Los esclavos del
franquismo
Jordi García Soler
EL SIGLO - 25/3/2002
... medio millón de muertos, un
cuarto de millón de exiliados dispersos en Francia,
Rusia y varios países hispanoamericanos, 280.000 presos
en cárceles y campos de concentración por los
delitos más inverosímiles, miles de españoles
heridos o mutilados por efectos de la guerra, produjeron un
colapso en el mercado laboral de un país que necesitaba
reconstruir sus infraestructuras y poner en funcionamiento
empresas destrozadas o paralizadas por la guerra.
Así explica el periodista Isaías
Lafuente, en el inicio de su libro Esclavos por la patria.
La explotación de los presos bajo el franquismo
(Temas de hoy), el contexto histórico, político,
económico y social en el que la dictadura franquista
puso en marcha uno de sus más bárbaros y lucrativos
métodos de represión y, al mismo tiempo, uno
de sus secretos mejor guardados hasta ahora. Otros libros,
jornadas de debate y hasta programas de televisión
intentan sacar a la luz esta página negra de nuestra
Historia.
Por Jordi García Soler
Se trata de la explotación laboral sistemática
de centenares de miles de prisioneros políticos republicanos
por parte de la dictadura, que les utilizó de hecho
como auténticos esclavos prácticamente hasta
las mismas postrimerías del franquismo, en concreto
hasta el año 1970, cuando todavía algunas empresas
privadas españolas tenían a su servicio a presos
políticos obligados a realizar trabajos forzados para
ver reducidas sus fuertes condenas de cárcel.
Con prácticamente dos centenares de
pueblos e incluso ciudades destruidos en más del 60%
de sus construcciones y edificios, un cuarto de millón
de viviendas particulares reducidas completamente a escombros
y otras tantas convertidas también en inhabitables,
más del 40% del muy reducido parque automovilístico
y ferroviario nacional absolutamente destrozado e inservible,
con un quebranto gravísimo en las redes ferroviarias
y de carreteras, así como en todo tipo de construcciones
e infraestructuras públicas afectadas por los bombardeos
sufridos durante los tres últimos años, la España
resultante de la guerra civil requería una ingente
y económicamente muy cuantiosa labor de reconstrucción
material.
Una deuda de casi 2.000 millones de pesetas
oro con Alemania e Italia
Las inversiones públicas necesarias
para hacer frente a esta reconstrucción eran realmente
inasumibles por parte de un Estado cuya moneda oficial, la
peseta, tenía en 1940 el 50% del valor que poseía
antes del inicio de la guerra civil, apenas cuatro años
antes, con una renta nacional que se había situado
de repente al nivel existente en 1914 y con una renta per
cápita inferior en un 14% a la de 1936, con tasas anuales
de inflación que durante los años 40 oscilaron
entre el 13 y el 23%, y con una población activa que
se había visto reducida en más de medio millón
de personas.
Con un país destrozado, empobrecido,
apenas sin ningún tipo de producción industrial,
con muy poco o nada que exportar, prácticamente sin
otras relaciones comerciales que las entonces existentes con
la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, y con ambos
países aliados de la dictadura franquista exigiendo
la devolución inmediata de la cuantiosa deuda contraída
por Franco con ellos 1.200 millones y 600 millones de
pesetas oro, respectivamente a causa de sus importantes
ayudas militares y financieras al bando franquista durante
la guerra civil, de nada iban a servir las drásticas
medidas de control económico impuestas por la dictadura.
Unas medidas que, por otra parte, empobrecieron aún
mucho más al conjunto de la población y enriquecieron
de forma espectacular y repentina a un muy reducido número
de estraperlistas y especuladores, todos ellos directa o indirectamente
ligados a las estructuras del propio poder franquista.
En este contexto, como señala Isaías
Lafuente en su ya citado libro, Franco se inventó,
con décadas de antelación, la primera Empresa
de Trabajo Temporal que se implantó en España.
La constitución de aquella primera ETT se realizó
mediante la creación del denominado Fichero Fisiotécnico
en el que se recopilaron todo tipo de datos sobre centenares
de miles de prisioneros políticos republicanos de toda
España, para utilizarles como auténticos esclavos
al servicio del Estado franquista en la reconstrucción
del país.
