Gentileza
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para la
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MOVIMIENTOS
POLÍTICOS
I.
Concepto
Son
un grupo o conjunto de grupos con afinidad de criterios, intereses y
aspiraciones que se constituyen y accionan con el fin primordial de alcanzar
el poder
político. La idea de movimiento va asociada a la acción colectiva, a la
expresión dinámica de las demandas y a la reafirmación pública de las
tendencias. La idea de movimiento
político
se asocia con lo anterior, referido específicamente, a la finalidad de
obtener el poder.
Los movimientos
políticos
pueden ser múltiples y variados pero todos deben tener en común algunas
características consideradas fundamentales para ser ubicados en los procesos
políticos específicos. Es importante precisar que los movimientos
políticos
son grupos en movimiento, lo cual sirve para desestimar la connotación estática
de llamar movimientos a grupos que no se mueven o que lo hacen esporádicamente.
Otra precisión importante es la asociación entre movimiento
político y
poder,
lo que nos permite excluir de la terminología las revueltas y los
motines que son más dispersos y de menor alcance.*
II.
Características
Como
todo grupo en movimiento, el movimiento
político
debe tener identidad, finalidad, visión de totalidad, estructura interna y
metodología propia, para considerarse y ser reconocido como tal.
a)
La identidad le permite definir todo aquello que es común a sus
integrantes y que los ha motivado a asociarse. Reúne un conjunto de criterios
que giran alrededor del propósito que los aglutina; articulan intereses
generales y específicos que se expresan para precisar su naturaleza
particular, y expresa un conjunto de aspiraciones que lo hacen adquirir
fisonomía propia y, como tal, diferenciarse de otros movimientos similares.
b)
La finalidad de un movimiento
político
es alcanzar el poder,
es decir, estar en condiciones de decidir sobre el Estado y su relación con
la sociedad , y establecer, por la razón o por la fuerza, su propia visión
del mundo como orientadora de la acción estatal.
c)
La visión de totalidad le permite ubicar su interrelación con los
diferentes grupos políticos o sociales, y descubrir los elementos que lo
acercan a unos y que lo alejan de otros. Esto quiere decir, estar en
condiciones de caracterizarlos como aliados o adversarios (o como amigos o
enemigos), en la búsqueda del poder,
considerando las circunstancias, la coyuntura y las características del
contexto.
d)
La estructura interna es condición indispensable para mantener la
adhesión, dinamizar la acción y garantizar su permanencia. Requiere de un líder
o conductor, una minoría dirigente que se encarga de que el movimiento
funcione como tal, y una mayoría que los sigue, los apoya y confía en ellos,
a través de los mecanismos de identificación y representación.
e)
La metodología propia de un movimiento
político
se refleja en el diseño de la estrategia a seguir para alcanzar el poder,
en la formulación de uno o más planes de acción en función de la correlación
de fuerzas, y en la realización de diversos tipos de acciones con los cuales
pretenden alcanzar su finalidad (movilizaciones, marchas, protestas,
negociaciones, plantones, propuestas, acciones de fuerza, pronunciamientos,
etc.). Esto es lo que le da sentido de permanencia como movimiento y garantiza
la existencia de un hilo conductor cuya ausencia negaría su condición de
movimiento.
III.
Tipología
Puede
establecerse una tipología básica de los movimientos
políticos,
según la cual pueden ubicarse como tales, los que están dentro o fuera del
sistema. Los movimientos que se producen dentro del sistema (intrasistema)
pueden ubicarse al interior de un partido
político,
en cuyo caso, persiguen la meta inmediata de alcanzar el poder
a nivel del partido; pero también pueden surgir al margen de éstos, con la
intención de llegar a convertirse en partidos
políticos
o a reunir los requisitos que le permitan participar en el juego político,
manteniendo su independencia y, de acuerdo a las circunstancias, limitando su
existencia al proceso
electoral.
Es el caso de las coaliciones de grupos y/o partidos que se desintegran una
vez alcanzado el poder
(p.e. la coalición que condujo a la presidencia de Nicaragua a Doña Violeta
Chamorro en 1990).
Los
movimientos
políticos
que se producen al margen del sistema (extrasistema), incluyen a aquéllos
cuya finalidad es la destrucción del Estado y/o cuya estrategia de acción se
estructura al margen de la legalidad. Se ubican en esta tipología los movimientos
políticos
extremistas (guerrilleros, fundamentalistas, fascistas, racistas, terroristas,
etc.).
