobre la necesidad
de pensar con las mujeres más que de
mirar a/hacia las mujeres, si se quería
evitar construirlas desde la liminalidad o
inversión respecto de los hombres. Las
dificultades de tal programa están implícitas en el título mismo de la obra que
reseñamos: Historia de las mujeres. En
plural. Por mujeres (mayoritariamente);
sobre mujeres; para mujeres. Y así, aunque el prólogo de Isabel Morant remita
al lector a una tarea simple, que responde a una demanda con larga tradición,
enunciada en estos términos: «¿Por qué
no añadir un suplemento a la Historia
para que las mujeres puedan figurar
decorosamente en él?», lo cierto es que el
empeño es más complejo. Porque no se
trata tanto del decoro como de buscar la
forma de dejar constancia de la problemática historia de la ciudadanía. En este
sentido, la historia de las mujeres no es
un suplemento, es una catástrofe.
Los cuatro tomos en que se divide
esta obra delimitan cuatro períodos
históricos. El primero, coordinado por
Mª Ángeles Querol, Cándida Martínez,
Dolores Mirón, Reyna Pastor y Asunción Lavrin, abarca de la prehistoria a la
Edad Media. El segundo, dedicado al
mundo moderno, lo coordinan Margarita Ortega, Asunción Lavrin y Pilar Pérez Cantó. Los dos últimos volúmenes
corren a cargo del mismo grupo de
editoras, Guadalupe Gómez-Ferrer,
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Gabriela Cano, Dora Barranco y Asunción Lavrin, y corresponden, respectivamente, a los siglos XIX y XX. Esta
distribución, convencional si se quiere,
permite seguir los avatares del objeto
(las mujeres) desde la perspectiva del
sujeto historiador, constreñido a la vez
por los límites de su disciplina y por su
condición social.
Esta situación es particularmente
evidente en el volumen primero, en
concreto en la parte destinada a Prehistoria y Mundo Antiguo, en donde las
autoras repasan algunos de los sesgos
metodológicos que afectan a la disciplina y a la posibilidad de elección entre
modelos asociados a valores. Así, por
ejemplo, Querol denuncia la imposición
de modelos que basan la estabilidad
social en el comercio y hacen del sexo el
único bien con el que las mujeres pueden integrarse en ese mercado, dejando
al margen modelos alternativos basados
en compartir o en una economía del
don que abrirían la panoplia de los bienes de intercambio y harían de la mujer
un sujeto visible. Pero también se recuerda al lector el inevitable sesgo elitista de la arqueología (Chapa), o la
necesidad de tener en cuenta el impacto
cultural del desarrollo tecnológico en
fases tempranas como el Neolítico antes
de entregarse a juicios esencialistas
(Hernando). La historia está sujeta a
elecciones de interpretación que irremisiblemente nos vinculan a valores.
En parte debido a esas constricciones metodológicas, las contribuciones
referidas al imperio romano rastrean la
presencia de las mujeres en los espacios
públicos en los que podían realizar un
tráfico simbólico efectivo —prácticas de
donación y de culto religioso—, y en su
papel en el espacio privado y sus posibi-
lidades de movilidad social. El tránsito a
la sociedad cristiana reafirmó la centralidad del ámbito familiar en un régimen
social y simbólico que contó para consolidarse con la participación activa de las
mujeres, a pesar de que las reducía a un
segundo plano o recortaba aún más los
espacios de trasgresión (Pedregal). Las
consecuencias serán visibles en la evolución de las capacidades jurídicas de la
mujer tardoantigua registradas por la
legislación visigótica (Gallego). Pero es
entorno a este eje, el estatuto de la mujer en función de la evolución jurídica y
política de la institución matrimonial,
en torno al cual va a girar una parte
importante de la obra en general, y de
este volumen en concreto. Sea para
abordar Al-Andalus desde el tránsito de
la endogamia de los Omeyas a las alianzas matrimoniales exogámicas (Marín);
o para aproximarse a una Alta Edad
Media en que la alambicada gestión de
los vínculos familiares abre las puertas
al impacto político.
La contribución de Reyna Pastor implica un cambio de registro: analiza las
uniones matrimoniales (sacramentadas o
no) como parte de las estrategias económicas del campesinado de los siglos XI,
XII y XIV en un momento de debilidad
demográfica. El resultado es una visión
integrada desde el punto de vista económico de los procesos de reproducción,
maternidad, sostenimiento de la minoría
de edad y exclusión de la mujer. Es decir,
de aquellos procesos orientados a hacer
visible (y gestionable) la dependencia.