Antes del término del mismo año
1939, en el Fichero Fisiotécnico del Patronato para
la Redención de Penas figuraban ya formal y oficialmente
censados 67.711 presos, reunidos en un total de 24 industrias
y llegando a abarcar hasta 602 oficios distintos. De ellos,
en la misma fecha, casi 13.000 estaban ya laboralmente colocados,
esto es trabajando teóricamente al servicio del Estado,
casi siempre en unas condiciones laborales y de vida infrahumanas,
constantemente sometidos a todo tipo de vejaciones y malos
tratos, y apenas sin recibir ningún tipo de salario
o contraprestación económica, sólo con
la esperanza de poder redimir parte de sus casi siempre muy
largas condenas de prisión, impuestas mediante el uso
y abuso sistemático de la Ley de Responsabilidades
Políticas, a través de los trabajos forzados.
Como señalaba orgullosa y, sin duda,
cínicamente el denominado Patronato para la Redención
de Penas al referirse en uno de sus numerosos documentos oficiales
de la época al mencionado Fichero Fisiotécnico,
pocas Bolsas de Trabajo contarán con una tal
variedad de profesiones y aptitudes personales.
A principios de 1941, esto es un par de años
después de finalizada la guerra civil, constaban en
el Fichero Fisiotécnico 103.369 penados, de ellos cerca
de 10.000 mujeres, una cifra casi coincidente con la de los
presos que entonces ya habían sido juzgados y condenados
por los numerosos tribunales civiles y militares puestos en
marcha en toda España durante aquellos años.
Los más de 280.000 prisioneros políticos entonces
encarcelados en toda España representaban el 10% del
conjunto de la población activa del país y eran,
en su gran mayoría, hombres de entre 20 y 40 años
de edad. No obstante, los presos políticos seguían
aumentando sin cesar durante aquellos años. Según
ha podido documentar recientemente el historiador Antonio
Miguel Bernal, sólo entre los años 1939 y 1943
el número de presos políticos del franquismo
llegó a ser de más de 550.000, también
con una muy clara mayoría de jóvenes entre ellos.
Aunque fue personalmente el propio Francisco
Franco quien puso marcha este formidable negocio a costa de
sus prisioneros políticos, iniciado ya de hecho en
mayo de 1937, al parecer fue el jesuita José Antonio
Pérez del Pulgar quien lo inventó e institucionalizó
de forma oficial, mediante la constitución del llamado
Sistema de Redención de Penas. En su texto de enero
de 1939 titulado La solución que da España al
problema de sus presos políticos para mayor inri,
editado por Publicaciones Redención, dicho sacerdote
no defendía ningún tipo de piedad ni clemencia
para con los presos políticos del franquismo no
puede exigirse a la justicia social que haga tabla rasa de
cuanto ha ocurrido, sino que preconizaba para
todos ellos poco menos que la aplicación de la Ley
del Talión: Es muy justo que los presos contribuyan
con su trabajo a la reparación de los daños
a los que contribuyeron con su cooperación a la rebelión
marxista.
Los campos de concentración franquistas
Así, de forma masiva, sistemática
y organizada, la dictadura franquista utilizó, entre
1937 y 1970, a centenares de miles de prisioneros políticos
como fuerza laboral barata, absolutamente dócil y completamente
segura, casi siempre recluida en alguno de los numerosos campos
de concentración creados al efecto por toda España
en el libro de Javier Rodrigo Sánchez La represión
bajo el franquismo figuran documentados 72 campos de concentración,
casi la mitad de ellos funcionando ya desde la misma guerra
civil, con un total de aproximadamente unos 180.000 internados
debidamente contabilizados, con lo que además
de conseguir pingües beneficios económicos consiguió
descongestionar las numerosas cárceles existentes en
todo el territorio nacional, todas ellas abarrotadas durante
los años de la más inmediata posguerra a causa
de las sucesivas oleadas de detenciones masivas que se produjeron
en España entera al término de la guerra civil.
El Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas,
eufemismo con el que se intentaba ocultar el nombre de los
campos de concentración, fue en realidad el encargado
de centralizar el uso y abuso que el franquismo hizo de sus
prisioneros políticos como trabajadores forzados o
esclavos, dando origen incluso, con la creación de
sus campos de concentración y la instalación
en las cercanías de las familias de algunos de los
prisioneros en ellos internados, a la creación espontánea
de nuevos núcleos de población surgidos entonces,
como El Palmar de Troya, Dos Hermanas, Los Palacios o los
barrios sevillanos de Torreblanca y Bellavista, aún
en la actualidad formado en su gran mayoría por familiares
de antiguos presos políticos esclavizados por el franquismo.
