Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, la sociedad se vio sacudida, tanto a nivel económico, como social y político. No obstante, este artículo no va de eso, sino de la formación de la juventud en este periodo, donde todo cambia, se vuelve un objetivo del consumo, pero los jóvenes se convierten también en guerreros contra la sociedad liberal y el estado usando su mejor arma: la contracultura. Esta es la historia de todos esos demenciales chicos acelerados, esta es la historia del Punk.
*En la imagen, el icónico grupo británico conocido como los Sex Pistols. Autor desconocido
Una playlist para amenizar el artículo:
¿Por qué el punk es interesante? De la cultura a la contracultura.
Hablando de Punk a mucha gente le puede venir a la mente la idea de cuatro yonkis sin conocimiento musical que decidieron ganarse la vida aporreando sus instrumentos mientras largas crestas alargaban su sombra e imperdibles atravesaban los lóbulos de sus orejas. Cuenta la leyenda que algunos incluso aprendieron a tocar pasado un tiempo. Esto es una verdad a medias, el Punk no es solo eso. Cualquier movimiento juvenil trasciende mucho más allá de los estereotipos potenciados por los medios de comunicación, que desprecian todo lo juvenil.
Ya vimos como las confrontaciones entre mods y rockers eran espoleadas por una prensa ávida de sensacionalismo. Era un fenómeno muy similar a lo que ocurre hoy en día con la prensa que carga con furia contra los millennials, y que consiste siempre en atacar a las generaciones del futuro para no elaborar una autocrítica seria del estado de la sociedad.
Ante este acoso intergeneracional, es de esperar que los agredidos se revuelvan, y esta falta de entendimiento hace que surjan contraculturas que – en teoría – van a estar alejadas de la sociedad de consumo y van a plantear una lucha que ponga en jaque al establishment. Esto no es del todo cierto, porque todos sabemos como han acabado todos los movimientos contraculturales desde aquel mayo del 68: absorbidos en mayor o menor medida por los mercados.
Pero, vayamos por partes, ¿qué es una cultura? Hay dos acepciones clásicas, por un lado es lo mejor que ha pensado una civilización estéticamente hablando (Hebdige, 2016, p.19), mientras que otra define más bien un modo de vida específico que va más allá de lo artístico y se centra hasta en lo más cotidiano (Williams, 1976, p. 87). Esto puede ir mucho más allá, abarcar absolutamente todos los aspectos vitales de los seres humanos que componen una sociedad. Desde una visión marxista, se podría decir que es como los individuos expresan sus vidas, qué son, como producen y qué producen (Hall y Jefferson, 2014, p.63).
Barthes va a ir más allá, el va a hablar del mito (Hebdige, 2016, 30). Como un tipo de discurso mediante el cual los códigos y convenciones de distintas clases sociales – como el de las clases dominantes, pero no exclusivamente – van a calar de tal manera que van imponerse como un canon universal. Es entonces cuando surge lo que conocemos como subcultura, una categoría más pequeña, inserta dentro de redes culturales más amplias de las que deriva y con las que comparte buena parte de sus atributos. Por ejemplo, los bohemios del siglo XIX y XX están insertos en un plano cultural de su cultura parental, la de las clases medias intelectuales. O una que nos interesa más en este caso: la de las bandas de delincuentes juveniles adscritas al proletariado de clase baja.
Sé que habéis venido aquí a leer sobre los punks, y que aquí de eso todavía no hay nada. Pero permitidme que introduzca otro término que nos hace entender más el movimiento junto con el de mito: el concepto de hegemonía. La hegemonía supone que la unión de algunos grupos sociales suponga la autoridad social total, pero para Gramsci, debe de haber un consentimiento de una mayoría determinada, aun incluso cuando vaya contra los intereses de esta mayoría.
