Demografía de España - Datos estadísticos
A grandes rasgos, el número de habitantes de España ha mantenido una tendencia al crecimiento sostenido desde el año 1.900, llegando a rebasar la barrera de los 48,5 millones en 2024, según datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística. Ahora bien, este hecho no implica una pirámide poblacional joven. Muy por el contrario, el país se encuentra ante una campana invertida debido a un crecimiento basado más en el incremento de la esperanza de vida que en la cifra de nacimientos. De hecho, la edad media de alumbramiento del primer hijo se ha retrasado hasta los 31,6 años y la tasa de fertilidad nacional es una de las más bajas de la Unión Europea.
La inmigración como elemento rejuvenecedor
España ha sido, es y probablemente seguirá siendo uno de los principales destinos para inmigrantes de todo el mundo. Debido a su situación geográfica representa, por un lado, una puerta de entrada a Europa para los habitantes del continente africano. Por otro, el idioma constituye un importante trampolín de integración para millones de latinoamericanos. Ya sea por estos u otros motivos, lo cierto es que el país presencia desde hace varias décadas un constante goteo de llegadas en sus fronteras.
En la actualidad viven más de seis millones de personas con nacionalidad extranjera en España, una gran parte procedentes de Marruecos, Colombia y Rumanía. Pero no acaba ahí la cosa. A esta cifra hay que añadir el número de residentes nacionalizados para entender la magnitud del fenómeno migratorio en el país. Y es que, como ya se ha mencionado con anterioridad, representa un importante agente rejuvenecedor no solo por la edad de los migrantes —generalmente menores de 40 años— sino también por su tendencia a tener varios hijos, contribuyendo de forma notoria al mantenimiento de la tasa de natalidad.
¿Qué depara el futuro?
Se avecinan malos tiempos, demográficamente hablando. A la ya patente crisis estructural originada a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria se han sumado recientemente dos nuevos agentes nada favorecedores: la COVID-19 y la guerra ruso-ucraniana. Por una parte, la pandemia, además de causar estragos entre la población de mayor edad —impactando sobre la esperanza media de vida—, secó los pocos brotes verdes surgidos después de la gran recesión económica y dejó tras de sí un panorama desolador, con un PIB seriamente afectado y más de tres millones de desempleados. De otra, la crisis energética derivada de la guerra entre de Rusia y Ucrania ha generando una importante subida de la inflación tanto a nivel nacional como global.
Todo ello influye directamente en el comportamiento de la población. Por una parte, ralentiza el proceso de emancipación del hogar paterno y retrasa aún más, si cabe, la decisión de tener hijos. Por otra, fomenta el éxodo constante de los jóvenes más allá de las fronteras nacionales en busca de un futuro mejor, muchos de los cuales acabarán por afincarse y formar una familia en su nuevo país de residencia. De esta forma, la natalidad se ve resentida doblemente, frente a una tasa de mortalidad notablemente estable.