Empleados fundamentalmente en obras públicas
de todo tipo por ejemplo, en la construcción
de carreteras, puentes, túneles, vías férreas,
canales y marismas, centenares de miles de prisioneros
políticos del franquismo se vieron obligados al trabajo
forzado, a modo de nuevos esclavos, tanto en obras tan impresionantes
como las de la construcción del Valle de los Caídos
donde trabajaron hasta 1950 un total de cerca de 20.000
presos políticos, hasta la definitiva culminación
de las obras de construcción tanto de los accesos por
carretera como del monasterio y la cripta de aquella obra
faraónica o del pazo de Aday, como en muchas
otras obras al servicio de la Iglesia católica entre
otras, los 15.000 crucifijos para escuelas y otros centros
oficiales, que fueron facturados inmediatamente después
de la guerra civil desde los Talleres Penitenciarios, cuya
sede central era la cárcel de Alcalá de Henares
y, cada vez en mayor medida, al servicio de gran número
de empresas privadas, casi todas ellas adjudicatarias y concesionarias
del propio Estado.
Según recoge Isaías Lafuente
en su documentado libro, fueron prisioneros políticos
quienes construyeron obras hidráulicas como los embalses
del Ebro, Benagéver, Entrepeñas, Pálmaces,
Mediano, Riosequillo, Revenga, Barasona, Mansilla de la Sierra,
González Lacasa, El Cenajo, Torre del Águila,
Barrios de Luna, Yesa, San Esteban y Linares, la Real Acequia
del Jarama, canales como el Bajo del Guadalquivir, Bajo del
Alberche, Montijo, Jarama, Bárdenas, Monegros, Toro-Zamora,
Bierzo, Badarán y Linares del Arroyo, amén de
saltos como los del Nansa y el Sil. Fueron, igualmente, prisioneros
políticos del franquismo quienes reconstruyeron pueblos
y ciudades como Belchite, Brunete, Oviedo, Teruel, Toledo,
Huesca, Lleida, Gernika, Amorebieta, Éibar, Potes,
Quinto de Ebro, Mediana de Aragón, Puebla de Albortón,
Boadilla del Monte, Villamanín, Vilanova de la Barca,
Sabiñánigo o Figueres, entre muchas otras poblaciones.
Trabajaron también en las minas de mercurio de Almadén,
en los pozos Maria Luisa, Fondón y San Mamés
de Duro Felguera, en las minas de antracita de Fabero y en
muchas otras empresas mineras, en Asturias, Leñón,
Pontevedra, Lleida, Ourense, Teruel, Albacete, Murcia y Cartagena,
por ejemplo, y lo hicieron asimismo en gran cantidad de obras
públicas, como en la construcción del ferrocarril
Madrid-Burgos, Zamora-A Coruña, Tudela de Veguin a
Lugo de Llanera, Pedernales-Bermeo o la inconclusa Santander-Mediterráneo,
así como en la primera estación ferroviaria
de Chamartín, en Madrid, y en carreteras como las de
Canfranc, de la carretera de A Coruña a El Escorial,
variantes de carreteras como las de Madrid-Valencia Puerto
Contreras, Honrubia, Oropesa, los puertos del Escudo y del
Arzobispo, el túnel de Vielha...
Además de la construcción tanto
de los accesos como del monasterio y la cripta del Valle de
los Caídos, fueron también prisioneros políticos
del franquismo quienes construyeron desde aeropuertos como
los de Sondica o Labacolla hasta estadios municipales como
los de Valladolid y Palencia, pasando por cárceles
como la de Carabanchel.
Entre las empresas privadas españolas
que más frecuentemente tuvieron a su servicio como
trabajadores forzados a prisioneros políticos del franquismo
figuraron en lugar muy destacado y constante Dragados y Construcciones,
Banús, A. Marroquín, San Román, Hermanos
Nicolás Gómez y Construcciones ABC.
Algunas de estas empresas privadas se lucraron
con el trabajo forzado y apenas pagado de gran número
de prisioneros políticos del franquismo por espacio
de más de dos décadas, como lo hizo en concreto
la empresa Dragados y Construcciones fundamentalmente en la
construcción de gran número de pantanos, mientras
que en el caso de Banús lo hicieron todavía
hasta el año 1969 en todo tipo de obras y construcciones.