Una
terminología diferente ubica la tipología anterior como movimientos
políticos
que utilizan la vía violenta, la vía pacífica o la vía negociada, que
viene a ser una combinación de ambas, para alcanzar su finalidad o solucionar
sus conflictos con otros grupos o actores. Al respecto, es importante destacar
que la finalización de la guerra fría, el establecimiento de la distensión
mundial, y la consolidación de los procesos democráticos, han estimulado el
respeto por la legalidad (vigencia del Estado
de Derecho)
y los mecanismos de resolución pacífica de conflictos, lo cual ha obligado a
una diversidad de actores a incorporarse al juego político y a insertarse en
las reglas del juego democrático (p.e. el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional, FMLN, en El Salvador). Sin embargo, aún subsisten
viejos movimientos
políticos
que se aferran a su metodología tradicional (p.e. Sendero Luminoso en el Perú),
u otros que van apareciendo, provocados por causas que priorizan lo social por
encima de lo ideológico (p.e. el Movimiento Zapatista en México).
IV.
La razón de ser
La
razón de ser de un movimiento
político
no se limita a la consecución del poder,
sino que se ubica en la motivación que lo ha impulsado a obtenerlo o
alcanzarlo. En este sentido, podemos decir que un movimiento
político
alcanza su plenitud cuando posee el poder
necesario para mantener, transformar o destruir al Estado. Esta afirmación
trata de rescatar la diferenciación histórica entre conservadores,
reformistas y revolucionarios cuya existencia
modificó los procesos políticos en muchos países del mundo y afectó el
destino de muchos seres humanos en diversos momentos históricos. Mientras los
conservadores consideran que los gobiernos más prudentes hacen demasiadas
concesiones políticas, sociales, económicas o culturales a los excluidos,
los reformistas proponen un sistema mejor y más eficiente con el impulso de
importantes reformas que lo volverían más funcional y le permitirían
manejar de mejor manera la conflictividad social y política. Los
revolucionarios, por su parte, plantean que sólo un cambio radical del
sistema es capaz de responder a
los retos que plantea la sociedad a través de sus organizaciones más
representativas. Las reformas, concluyen, sólo sirven para retardar el
proceso y volver más difícil el proceso
ideológico de toma de conciencia.
V.
Duración
La
duración de un movimiento
político
guarda relación directa con su estructura, dinamismo, beligerancia de las
fuerzas opositoras, mantenimiento de la adhesión política, formas de acceso
al poder
e institucionalización del mismo. Por las razones anteriores, hay muchos movimientos
políticos
que desaparecen antes de obtener su finalidad y tienen una duración oscilante
que va desde el corto hasta el mediano y largo plazo.
El
acceso al poder,
por parte de un movimiento
político,
contiene el germen de su desintegración, por la fuerza de las circunstancias,
el desarrollo de la conflictividad al interior del mismo y por la contradicción
entre el interés particular y el interés general. Lo anterior indica que un movimiento
político
comienza a desdibujarse al obtener su finalidad (el poder
político) y a deteriorarse al alcanzar su razón de ser (mantener,
transformar o destruir al Estado).
Cuando
un movimiento
político
alcanza el poder,
comienza a imponer (y la gente a aceptar, entusiasmada o resignada) su visión
particular como visión general de la sociedad. De ahí que, en tanto no
cobren fuerza las visiones opositoras, las particularidades se van diluyendo
en la generalidad, a menos que se mantengan, o traten de mantenerse, por la vía
del fanatismo, el consenso, la manipulación
o, en último caso, por la fuerza del autoritarismo
o del totalitarismo,
lo que sirve para postergar, a veces por mucho tiempo, el proceso de
desdibujamiento o desaparición (p.e. el caso del Movimiento 26 de julio que
condujo al triunfo de la revolución cubana en 1959, o el caso del Frente
Sandinista de Liberación Nacional, FSLN, que se mantuvo en el poder
desde 1979 hasta 1990).
VI.
Institucionalización
La
institucionalización es el riesgo y el reto más grande que puede enfrentar
un movimiento
político,
ya sea que se produzca durante el proceso o una vez que ha alcanzado su
finalidad. La misma se expresa en la forma en que el movimiento se diluye en
el funcionamiento burocrático, se inserta en las instancias oficiales
de formulación de políticas, se integra en el proceso de toma de decisiones
y se incrusta en el núcleo del poder
político.
