Hoy no puedo abonarle lo que lleva gastado, como se lo abonaré andando el tiempo...; pero sepa usted que desde ahora mismo... -¡
Rayos y culebrinas!
Pedro Antonio de Alarcón
«La Muñeca», nombre con el cual no sabemos por qué hubieron de bautizar la nueva Pescadería, brillaba a los abrasadores rayos del sol con sus edificios de madera casi todos y pintarrajeados de los más vivos colores...
Las tabernas estaban casi solitarias, y sus dueñas o dueños colocaban en orden sobre los limpísimos mostradores la reluciente cristalería; regaban el suelo y colocaban a la vista del transeúnte algunas macetas que daban a los establecimientos sumidos en húmedas penumbras aspecto de oasis y de refrigerantes refugios en las horas en que el sol parece querer hacerlo todo yesca bajo sus implacables rayos.
Y una hora después, en tanto que el señor Cristóbal les veía partir con el júbilo retratado en el rugoso semblante desde un corte de terreno, en las afueras del pueblo, y las dos viejas lloraban silenciosas, cada una en un rincón de una de sus habitaciones, mirándose mutuamente de cuando en cuando con insondable tristeza; a los rientes rayos del sol...
El mar sacudía sus hirvientes olas con furor creciente; el viento azotaba como con invisibles látigos el dorso de las olas que se encrespaban al poderoso castigo; en el cielo amontonábanse las nubes cerrando el paso a los rayos del sol, que ponía en ellas fantásticos cárdenos matices de un fulgor amarillento.
Allí tienen su casa los hijos de la oscura Noche, Hipnos y Tánato, terribles dioses; nunca el radiante Helios les alumbra con sus rayos al subir al cielo ni al bajar del cielo.
La azotea, la blanquísima azotea, cegaba con el blancor de sus bien enjalbegados muros y con los espléndidos tonos de las flores, que en numerosas macetas adornaban el murete corno una greca florida, a los ardientes rayos del sol que parecía querer incendiar el zafir de los cielos y el cristal purísimo del espacio.
La ventana daba paso a un torrente de rayos de sol que iluminaban alegremente la estancia, y a dos golondrinas que habíase posesionado de un viejo nidal situado en una de las vigas del techo, y las cuales, al acariciarse al borde del nido, habían hecho a Joseíto pensar más de una vez en la querida compañera.
La cuestión presentaba dificultades porque los dioses no querían aniquilarlos como hicieron con los gigantes fulminando rayos contra ellos, pero por otra parte, no podían dejar sin castigo su atrevida insolencia.
El poderoso genio de las generaciones, más veloz que el ave, que la flecha, que todo lo terreno capaz de volar, lo llevó a los espacios, donde
rayos, de estrella a estrella, unían entre sí los cuerpos celestes; nuestra Tierra giraba en el aire tenue, y aparecía una ciudad tras otra.
Hans Christian Andersen
Algunos días de verano, unos
rayos de sol entraban hasta la bodega, nada más que media horita, y entonces el pequeño se calentaba al sol y miraba cómo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que mantenía levantados delante el rostro, diciendo: «Sí, hoy he podido salir».
Hans Christian Andersen
-exclamó la cigüeña, y se alejó. -Alégrate de ser joven -decían los
rayos del sol-; alégrate de ir creciendo sano y robusto, de la vida joven que hay en ti.
Hans Christian Andersen