Pero procesos en torno a los cuales cuajan
formas de reequilibrio o de restauración
de la autonomía, como la corresponsabilidad contractual y laboral.
Los sistemas de pérdida o ganancia
de autonomía aparecen así engarzados
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en la cotidianidad: ya sea en los presupuestos y ocultamientos en torno al
ciclo vital femenino (Vinyoles); o en el
entramado urbano e institucional que
sostiene la ordenación de comunidades
como la sefardí (García-Oliver). Se hace
así posible un mercado al margen de la
organización gremial que forzosamente
obliga a redimensionar el impacto económico de la tarea femenina (Segura).
Por otro lado, la formas de entender la
dependencia no son forzosamente negativas, como hace ver el artículo de Cabré sobre las economías del cuidado que
se desarrollan en torno a la salud y la
muerte. Sin embargo, este momento
vital de la suspensión de la autonomía
(la enfermedad, el tránsito) tiene un
inesperado correlato en el análisis de
Madero sobre los mecanismos de incorporación del acto sexual en la determinación de la consumación del matrimonio. Al señalar el momento de la
exclusión del impotente, Madero identifica con claridad los orígenes de la reinterpretación fisiológica de nuestras instituciones sociales básicas. Un momento
en que la autonomía y suficiencia de la
pareja reproductora marca un punto de
no retorno, cerrándose a formas tradicionales más abiertas de entender el
matrimonio como sociedad de intereses
y afectos. Por supuesto, la vivencia de la
unión matrimonial, legal o no, no tenía
que comulgar con la retórica de la afinidad padre-hijo, ni con la preservación
de una honestidad dudosa como principio moral (López Beltrán).
El primer volumen, pues, se centra
en los equilibrios que se construyen en
los márgenes del matrimonio y en los
intersticios de la dependencia. La modernidad, a la que se dedica el segundo
volumen, se caracterizará, sin embargo,
1125
por el despliegue de estrategias que posibiliten cierto grado de autonomía dentro de una dinámica que tiende a allanar los relieves de las mujeres. Es por ello
que la esfera religiosa cobra un protagonismo indudable. Bajo el amplio paraguas del espíritu religioso fluctúa la tensa relación de las mujeres con las formas
de adquisición y comunicación del conocimiento. El cultivo de la escritura y la
lectura reverdece solapadamente entre el
sometimiento a pautas y retóricas que se
apresuran en subrayar la ocasionalidad
del intento, y prácticas como el bordado
o la oración, inicialmente destinadas a
alejarlas de los ámbitos tradicionales del
saber (Bouza). Y la misma estrategia de
solapamiento, doblez y repliegue opera
en su participación en el proceso económico, sin que esto signifique que su
importancia sea marginal (Carbonell,
Rey). En cualquier caso, la acción solapada es síntoma de un proceso sistemático de invisibilización de la mujer, o
mejor, de indiferenciación: de las etapas
de crecimiento, de la potencia económica, del deseo espiritual y físico. Es el
desplazamiento hacia un espacio de
indiferencia, algunos de cuyos aspectos
explora Ortega, lo que termina por
justificar la irremisible decadencia de la
mujer respecto del hombre. Una decadencia que implica otros presupuestos.
Las mujeres en la frontera del pudor, de la maternidad, de lo público y lo
privado, es decir, las prostitutas, representan el ápice de las dificultades que el
poder encuentra para crear un no-lugar
para un sector social que en el discurso
de las necesidades fisiológicas aparece
justificado. La prohibición de los burdeles en 1623 y el consiguiente desplazamiento del negocio sexual a las calles
—espacio común y no-lugar por excelen-
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cia— marcan la atribución de la causa
del fenómeno a una naturaleza débil y/o
viciosa (Monzón). Se eliminan así las
circunstancias sociales y las responsabilidades individuales. De esta forma el
desplazamiento de las prostitutas a la
calle tiene otra lectura, acorde con la
inquietud por la expansión de la biopolítica de Agamben: la ciudadanía se
instala en el espacio acotado de los edificios, mientras la naturaleza en su versión más vulnerable —y por tanto más
sometida al poder— toma las calles. La
simbología de las mujeres instaladas en
el poder (reinas, aristócratas y alta burguesía) ofrecería —aunque esto no está
explicitado en ninguna de las contribuciones relacionadas con las biografías de
mujeres en el poder— el papel ambiguo
de aquellas que, instaladas en los espacios de la ciudadanía, se encuentran en
un frágil equilibrio con los discursos que
tienden a desplazarlas hacia el espacio de
la naturaleza vulnerable e indiferente.