La
institucionalización de un movimiento
político
es un proceso que tiene que ver con las fortalezas y debilidades del eje ideológico
que cohesiona al movimiento, con la habilidad para comprender las variaciones
del contexto y actuar en consecuencia, y con la capacidad de adecuar el
pensamiento, la actitud y el discurso, a los giros del contexto nacional e
internacional. Lo anterior no pretende cuestionar la institucionalización per
se, al contrario, trata de presentarla como la consecuencia lógica de un
proceso que establece la disyuntiva de desaparecer como movimiento y como
integrantes del mismo, saliendo del escenario político, o desaparecer, quedándose
en él como protagonistas. En todo caso, el problema que se plantea en este
proceso es el salto de la condición contestataria a la condición protagónica,
y la capacidad de los actores para realizar el giro cultural, expresado en un
cambio de valores, creencias y actitudes, que sirve para profundizar el giro
político e institucional. La situación se vuelve compleja por la dificultad
de separar el interés personal de los integrantes, con los intereses,
objetivos y aspiraciones del movimiento en su proceso de desarrollo y, si se
quiere ir más allá, con los intereses generales y específicos del proceso
de construcción democrática.
En
consecuencia, la institucionalización no debe verse como el resultado de la
cooptación, entendida ésta como el proceso de neutralización de la
capacidad confrontativa de la oposición, mediante la fascinación que ejerce
el poder
o el poder de convicción que poseen los estímulos materiales. Esta apreciación
fácil y simplista de la situación, es natural en los que no logran entender
el giro radical experimentado por los procesos políticos, y en aquéllos que
no pudieron asimilar que la confrontación ideológica fue parte del proceso
de desarrollo del movimiento, pero
no debe ser parte de su culminación, mucho menos en un contexto en el que han
cambiado los retos y las responsabilidades.
VII.
Oposición
Al
margen de la forma de acceso al poder,
por parte de los diferentes movimientos
políticos
que se han precisado, el reto final de un movimiento
político
que ha alcanzado su finalidad, no es la eliminación de su condición de
oposición a los que ejercen o han ejercido el poder,
sino la aspiración de impedir que la conflictividad que pueda emanar de la
oposición de intereses y aspiraciones, se convierta en confrontación o
lucha, dejando de lado los mecanismos de resolución pacífica de las
diferencias. Esto se logra cuando se asume que el acceso al poder
es transitorio y que los que un día son gobierno, al otro pueden ser oposición.
El reconocimiento de este hecho como una característica inherente al proceso
político, obliga a los diferentes actores a someterse a un proceso de rendición
de cuentas, práctica pluralista y tolerante, y conducta pública transparente
y eficiente, para ampliar su margen de legitimidad
ante la ciudadanía.
También, el reconocimiento de que la oposición forma parte de la solución
de los problemas obliga a unos a ampliar los márgenes de inclusión, y a
otros a reducir los márgenes de autoexclusión.
En
el proceso de constitución de la oposición se inserta lo que se conoce como
el paso de la protesta a la propuesta. Ser parte de la oposición es ser capaz
de señalar lo que está mal, formular lo que puede ser una solución, y estar
dispuesto a debatirla en un marco de tolerancia y respeto a las diferencias.
Sin embargo, lo planteado no es fácil para los diversos actores,
acostumbrados a concentrarse en los cuestionamientos y las denuncias, en
momentos y circunstancias en que la crítica y hasta el pensamiento libre eran
proscritos, y con poca capacidad de formulación, proposición e incidencia.
Es difícil para los que se insertaron en las reglas del juego democrático y
en el marco del Estado
de Derecho,
pero también es difícil para los que se acostumbraron a plantear la
destrucción del Estado capitalista, cuando lo que se exige hoy es la
propuesta del Estado más adecuado para las exigencias del proceso democrático.
El
reto más grande que se plantea en la actualidad gira en torno a la capacidad
del Estado para responder con eficiencia a las principales demandas de la ciudadanía,
garantizar la gobernabilidad
democrática, neutralizar el desencanto político, e impedir, por la vía del
consenso, que la conflictividad social y política se convierta en una
innecesaria confrontación que no haría más que reiniciar el ciclo que
parece haber concluido con la finalización de la guerra fría.
Bibliografía:
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