No ha habido una subcultura más rompedora con la cultura dominante que el Punk. Esta subcultura supone la ruptura del mito, el quiebre ante el sistema establecido del cual esperaban la desaprobación más absoluta jamás vista. Generalmente solo por molestar, por revolverse, sin ningún objetivo más allá de eso.
En el caluroso verano de 1976 el Punk iba a salir del cascarón recogiendo influencias de David Bowie, Iggy Pop, y el pub-rock herencia de los mods de los sesenta. También recogieron el revival de los cuarenta y bandas de r&b, northern soul, y reggae (Hebdige, 2014, 41). Como se puede observar, Londres vivía una gran eclosión cultural, con distintos estilos que enriquecían las noches británicas con los mejores sonidos de Europa.
https://www.youtube.com/watch?v=HV8Sm444Fso&frags=pl%2Cwn
Como es de esperar, de este auténtico Frankenstein de influencias, no podía salir una mezcla estable, sino que se convirtió en algo terriblemente variable, estridente y acompañada de una forma de vestir de lo más excéntrica posible y tan ecléctica como las propias raíces del movimiento Punk:
Fue un caos de crestas y cazadoras de cuero, botas militares de goma y zapatos puntiagudos, playeras y gabardinas, rapados a lo mod y zancadas a lo skinhead, pantalones ajustados y calcetines multicolores, chaquetas militares cortas y botas con puntera metálica, todo ello aglutinado «en su sitio» y «fuera del tiempo» por las espectaculares sujeciones: imperdibles y pinzas de tender la ropa de plástico, correas de bondage y trozos de cuerda. – Dick Hebdige
Un punk no tenía ningún problema en lucir orgulloso una esvástica. De hecho, grandes iconos de ésta lo hicieron sin sonrojarse. Cuando eran atacados por ello, su respuesta solía ser inconexa, pero todos acababan hablando de lo mismo: era una forma de molestar, una forma de escupir a todo lo que se había generado desde la posguerra mundial, a esa cultura que se había fraguado en el triunfo y en la muerte. Se sentían atraídos por una Alemania perversa, decadente y no future.
Por otra parte, la prensa va a jugar un papel determinante a la hora de crucificar estas subculturas. Como vimos en el artículo de los mods, -citado más arriba- la prensa
torpedea, ataca y aniquila todo lo que va contra el mito. Es lógico, ya que estas subculturas no se pueden integrar de una manera efectiva ya que van directamente contra lo establecido por la cultura matriz. Sin duda, la prensa genera una histeria y un miedo, pero esto es ambivalente, porque también da a conocer un modo de vida que antes era conocido de manera exigua. El Daily Mirror va a ser un periódico fundamental a la hora de crear el pánico entre sus lectores, publicando páginas centrales hablando sobre una extraña subcultura que vestía «raro».
Las subculturas van a ser consideradas problemas sociales (Hebdige, 2014, 129) y van a ser totalmente atacadas por parte de los medios más masificados, lo que supondrá el surgimiento de medios alternativos conocidos como fanzines que encuentran su origen en los años cuarenta pero que se van a adaptar a las necesidades subculturales del momento.
Entonces, en King’s Road, ante un calor inusitado y casi apocalíptico propio de la enorme sequía del año 1976 se reunían decenas de punks en una insigne tienda de nombre Sex. Allí comprarían ropa con eslóganes provocativos y de temática bondage. Ese rincón de la insigne calle londinense era posiblemente donde mayor nihilismo se respiraba. Esto se debe, a que el punk supone la máxima alienación de la juventud sobre sí misma (Mungham y Pearson, 1976). Pero es aquí donde entra en el escenario el fenómeno del reggae, que ya había influido muchísimo en el movimiento skinhead y mod, sobre todo teniendo en cuenta que habían adquirido incluso el mismo estilo visual que los rude-boys jamaicanos. No obstante, serán los punks quienes van a asimilar el estilo negro a la cultura blanca traduciendo tanto su mensaje como su estética.