Otras formas de producción de la
indiferencia resultan de la consolidación
del imperio. Si es cierto que las técnicas
de producción de registro —registros
civiles, judiciales, catastrales— no necesariamente tienen que vincularse a una
pulsión represora o totalitaria, también
es cierto que es muy fácil someterlas a
un sesgo estamental, étnico y/o de género, a partir de los cuales construyen
un modelo de ciudadanía restrictivo.
Pérez Cantó aborda este asunto —y,
dicho sea de paso, su contribución contradice los datos de otra aportación del
mismo volumen, sin que medie referencia entre ambas— desde la perspectiva
de la inmigración femenina a América.
La centralidad social y económica de las
mujeres que emigran a América en la
primera época (en la segunda mitad del
siglo XVI son un 28,5% de los inmigrantes) les permitirá actuar como «viriles matronas» en una sociedad incipiente, poniendo de manifiesto la
artificiosidad de los modelos femeninos
y masculinos. Al iniciarse el siglo siguiente, las mujeres ven cercenadas sus
vías de acceso al poder, en parte porque
el registro de privilegios se hace por vía
masculina. Estos tránsitos de la excepcionalidad al «cauce normal», que opera
sobre un estrechamiento de las posibilidades de actuación, valen sólo para un
grupo social limitado. El mestizaje cultural en el entorno urbano de los Charcas
(Presta) y las estrategias de supervivencia
de las mujeres negras y afromestizas
(Castillo) reflejan que la excepcionalidad,
en el sentido de no estar sujeta a derecho
pero sí a incertidumbre, fue la norma en
la que se desarrolló la vida de los nociudadanos. El que, en cualquier caso,
unos y otros compartiesen el modelo de
orden patriarcal (Gonzalbo, Rodríguez),
creo que es menos relevante para valorar la transformación sociopolítica que
se desarrolla entonces que la reflexión
sobre el impacto de los elevados índices
de la ilegitimidad en el espacio urbano.
En todo caso, la mujer en la frontera de la ciudadanía produce y puebla, y
en ese sentido es capaz de generar un
modus vivendi que le proporciona cierta
autonomía. Las que se quedaron dentro
de los márgenes de la ciudadanía, las
que confluyeron en el «cauce normal», a
esas se les dedica mayor atención en el
volumen siguiente.
El tercer volumen de esta obra comienza, consecuentemente, abordando
el tema de cómo se estabiliza la creciente diferenciación entre los espacios de
gobierno y los domésticos mediante la
oposición entre espacios y valores (Espi-
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gado, Romeo Mateo) que afectan a la
mujer como género y jerarquizan sus
actividades bajo el velo de una naturalización. Bajo esta perspectiva, la interpretación de Burguera de la instrumentalización política de la maternidad
como forma de construcción de la civilidad podría ser el punto de partida de
una discusión sobre cómo podemos hoy
entender la ciudadanía en la era de la
biopolítica.
La cuestión de la construcción del
comportamiento «propiamente» femenino en esta época, tanto en lo que respecta a España como a América Latina,
aparece necesariamente bifurcado. Desafortunadamente, la responsabilidad de
las propias mujeres en la construcción
literaria de modelos alternativos se
aborda de forma difusa, poco contundente; la mayor o menor fortuna literaria parece depender del carácter (Kirkpatrick, Gómez-Ferrer). Sin embargo, la
cuestión fundamental del lugar de la
patologización del deseo femenino o,
como Ríos Lloret señala, «la naturalización de la repugnancia sexual», recibe la
debida consideración en las contribuciones de esta misma autora y en la de
Vázquez García y Moreno Mengíbar. La
primera encara la cuestión de la participación de las mujeres en el sostenimiento de un modelo artificioso —el del
«ángel del hogar»— que excluía el deseo sexual y lo contraponía al instinto
maternal. Pero ambas contribuciones
permiten ver cómo, al amparo del desarrollo de una medicina empeñada en fortalecer unos códigos que traducían comportamientos y rasgos físicos a tendencias
morales y capacidades intelectuales, este
modelo propició la instrumentalización de
la fama y la sospecha, enclaustrándose en
un círculo vicioso que alimentaba la invi-
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sibilidad en aras de la discreción. En consecuencia, el menor acto público, la menor incursión en la Fama, aunque sólo sea
en la afirmación como consumidor, se
vinculan con la deformidad física y moral
(no necesariamente visible, pero sí médicamente detectable) y más concretamente
con la disolución sexual (Vázquez y Moreno). La salida a la calle nuevamente
implicaba la entrada a un espacio de vulnerabilidad. Las críticas en torno al acto
de dispendio —de tiempo, del capital, del
propio cuerpo— que señalan los autores
se localizan en la incontinencia. Y es esa
incontinencia la que se naturaliza como
destino femenino; destino sobre el cual se
puede intervenir libremente para acotar.
