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norma monacal escrita por Benito de Nursia De Wikipedia, la enciclopedia libre
La regla benedictina o regla de san Benito es una regla monástica que Benito de Nursia escribió a principios del siglo VI, destinada a los monjes. El libro de preceptos fue escrito en el año 516[1] para monjes que vivieran comunalmente bajo la autoridad de un abad.
El espíritu de la regla de san Benito se resume en el lema de la Confederación Benedictina: pax ('paz') y el tradicional ora et labora ('ora y labora'). Comparado con otros preceptos, la regla ofrece un camino moderado entre el celo individual y el institucionalismo formulaico; gracias a que representa este punto medio ha sido inmensamente popular. San Benito estaba preocupado al crearla por las necesidades de los monjes en un ambiente de comunidad, en particular, establecer el orden requerido, fomentar una comprensión de la naturaleza relacional de los seres humanos y brindar un padre espiritual que apoye y fortalezca el esfuerzo ascético individual y el crecimiento espiritual que se requiere para la culminación de la vocación humana, theosis.
Los Benedictinos han usado la regla durante quince siglos, y por esto san Benito es considerado a veces como el fundador del monasticismo occidental a raíz de la influencia reformista que sus reglas tuvieron en la jerarquía católica contemporánea.[2] Con todo, no hay evidencia que sugiera que Benito hubiera intentado fundar una orden religiosa en el sentido moderno y no fue hasta la Baja Edad Media cuando aparecieron menciones de una «Orden de san Benito». Su Regla fue escrita como una guía para comunidades individuales y autónomas, y todas las Casas Benedictinas (y las congregaciones en las que se han agrupado) se mantienen autogobernadas hasta hoy. Las ventajas observadas en mantener este énfasis benedictino único en la autonomía incluyen las de cultivar modelos de comunidades y estilos de vida contemplativos con vínculos muy estrechos. Las desventajas percibidas incluyen las del aislamiento geográfico de actividades importantes en comunidades adyacentes. Otras pérdidas incluyen la ineficiencia y la falta de movilidad en el servicio a otras personas, y un atractivo insuficiente a miembros potenciales. Estos énfasis diferentes surgieron dentro del marco de la Regla en el curso de la historia y están presentes en alguna medida dentro de la Confederación Benedictina y las Órdenes Cistercienses de la Común Observancia y la Estricta Observancia.
Cuando le destinaron al norte de Italia como abad de un grupo de monjes, estos no aceptaron la Regla y además hubo entre ellos un conato de conspiración para envenenarle. Benito se trasladó entonces al monte Cassino, al noroeste de Nápoles, donde fundó el monasterio que sería conocido más tarde como Montecassino. Allí le siguieron algunos jóvenes, formando una comunidad que acató y siguió la Regla, conocida por las generaciones futuras como Regula Sancti Benedicti, de 73 capítulos, algunos añadidos y modificados después por sus seguidores. Esta regla benedictina fue acogida por la mayoría de los monasterios fundados durante la Edad Media.[cita requerida]
El principal mandato es el ora et labora, con una especial atención a la regulación del horario. Se tuvo muy en cuenta el aprovechamiento de la luz solar según las distintas estaciones del año, para conseguir un equilibrio entre el trabajo (generalmente trabajo agrario), la meditación, la oración y el sueño. Se ocupó San Benito de las cuestiones domésticas, los hábitos, la comida, bebida, etcétera. Una de las críticas que tuvo esta regla al principio fue la «falta de austeridad» pues no se refería en ningún capítulo al ascetismo puro sino que se imponían una serie de horas al trabajo, al estudio y a la lectura religiosa, además de la oración.[cita requerida]
La regla daba autoridad de patriarca al abad del monasterio que al mismo tiempo tenía la obligación de consultar con el resto de la comunidad los temas más importantes. Los discípulos de Benito se encargaron de difundir la Regla por toda Europa y durante siglos hasta la adopción de la regla de San Agustín por los premostratenses en el siglo XII y los dominicos y mercedarios en el siglo XIII, fue la única ordenanza a seguir por los distintos monasterios que se fueron fundando.[cita requerida]
Siguiendo los preceptos, el hábito benedictino debía estar formado por una túnica y un escapulario, cubiertas ambas piezas por una capa con capucha. No se dice el color que deban llevar dichas prendas, aunque se cree que seguramente serían de la coloración de la lana sin teñir, que era lo más fácil en los primeros tiempos. Después, el color negro fue el predominante hasta que llegó la reforma de los cistercienses, que volvieron a adoptar el blanco; de ahí la diferencia que se hace entre monjes negros y monjes blancos, ambos descendientes y seguidores de la orden benedictina.[cita requerida]
Carlomagno en el siglo VIII encargó una copia e invitó a seguir esta regla a todos los monasterios de su imperio. Dio orden de que los monjes se aprendiesen de memoria todos los capítulos para estar siempre listos a recitar cualquiera de ellos cuando así se lo demandasen.[cita requerida]
El monacato cristiano apareció por primera vez en el desierto egipcio, en el Imperio Romano del Este, unas pocas generaciones antes de Benedicto de Nursia. Bajo la inspiración de San Antonio (251-356), los monjes ascéticos liderados por San Pacomio (286-346) formaron las primeras comunidades monásticas cristianas bajo lo que se conoció como un abad, del arameo abad (padre).[cita requerida]