Otras empresas que tuvieron a presos políticos
trabajando a su servicio fueron, por ejemplo, Babcock-Wilcox,
Carbones Asturianos, Constructora Naval, Industrias Egaña,
Talleres La Trefilera, Plasencia de las Armas, Esperanza y
Compañía SA, Talleres Murga, Cementos Portland-Iberia,
Cementos Asland, Metro de Madrid, Riegos Asfálticos,
Sacristán, Portolés y Compañía,
Sicot, José M. Padró, Carbonífera Palomar,
Montes de Galicia, A.Villalón, E.Osis, Elizarrán,
Hidro Nitro Española, Minas del Bierzo, Experiencias
Industriales, Gutiérrez Oliva, A.Carretero, Sanz Bueno,
Salvador Cuota, Maquinista y Fundición del Ebro, Regino
Criado, Ferrocarriles y Minas, Antracitas Gaiztarro, Múgica-Arellano
y Cía, Minero Siderúrgica de Orallo, ECIA, Vías
y Riegos, Duro-Felguera, C.Peña, Julián A. Expósito,
Cimentaciones y Obras, E.Medrano, C.Mardellano, D.L.Pastora,
M.Llagostera, I.Arribalaga, J.Dobarco, Sociedad Marcor, Ramón
Echave, SAFA, Burés, Industrias Artísticas Agrupadas
...
La Iglesia católica española,
convertida prácticamente desde el mismo inicio de la
guerra civil en uno de los más importantes e influyentes
apoyos de Franco tras haber declarado formal y oficialmente
que la insurrección militar era una Cruzada,
se benefició asimismo del trabajo esclavo de gran número
de prisioneros políticos del franquismo. Entre otras
construcciones para la Iglesia católica en las que
fueron obligados a trabajar como esclavos numerosos presos
políticos de distintas regiones españoles, figuran
las de la reconstrucción de la catedral y el seminario
de Vic, el colegio de los escolapios de San Antón en
Madrid, el seminario orensano de Ervedelos, la vallisoletana
iglesia del Carmen y los conventos de las madres adoratrices
de Cartagena, Valladolid y Alcalá de Henares.
780 millones de euros de beneficios
El ya mencionado libro de Isaías Lafuente
no es propiamente el primero en denunciar esta infamia criminal
perpetrada por el franquismo, puesto que ya en 1969 Aroca
Sardagna se refería a ello en su libro Los republicanos
que no se exiliaron, y en 2000 Rafael Torres publicó
otro importante volumen sobre esta cuestión, Los esclavos
de Franco, el primero en documentar ya el trabajo forzado
de gran número de prisioneros políticos del
franquismo.
No obstante, Lafuente ha profundizado mucho
más y da en su libro todo tipo de datos y documentación,
llegando incluso a las cuantificación económica
precisa de los beneficios obtenidos por el franquismo a costa
de la práctica esclavitud de sus prisioneros políticos:
más de 130.000 millones de pesetas, unos 780 millones
de euros. Ello se deduce del estudio de las muy detalladas
memorias anuales remitidas a Franco por el Patronato para
la Redención de Penas entre 1939 y 1970, conservadas
aún en los archivos de la Dirección General
de Instituciones Penitenciarias. Sólo entre los años
1939 y 1945, Franco dispuso mensualmente de una media de unos
10.000 presos políticos republicanos convertidos por
él en sus esclavos, siendo en total durante aquellos
años unos 110.000 los presos políticos laboralmente
explotados en colonias, talleres, destacamentos penales y
empresas privadas.
Carrero Blanco recibía el 75% del salario
de los esclavos
El profesor Francisco Moreno Gómez ha
cifrado el jornal medio de un preso político esclavizado
por el franquismo en 4,75 pesetas, en el caso de ser un hombre
con esposa y un hijo a su cargo y que estuviese al servicio
de algún organismo público del Estado, y de
14 pesetas si trabajaba al servicio de una empresa privada,
de las que sólo 50 céntimos iban a parar al
propio preso, 3 pesetas eran destinadas a su familia, 1,40
eran retenidas en teoría para su alimentación
y las 9,10 pesetas restantes iban a parar a Hacienda, aunque
se ignora bajo qué concepto se les sometía oficialmente
a tan cuantiosa exacción fiscal.