Tal vez nada sea tan expresivo de
esa identidad entre el espacio público y
la precariedad cívica, y de ésta con la
incontinencia, como la situación de las
mujeres en el ámbito laboral. La asunción de que el salario de la mujer complementaba los ingresos de la unidad
familiar, al igual que la de que su presencia podría generar inestabilidad fuera del hogar por cuestiones de mercado
o sexuales, reestablecía una vez y otra la
diferencia entre ciudadanía y vida, derechos y necesidades, creando una convivencia extraña entre políticas y biopolíticas. La idea de fondo de que la mujer
debía trasladar la actividad asistencial
realizada en el espacio privado al público, de que el gesto íntimo se reproduciría inevitablemente en ese espacio público como una fuerza natural, y que en
todo caso las políticas debían orientarse
a sujetar esa pulsión femenina, reforzaba este deslizamiento. De ahí que el
sesgo educativo se sostuviese tan denodadamente, y que la cuestión del acceso
a una formación equiparable a la de los
hombres sólo excepcionalmente, a uno
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RESEÑAS
y otro lado del Atlántico, fuera sentida
como una necesidad urgente.
El último volumen de esta obra impone un giro. Un giro eminentemente
sentimental. El olvido de las generaciones de mujeres más próximas al lector
actual, el silencio impuesto como una
losa, la insondable ignorancia de sus
circunstancias, las hace a la vez cercanas
y distantes. María Lejárraga expresaba
elocuentemente la profundidad de la
sima de silencio e indiferencia en que se
hallaban las mujeres en 1933: «En
Granada y su provincia, la mujer no
existe» (cit. 218).
A través del recorrido por la forja
de la mujer con conciencia feminista del
siglo XX, que pasa no sólo por la resistencia de izquierdas (Capel, Yuste) sino
por el activismo católico (Blasco) y el
nacionalsocialismo (Gallego), se dibuja
la cuestión de una identidad política
que emerge ligada no tanto al sentimiento republicano, ni de clase, como a
la producción de economías alternativas, de marcado carácter asistencial. Por
un lado la mujer se asume como pozo
sin fondo de la fecundidad, guardiana
de la economía del cuidado y fundamento de un martirologio sordo y de
largo plazo que tiene sus raíces en aquél
que describía Judith Perkins en The
suffering self (1995). Alternativamente,
hace su aparición la nostalgia infinita
por la acción, esa acción definitiva, gloriosa incluso en el fracaso —en las escaleras de la Widener Library de Harvard,
al cuadro en homenaje a los caídos de la
Primera Guerra Mundial realizado por
J. S. Sargent, Death and Victory (1922),
le acompaña una inscripción en la piedra que reza: «Happy those who with a
glowing faith in one embrace clasped
Death and Victory» [«dichosos aquellos
que radiantes de fe reunísteis en un
abrazo muerte y victoria»]. Las milicianas expulsadas del frente, difamadas
como prostitutas, sin adiestramiento
conveniente y, por tanto, poco eficientes (Nash), encarnan la permanente e
incondicional exclusión de la gloria que
pesa sobre las mujeres, cuyo sufrimiento
no ha de tener plazo, ni fin. Simplemente, se solapa con la vida.
Y la vida sin gloria de las mujeres se
repite en las biografías de María Blanchard, Ángeles Santos o Rosa Chacel.