Dentro de una generación, tanto el monasticismo solitario (anacoretas), como el comunal (cenobitas) se hicieron muy populares y se extendieron fuera de Egipto. Primero a Palestina y el desierto de Judea y luego a Siria y el norte de África. San Basilio de Cesarea codificó los preceptos para estos monasterios orientales en su regla ascética (regla de San Basilio), que todavía se usa hoy en la Iglesia ortodoxa y varias en occidente.[cita requerida]
En Occidente, alrededor del año 500, Benito se molestó tanto por la inmoralidad de la sociedad en Roma que abandonó sus estudios allí a los catorce años, y eligió la vida de un monje ascético en la búsqueda de la santidad personal, viviendo como ermitaño en una cueva cerca de la accidentada región de Subiaco. Con el tiempo, dando ejemplo con su celo, comenzó a atraer discípulos.[cita requerida]
Después de considerables luchas iniciales con su primera comunidad en Subiaco, finalmente fundó el monasterio de Monte Cassino en 529, donde escribió su Regla cerca del final de su vida.[cita requerida]
En el capítulo 73, San Benito elogia la regla de san Basilio y alude a otras autoridades. Probablemente estaba al tanto de la regla escrita por Pacomio (o atribuida a él), y su regla también muestra influencia de la de San Agustín y los escritos de san Juan Casiano.[cita requerida]
Sin embargo, el mayor legado de Benito puede ser el documento anónimo conocido como la Regla del Maestro, que Benedicto parece haber eliminado, expandido, revisado y corregido radicalmente a la luz de su considerable experiencia y perspicacia. El trabajo de San Benito expuso ideas preconcebidas que estaban presentes en la comunidad religiosa, solo haciendo cambios menores más en línea con el período de tiempo relevante para su sistema.[cita requerida]
La regla se abre con un prefacio hortatorio, en el que San Benito expone los principios fundamentales de la vida religiosa, a saber: la renuncia a la propia voluntad y armarse "con las armas fuertes y nobles de la obediencia" bajo la bandera de "el verdadero Rey, Cristo el Señor "(Prol. 3). Propone establecer una "escuela para el servicio del Señor" (Prol. 45) en la que se enseñará el "camino a la salvación" (Prol. 48), de modo que al perseverar en el monasterio hasta la muerte, sus discípulos puedan "compartir la paciencia" en la pasión de Cristo que [ellos] pueden merecer también compartir en su Reino".[3]
Con el monje Roberto de Molesmes llegó la gran reforma de los monasterios benedictinos cluniacenses, cuyas costumbres se habían relajado bastante. Los nuevos monjes, llamados cistercienses, volvieron a la verdadera regla de San Benito, añadiendo más disposiciones en la Carta caritatis, escrita por el monje inglés Esteban Harding, obra maestra de la prosa latina. En esta ampliación se volvía a prohibir el lujo y se recomendaba la alabanza a Dios, la lectura de las Sagradas Escrituras y el trabajo físico.
El uso de la Regla en los monasterios de Occidente no implicaba necesariamente que todos pertenecieran a la misma orden o congregación religiosa. En la Edad Media, cuando todavía estas instituciones religiosas no tenían un sistema centralizado o este estaba aún en desarrollo, se empleaba la palabra Ordo (orden) para referirse no a una orden religiosa, sino a una modalidad de vida. Prácticamente las dos más extendidas eran la benedictina o monacal para las que usaban la Regla de San Benito y la canonical o de canónigos regulares que empleaban la Regla de san Agustín.
De ahí que en la tradición manuscrita medieval y en las ediciones modernas de la Regla se encuentren copias de la misma junto con costumbreros de diversas órdenes religiosas que la han acogido como base de su legislación institucional.
Por 1847, en la Patrologia Latina se encuentra una versión de la Regla que incluye un comentario.[4] En realidad, esta edición está también precedida por un prefacio[5] y por testimonios antiguos que ponderan la Regla.[6] El Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum (= CSEL) acogió en 1960 una edición crítica de la Regla realizada por Rudolf Hanslik tras nueve años de estudio de la tradición manuscrita,[7]
El enorme y muchas veces enfebrecido debate[8] sobre su relación con la Regla del Maestro, que por entonces estaba en su punto álgido, llevó a una nueva edición crítica, a manos de Adalbert de Vogüé, que fue acogida por Sources Chrétiennes (= SC) en siete volúmenes (que llevan los nn. 181-186bis en la serie de SC) entre 1971 y 1972:
En 1975, Hanslik también actualizó su versión, que pasó a ser la segunda edición de CSEL.
La versión más antigua en lenguaje vulgar es una traducción alemana del siglo IX y en el siglo X ya hay traducciones romances en España. En castellano las primeras aparecieron en el siglo XVI, con 5 traducciones de tradición benedictina y cisterciense. Para 1940 Dom Bruno Ávila OSB computaba 64 traducciones (algunas era revisiones o reediciones de trabajos previos) en castellano. En la actualidad hay algunas traducciones y ediciones que merecen mención en especial la de García Colombás, la del cisterciense Iñaki Aranguren, Felipe Ramos y de Norberto Núñez. Mención especial la edición preparada por los monjes de SURCO en América del Sur.
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