Este dinero era periódicamente ingresado
por el Patronato para la Redención de Penas en una
cuenta cifrada del Banco de España, a nombre del entonces
subsecretario de Presidencia del Gobierno, Luis Carrero Blanco,
conforme ha podido documentar y probar recientemente el ya
citado profesor Antonio Miguel Bernal.
Catedrático de Historia del Pensamiento
de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, Antonio Miguel
Bernal ha coordinado recientemente el interesante ciclo de
conferencias que se ha celebrado en dicho centro universitario
bajo el título Los presos del Canal. 1940-1962. Estas
jornadas han sido organizadas por la universidad hispalense
en colaboración con la fundación El Monte y
el sindicato CGT, y se han dedicado al estudio de la utilización
sistemática de prisioneros políticos andaluces
como trabajadores forzados en las obras de construcción
del canal Bajo del Guadalquivir, entre Sevilla y Sanlúcar
de Barrameda, de 150 kilómetros de longitud, 90 de
los cuales fueron íntegramente realizados por unos
10.000 prisioneros políticos del franquismo, desde
muy poco después del final de la guerra civil, y hasta
más de dos décadas después, hasta el
año 1962.
Tras el fuerte impacto causado por la reciente
publicación del libro de Isaías Lafuente, estas
jornadas sevillanas han contribuido a dar a conocer muchos
otros aspectos sobre la feroz e implacable represión
que el franquismo ejerció contra sus opositores, especialmente
en la más inmediata posguerra, pero en realidad hasta
más allá incluso de la muerte del propio dictador.
El próximo mes de octubre, un importante congreso organizado
conjuntamente en Barcelona por el Museu dHistòria
de Catalunya y el Grup de Recerca de lÈpoca Franquista
del Departament dHistòria Moderna i Contemporània
de la Universitat Autònoma de Barcelona, seguirá
profundizando en estos temas, muy poco estudiados hasta ahora
por los historiadores y, por tanto, todavía absolutamente
desconocidos por la opinión pública.
Los campos de exterminio
Aunque se tenían algunas referencias
merced a la publicación de las memorias de algunos
antiguos presos políticos del franquismo, ha sido ahora
cuando se ha documentado ya con rigor histórico la
existencia en la España de la guerra y la posguerra
civil de auténticos campos de exterminio. A diferencia
de los campos de concentración, en los que los prisioneros
políticos eran utilizados sistemáticamente como
esclavos y donde en no pocos casos los internados
fallecían también a causa de las pésimas
condiciones de vida y trabajo a las que se encontraban sometidos,
los campos de exterminio franquistas eran, al igual que sus
homólogos nazis de tan triste recuerdo, centros destinados
fundamental y casi exclusivamente a la pura y simple ejecución
de sus internados.
El ya citado Antonio Miguel Bernal señalaba
en las mentadas jornadas sevillanas que está perfectamente
documentada la existencia en la población extremeña
de Castuera de un campo de exterminio creado a principios
de la guerra civil, inmediatamente después de la toma
de Badajoz por las tropas franquistas, a mediados de agosto
de 1936, en el que a diario se produjeron fusilamientos y
donde existe un gran número de fosas llenas de cadáveres
de presos políticos republicanos que allí fueron
exterminados.
El propio profesor Bernal coordina un grupo
de trabajo que estudia el papel desarrollado por determinados
oficiales y médicos alemanes en algunos campos de concentración
de la España franquista, durante la guerra civil y
de forma muy en especial entre los años 1937 y 1938,
ya que existen evidencias claras de que realizaron experimentos
y prácticas de exterminio similares a las que poco
después fueron llevadas a cabo de modo sistemático
y masivo en los campos de exterminio nazis.
Otro de los historiadores asistentes a las
mencionadas jornadas celebradas en Sevilla, el catalán
Borja de Riquer, señalaba que en la España franquista
se superaron los 140.000 fusilamientos, casi triplicando los
50.000 que se produjeron en las zonas de España controladas
por la República. Más aun, el mismo historiador
hacía notar que en el caso concreto de Andalucía
esta relación se más que cuadruplicó,
con 40.000 fusilamientos franquistas por 9.000 a cargo de
los republicanos. De Riquer hizo notar que una vez terminada
ya la guerra civil, entre 1939 y 1947, el franquismo ejecutó
diariamente a una media de diez personas, con diez fusilamientos
diarios, lo que representa cerca de 30.000 fusilamientos durante
los ocho años después del fin de la guerra civil,
a los que habría que añadir todavía los
que se produjeron con posterioridad y hasta el mismo final
de la dictadura.