Aunque aquí la valoración del impacto
de la aportación artística femenina varía
inmensamente: de la penosidad para ser
aceptadas como artistas descrita por
Castillo Martín, al optimismo de Saldaña
y Cortés; una distancia mediada por su
diametralmente opuesta valoración de
Gómez de la Serna. En cualquier caso,
asimiladas al instinto, a la masa, a lo
decorativo y a la máquina —la «tersura
de las almas inocentes» reivindicada por
el primado Gomá (cit. p. 218) es una
reminiscencia de la muerte, de un terreno baldío y una esterilidad de máquina
reproductora—, el activismo femenino
se mueve entre la indiferencia oficial, su
explotación como recurso económico
(como «masa lectora», por ejemplo) y la
pulsión de reforma social. Y este acallamiento encuentra su legitimación en
ecuaciones como las de Pemán: «La mujer, ser muy pegado a la Naturaleza,
muy antiintelectual por definición, está
totalmente construido para la comunicación con aquel otro ser débil, sumiso e
irracional que es el hijo» (p. 224). La
expulsión no ya de la esfera de opinión
pública, sino de la comunicación codificada entre pares marca el definitivo desplazamiento de las mujeres hacia la vida
pura y su expulsión de la ciudadanía.
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RESEÑAS
El largo proceso de recuperación del
derecho a la comunicación, en su doble
sentido de recibir información completa
y emitir opinión en foros de discusión y
decisión relevantes, articula lo que denominamos «la transición» de mediados
de los 70. La creación de asociaciones de
mujeres, transitorias, efímeras, pero de
una efervescencia sostenida, es el índice
de su necesidad de solventar problemas
concretos y legitimar sus demandas. El
análisis se hace extensible a Latinoamérica. La pormenorizada revisión del
debate sufragista en América Latina, a
través del cual vemos repetirse machaconamente paternalismos y tutelajes
indecorosos —sostenidos también por
las mujeres— o bien las reivindicaciones
con este mismo afán de cómputo electoral, ponen de manifiesto aspectos antropológicos que no se pueden ignorar.
En Bolivia, Colombia, Perú, Chile, Brasil, el movimiento asociacionista femenino se vincula a la gestión de primeras
necesidades en un marco de supervivencia y creación de alternativas (Luna).
Pero al mismo tiempo la actuación de
las Madres de la Plaza de Mayo (Bianchi)
nos vuelve a poner frente al mito de
Antígona, es decir, frente a la cuestión
de las fuentes de autoridad y de legitimidad. Porque las mujeres representan
todavía hoy esa fractura, y así las que
participaron en el conflicto de las minas
bolivianas durante los años 70 eran activistas para las autoridades, y estaban,
pues, sujetas a medidas disciplinares;
pero no tenían legitimidad, ni por tanto
capacidad decisoria, para los mineros,
dado que «las amas de casa no pertenecían a la clase obrera» (Bridikhina, 728).
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He intentado poner de manifiesto
las continuidades y problemas que esta
reunión de trabajos evidencian simplemente por el hecho mismo de esta reunión, con independencia de que muchas
inferencias no se encuentren en la obra.
En definitiva lo que resulta es el convencimiento de que hoy por hoy pensar la
república (res publica), con todos sus límites y riesgos, es pensar la historia de las
mujeres. Pero a una obra tan ambiciosa
también habría que exigirle algo más. Se
echa en falta trabajo de edición para que
esta puesta en conexión entre unas contribuciones y otras no dependa exclusivamente de la voluntad férrea del lector.
Son muchos los artículos que tratan el
mismo asunto que otros antecedentes sin
referirse ni una sola vez a ellos. La valoración de Vázquez y Mengíbar sobre el
impacto del espacio urbano en la vida de
las mujeres debería entrar en diálogo con
las consideraciones de Chapa sobre este
punto. Y esta falta de conexión entre los
participantes y entre los volúmenes se
deja notar. Por ejemplo, el esfuerzo de
reunir biografías de mujeres queda un
poco desmerecido en contribuciones
como la de Preston sobre la reina Doña
Sofía. Dado que en términos generales el
nivel de esas biografías es muy bueno,
incorporar las aportaciones de los colegas
hubiese contribuido a que el efecto fuera
más sólido y de mayor recorrido.
A pesar de estas carencias, la iniciativa ha puesto de manifiesto hasta qué
punto se hacen necesarios estos trabajos
que, con independencia de centrarse en
España y América Latina, son el germen
de la reflexión sobre el modelo social que
queremos sostener en términos globales.
—————————————–————––——— Nuria Valverde
Instituto de Historia, CSIC
Hispania, 2007, vol. LXVII, nº. 227, septiembre-diciembre, 1071-1130, ISSN: 0018-2141