Mientras los jóvenes negros se catapultaban con los mensajes de sus canciones a un más allá idílico (ambientado en Jamaica o Etiopía), los punks se quedaban sujetos a un tiempo presente en el que estaban atados a la Gran Bretaña del no future. De esta manera, utilizaban la iconografía del Reino Unido, es decir, la ciudad, la reina, su bandera, para literalmente destruirla en sus letras. Desde los barrios bajos, el punk adquiría una conciencia nihilista derrotista y anárquica, pero a modo de animal herido, se rebelaba contra esto y escupía un coágulo de sangre a lo más intocable del «mito» británico.
No es una metáfora que peque de incorrección, pues tan herido estaba el punk en su primera ola, que murió de la propia enfermedad que él había generado. El nihilismo, una actitud de vida destructiva y una crisis de identidad que pronto iba a destruir de raíz todo lo que había generado ya que su meta, era el vacío, no buscaba construir nada.
Si bien el punk tendrá futuro después de esto, existiendo una segunda ola en los 90 que continúa hasta hoy en día, poco tienen que ver estos grupos con el viejo punk 77 o de primera ola.
La contrahegemonía, unas últimas conclusiones
Como hemos visto, el Punk fue atacado por los medios ferozmente. Pero con el tiempo, tanto sus códigos visuales como verbales se convirtieron en algo familiar, haciendo que fuera comercializable. Esto hace que la cultura dominante haga «un esfuerzo» para sacar rendimiento a la subcultura, que entra de lleno a formar parte del flujo comercial. Esto hace, que los individuos que forman parte de la subcultura juvenil sean reintegrados y pasen a formar parte de la realidad dominante.
Pero, hay una segunda forma de integración de estas subculturas, la ideológica (Hebdige, 2014, p.133). Esto se puede hacer de dos maneras distintas, en la primera la «otredad» es trivializada hasta el punto en que parece algo totalmente banal, el clásico «son cosas de niños». Pero otra opción es convertir a ese otro en un auténtico payaso (Barthes, 1972, p.142), si le conviertes en lo más ajeno, en un mero divertimento, le estás quitando todo el valor que pueda subyacer de ello. Un ejemplo utilizado con inteligencia por parte de Hebdige es el del hooliganismo, a los que se considera animales e inhumanos y por lo tanto, como algo impropio y ajeno.
Vemos como así, la mayoría de subculturas acaban siendo en mayor o menor medida absorbidas por su cultura parental, que reintegra en su mitología al díscolo cultural. Más teniendo en cuenta que suelen ser subculturas muy imperfectas, efímeras, porque se basan generalmente en principios estéticos y no tienen más trayectoria.
«En mis labios no hay sonrisa y mis ojos en el espejo reflejan la losa»
Por otro lado, poco se ha hablado en este artículo del Punk español, salvo en algunas referencias veladas. Algún día se entenderá que el espíritu del Punk tuvo un auténtico desarrollo en nuestro país, sobre todo en Madrid, Barcelona y especialmente el País Vasco, donde al parecer del que suscribe estas palabras, hay una auténtica personificación del Punk en un grupo demasiado denostado: Eskorbuto. Esta banda supuso el paradigma de esta subcultura, tanto estética, como ideológicamente y bien merecerían un artículo solo para ellos.
Bibliografía
Barthes, R. (1972). Mythologies. Nueva York: Noonday Press.
Clarke, J y T. Jefferson (1973). Working Class Youth Cultures. Cardiff: Centre for contemporary Studies of Birmingham.
Hebdige, D. (2014). Subcultura. Barcelona: Ediciones Paidós.
Williams, R. y Pons, H. (2008). Palabras clave. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión.
Mungham, G. y Pearson, G. (1976). Working class youth culture. Londres: Routledge & Kegan Paul.
S. Hall y Jefferson T. (2016). Rituales de Resistencia. Madrid: Traficantes de sueños.