Borja de Riquer destacó asimismo que
la juventud republicana fue la principal víctima de
la criminal represión franquista desatada al término
de la guerra civil. En base a un estudio realizado sobre las
quintas de la barcelonesa ciudad de Badalona entre los años
1936 y 1940, De Riquer subrayó que de los 2.256 jóvenes
de entre 19 y 25 años de edad existentes en el censo
de dicha ciudad en 1936, en 1940, 295 habían muerto,
234 habían sido considerados prófugos y 204
estaban encarcelados, con lo que un tercio de los jóvenes
badaloneses, al finalizar la guerra civil, habían fallecido,
estaban exiliados o habían sido encarcelados.
Los esclavos españoles de Hitler
Éste es el título del último
libro del historiador José Luis Rodríguez Jiménez,
en el que se detalla otro oscuro y hasta ahora muy poco conocido
aspecto de la represión franquista: el de la utilización
de miles de ciudadanos españoles que Franco convirtió
en víctimas propiciatorias del nazismo, después
de haberles enviado para Alemania a trabajar en minas y fábricas,
fundamentalmente con el objetivo de saldar la importante deuda
económica contraída por el propio Franco con
Hitler por su decidida ayuda militar y financiera al bando
rebelde durante la guerra civil española, estimada
en unos 400 millones de marcos, unos 1.200 millones de pesetas
oro.
Según el profesor José Luis Rodríguez
Jiménez, el contenido del convenio firmado el 21 de
agosto de 1941 entre los gobiernos de España y Alemania,
por el que al cabo de muy poco tiempo como mínimo 10.500
trabajadores españoles fueron enviados a la Alemania
nazi, demuestra claramente que la voluntariedad de los allí
enviados no es más que una burda patraña de
la propaganda franquista.
Además de aquellos 10.500 obreros salidos
desde España, el régimen nazi hizo que otros
40.000 ciudadanos españoles, todos ellos republicanos
exiliados desde el final de la guerra civil en Francia, una
vez este país fue ocupado por Alemania, se incorporasen
voluntaria o forzosamente, a sus batallones de trabajo, mientras
otros 12.000 republicanos españoles fueron a parar
asimismo a diversos campos de concentración o de exterminio,
evidentemente todos ellos de forma obligada.
La reciente reedición del documentado
y voluminoso trabajo que escribiera la ya fallecida escritora
barcelonesa Montserrat Roig bajo el título Els catalans
als camps nazis (Edicions 62) es un testimonio desgarrador
sobre las penalidades sufridas por gran número de republicanos
españoles de ambos sexos en los campos de concentración
o de exterminio creados por el nazismo. Aunque se ciñe
en exclusiva a los deportados de origen catalán o con
residencia en Cataluña, el riguroso libro de Montserrat
Roig, así como la excelente novela del escritor catalán
Joaquim Amat-Piniella K.L.Reich (Edicions 62),
en la que rememora sus propias vivencias personales como deportado
en el tristemente célebre campo nazi de exterminio
de Mathausen, constituyen dos grandes testimonios de otra
de las infamias perpetradas por el franquismo con sus opositores,
ya que fue el cuñado de Franco y por aquel entonces
ministro de Asuntos Exteriores de España, Ramón
Serrano Suñer, quien se negó a reconocer la
nacionalidad española a los exiliados republicanos
que fueron exterminados en gran número en los campos
nazis, padeciendo el total de ellos todo tipo de torturas,
malos tratos y vejaciones mientras duró su cautiverio,
en el que destacaron muchos de ellos como esforzados y heroicos
resistentes. En Los esclavos españoles de Hitler el
profesor José Luis Rodríguez Jiménez
constata el engaño al que el franquismo sometió
a los 10.500 productores españoles enviados
a Alemania, en teoría de forma voluntaria,
al igual que muchos de los españoles integrados en
la célebre División Azul que combatió
junto a las tropas nazis a las órdenes del general
Muñoz Grandes. El propio régimen franquista,
en sus estimaciones iniciales, calculó en aproximadamente
100.000 los productores españoles que debería
enviar a trabajar a Alemania para cumplir completamente el
acuerdo suscrito con las autoridades nazis para saldar definitivamente
su deuda económica.
No obstante, tanto por el elevado coste económico
que para el franquismo representaba aquella operación
en gastos de organización, ropa, calzado y traslado,
como porque ya a partir de 1942 comenzó a ser evidente
incluso para los sectores falangistas más abiertamente
partidarios del régimen hitleriano que la Alemania
nazi sería derrotada por los aliados y el franquismo
optó por empezar a alejarse de ella, lo cierto es que
finalmente parece que fueron sólo 10.500 los trabajadores
españoles que Franco convirtió realmente en
esclavos de Hitler.
Con pésimas condiciones tanto de vida
como de trabajo, aparentemente desconocedores tanto de su
teórico y muy a menudo incumplido derecho a 20 días
de vacaciones anuales como de que una importante parte de
sus salarios quedaba retenida en los bancos alemanes como
abono a cuenta de la deuda que la España de Franco
tenía pendiente todavía con la Alemania nazi,
los 105.000 esclavos españoles de Hitler
padecieron también todo tipo de malos tratos y vejaciones,
soportando penalidades sin cuento y sin que en ningún
caso dispusieran del apoyo de las autoridades franquistas
en defensa de sus legítimos derechos laborales.
Luis Rodríguez Jiménez ha documentado
que al menos 25 de aquellos productores españoles
fueron fusilados por los nazis para castigar sus protestas
o rebeldías, así como que a pesar de que el
grueso de ellos fueron repatriados a España ya a partir
de 1943, cuando parecía definitivamente clara la derrota
del nazismo, algunos de ellos optaron por quedarse en Alemania,
donde al parecer algunos de ellos siguen viviendo. Muy pocos
de aquellos miles de productores españoles
convertidos por Franco en esclavos de Hitler parecen
dispuestos ahora a recordar aquella tan lamentable experiencia.
Sólo uno de ellos ha facilitado todo tipo de datos
e informaciones a José Luis Rodríguez Jiménez.
Los niños perdidos del franquismo
TV3, la televisión autonómica
catalana, sobrecogió recientemente a su audiencia con
la emisión, en su prestigioso programa dominical de
documentales 30 minuts, de dos excelentes trabajos realizados
por Montse Armengou y Ricard Belis con asesoría del
historiador Ricard Vinyes. Els nens perduts del franquisme
(Los niños perdidos del franquismo) puso
en evidencia la represión a la que se sometió
a niños y mujeres en las cárceles durante la
dictadura franquista, y muy especialmente durante la más
inmediata posguerra, incluso con la desaparición
de algunos de los hijos de las prisioneras políticas.
En un testimonio de un valor documental excepcional,
algunas de aquellas mujeres narraron ante las cámaras
su represión política, las torturas a que fueron
sometidas y la separación de sus hijos, que en muchos
casos murieron de inanición o enfermedad en las propias
cárceles franquistas, mientras que en otros casos fueron
dados en adopción, evidentemente sin autorización
familiar ninguna y en un claro abuso del poder de la dictadura
para con las víctimas de su represión.
Testimonios casi siempre desgarradores pero
en todos los casos con una gran entereza de ánimo se
acompañaron en ambos documentales de TV3 con referencias
a textos oficiales, documentos e incluso el testimonio personal
de la entonces máxima responsable del Auxilio Social,
la viuda de Onésimo Redondo, que se manifestó
al menos en apariencia absolutamente desconocedora de las
denuncias que le fueron presentadas. De hecho aquellas constituyeron
las primeras denuncias que se han dado a conocer públicamente
en España acerca de la existencia de nuestros propios
desaparecidos, en concreto hijos e hijas de madres
republicanas a las que el franquismo, además de encarcelarlas
como prisioneras políticas, les robó a sus hijos
e hijas, muy a menudo con la ayuda de las monjas encargadas
de la vigilancia de las prisiones de mujeres en aquellos años.
El fuerte impacto social causado por estos
dos excelentes documentales, cuyos derechos de emisión
han sido adquiridos ya por las televisiones autonómicas
vasca y andaluza y al parecer en breve serán comprados
también por Telemadrid, así como los altos niveles
de audiencia conseguidos con ambas emisiones fueron
vistos por más de 800.000 telespectadores catalanes,
ha hecho que TV3 se decidiese a programar, durante este mes
de marzo, otros importantes documentos televisivos sobre la
represión franquista y las penalidades sufridas por
los opositores a la dictadura, en el exilio o en el interior
del país.
El primero de estos programas es Veus ofegades.
Cartes dun exili a França (Voces ahogadas.
Cartas de un exilio en Francia), que descubre textos
inéditos de cartas escritas por refugiados republicanos
catalanes que vivieron entre 1939 y 1945 en Francia, que nunca
llegaron a sus destinatarios ni fueron abiertas, y que tras
haber sido archivadas salen ahora a la luz pública
y constituyen un elocuente testimonio del exilio republicano.
Otras emisiones serán las de varios episodios de Els
maquis, la guerra silenciada (Los maquis, la guerra
silenciada), en los que a partir de unos 60 testimonios
se tratará sobre las actividades desarrolladas durante
un cuarto de siglo en Cataluña por las guerrillas antifranquistas.
Por último, el ciclo de programas históricos
de la televisión autonómica catalana se cerrará
con la reemisión de los dos capítulos de Els
nens perduts del franquisme, así como con un debate
moderado por Carles Francino sobre Franquisme: oblidar o recordar
(Franquismo: olvidar o recordar).
Muy reciente es también la publicación
de El TOP. La represión de la libertad (1963-1977)
(Planeta), libro del que es autor el magistrado Juan José
del Águila. El TOP, el siniestro Tribunal de Orden
Público creado por la dictadura franquista como jurisdicción
especial para la represión sistemática de toda
la oposición, queda crudamente retratado en esta rigurosa
y muy documentada tesis doctoral, en la que se demuestra con
gran acopio de datos que no hubo en modo alguno una evolución
ordenada, pacífica y conscientemente planificada de
la dictadura hacia la democracia.
De la atenta lectura del interesante libro
del magistrado Juan José del Águila se deduce,
sin ningún genero de dudas, que la transición
no ya del franquismo sino del posfranquismo a la democracia,
a diferencia de lo que a menudo pretenden hacernos creer ahora
algunos comentaristas partidarios del revisionismo histórico,
sólo fue posible gracias a la lucha constante de la
oposición democrática, ya que hasta más
allá de la muerte del propio Franco, y en concreto
hasta el 5 de enero de 1977 esto es, menos de medio
año antes de la celebración de las primeras
elecciones democráticas después del final de
la guerra civil, el TOP siguió actuando como
la permanente e implacable Inquisición. Juan José
del Águila aporta en su interesante libro gran número
de datos e informaciones sobre los numerosísimos procesos,
procesados y afectados por las causas instruidas por el TOP
a lo largo de sus prácticamente 14 años de existencia,
desde su misma creación, en 1963, en sustitución
de los anteriores tribunales especiales constituidos al final
de la guerra civil, hasta su definitiva desaparición,
a principios de 1977, más de un año después
de la muerte del dictador.
A estas alturas de la Historia resulta interesante,
y sobre todo muy revelador, observar, por ejemplo, que sólo
en sus tres últimos años de existencia, de 1974
a 1976, el TOP instruyó el 60% de sus procedimientos
judiciales contra todo tipo de opositores a la dictadura,
así como que el 25% de dichas causas fueron instruidas
ya una vez muerto el dictador. Es evidente que todo ello desmiente
con absoluta rotundidad la teórica voluntad aperturista,
reformista y democratizadora de quienes en aquellos años
detentaban el poder y estaban en el Gobierno, puesto que fueron
precisamente ellos quienes siguieron permitiendo, cuando no
ya auspiciando o impulsando, la continuidad de la represión
policial y judicial contra todos aquellos que verdaderamente
luchaban por la recuperación de la democracia y la
libertad en nuestro país, en contra de quienes sólo
deseaban hacerle la cirugía estética a la dictadura
para poder mantenerse aún en el poder.
Resulta asimismo interesante destacar que del
libro de Juan José del Águila se deduce que
en la estadística de los numerosísimos procesados
por el TOP a lo largo de sus poco menos que 14 años
de existencia ininterrumpida, Cataluña, con el 20%
del total de los procesados por aquella juridisción
especial, aparece como la comunidad más cuantiosamente
reprimida durante toda su historia.
También es interesante comprobar que
la gran mayoría de los procesados por el siniestro
tribunal fueron fundamentalmente trabajadores y estudiantes
menores de 35 años de edad.
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